Por Vicente Vásquez Feres
Para qué mentirnos. No hay razón que justifique la supuesta indiferencia entre el chileno que disfruta del fútbol y la inherente alegría que supone la realización de la Copa del Mundo ya inaugurada. Hoy nos toca estar fuera, pero al darle más vueltas a las hipotéticas imágenes de una nueva expedición en tierras rusas, es lo mejor que le podría haber pasado a la selección.
Sí, estar presente en el Mundial es uno de los desafíos (y logros probablemente) más importantes para un combinado que represente a un país entero. Sin embargo, el éxito es cegador. De los muchos factores que pueden explicar la ausencia de Chile en este torneo, lo fundamental fue el relajo y la sensación de que el trabajo estaba hecho. Como varios futbolistas de “La Roja” han declarado, hay un consenso sobre la baja de ritmo y un aumento del ego: la caída golpea mucho más fuerte.
Jugar la Copa Confederaciones con titulares fue un error en cuanto a la proyección de las clasificatorias en los meses finales de 2017, pero no conozco a nadie que no quería ganarla. Sólo con el equipo estelar se habría conseguido, y en realidad nunca hubo un real intento de recambio en aquellos momentos, cuando Juan Antonio Pizzi dirigía a la llamada “generación dorada”.
Si hiciéramos la historia paralela, es muy probable que la lista de 23 seleccionados no sería muy diferente a la de la Confederaciones 2017 y la Centenario 2016. Pizzi seguiría en la selección con sus permanentes incertidumbres. Nos seguiríamos mintiendo sobre estar haciendo bien las cosas tapando el sol con un dedo. Como una especie de teoría del dominó, el fracaso clasificatorio terminó por revelar, o al menos rememorar, varios aspectos deportivos que no funcionan en la liga nacional y en las divisiones menores. Nos dimos cuenta que el combinado adulto no podía seguir cubriendo la mala gestión. Subidos al carro de la tendencia arribista, pecamos de soberbia, abusamos de la ceguera y caímos en la farra.
Al menos el panorama parece diferente. Lo que se “perdió” puede recuperarse con la era de Reinaldo Rueda. Su estilo de liderazgo convence y comienza a notarse su personalidad en los nuevos seleccionados que disputan un puesto en la competencia oficial más cercana (y en realidad no tan lejana): la Copa América Brasil 2019, instancia que servirá como prueba para sacarse la espina y demostrar la evolución de una mezcla interesante de jugadores que sigue en rodaje. De ahí en más, uno podría esperar que la personalidad de la selección crezca junto a su confianza y al aprendizaje de los errores cometidos. En ocasiones, la victoria puede ser más dañina que la derrota y nuestros vecinos que sí están en Rusia lo han hecho sentir.
Ver este mundial es una amplia gama de sentimientos encontrados. Es un mes único cada 4 años del cual todos quisieran ser parte, donde los recuerdos son imborrables e irrepetibles. En el fondo, es obvio que me gustaría ver a Chile perpetuando su éxito, pero el paso del tiempo debería decidir si fue lo mejor. Sin ponerse el parche ante la herida, estoy seguro que es así. Si estuviera equivocado, la Arabia Saudita de Pizzi no habría sufrido la vergüenza del debut y Rueda no habría llegado a Juan Pinto Durán. Todo pasa por algo, aunque fluctuemos entre el desengaño y la obsesión.
Santiago de Chile, 15 de junio 2018
Crónica Digital