Por Vicente Vásquez
La eufórica victoria argentina ante Nigeria el martes pasado tergiversó el ambiente de cara a su duelo con Francia en los octavos de final. De pronto, los trasandinos volvían a ser candidatos por un envión anímico no menor, aunque obviando lo más importante: la realidad. El gol de Marcos Rojo en el epílogo fue un desahogo, pero era imposible que solucionara de inmediato la incertidumbre alrededor de Messi, Sampaoli y compañía.
Tras caer por 4-3 con los franceses, al otro lado de la cordillera ya se duda la posibilidad de que el técnico no siga al mando de la selección, uno que a inicios de 2016 se declaró “rehén” en Chile post-escándalo de la administración de Sergio Jadue en la ANFP. No lo considero sensato, primero por los 20 millones de dólares que cuesta su cláusula de rescisión, y segundo por su capacidad táctica en el banco. Es importante tener en cuenta todo lo que le costó imponer su idea para conformar un equipo con sus jugadores, aunque hoy está la oportunidad de renovar el plantel y extirpar de raíz la turbiedad que no se conoce. Por lo mismo le llaman “el fin de una generación” y da pie a que se muestre un entrenador mucho más genuino.
En los últimos cuatro años se quemaron todos los procesos de la selección argentina por un enfoque en los “fracasos”: Sabella renunció el 2014 tras la final del Mundial, Martino se fue poco después de perder las dos finales de Copa América en 2015-2016 y Bauzá fue un veranito de San Juan el año pasado. Sampaoli era la carta que manejaba, quería y deseaba la AFA, le tenían una tremenda fe para ratificar su clasificación a Rusia 2018 y soñar algo más. Llega a ser tragicómico que, haciendo de todo para llegar a este puesto, cayó ante sus indecisiones en medio de su gran oportunidad.
Sin embargo, de las muchas responsabilidades compartidas en esta derrota argentina, el rehén es otro: Lionel Messi. El jugador del Barcelona suma otra frustración más con su país, situación en la que la argentinidad (como definiría la Bersuit Vergarabat) es la responsable. Está bien, son fanáticos del fútbol y lo viven a muerte, pero esa visión transgrede lo real. Se le exige a Messi ser igual o mejor que Maradona, siendo que son personas muy diferentes en cuanto a personalidad y desarrollo futbolístico. A Lio se le nota la tensión al jugar con la albiceleste, uno puede imaginar -o dibujar- esa tremenda mochila de 25 años sin éxitos para la selección adulta.
En la búsqueda de endiosar y sobreproteger a un jugador fantástico, lo terminaron coartando. La solución nunca ha sido crear “el equipo de o para Messi”, sino una conjunción de elementos en el que Messi destaque sin tener la presión de resolver los errores de los demás. Sin más preámbulos, fue Higuaín el que erró balones claves en tres finales, fue Di María el que se lesionó en cada una de ellas, fueron varios los que fallaron y le sumaron toneladas de presión al actual capitán y líder innato.
¿Debe irse este crack? ¿Es momento de que se harte de la inmensa presión? Probablemente no lo hará. Más allá del profundo exitismo cortoplacista que se vive en su país, su forma de ser no le permitirá dejar de luchar. Imagino a un Lio dándolo todo para redimirse y descansar en paz, pero no sé si lo vea sonreír. Quizás ese sea el mayor daño que le ha infringido la argentinidad, donde los dirigentes del fútbol trasandino tienen una responsabilidad innegable. Al pensar en ese peculiar concepto, hay un par de versos de la canción que resumen esta columna: “Del éxtasis a la agonía oscila nuestro historial. Podemos ser lo mejor, o también lo peor, con la misma facilidad”.
Santiago de Chile, 30 de junio 2018
Crónica Digital