Así, el pasado día 21 fueron arrestados miembros de una célula del movimiento terrorista Estado Islámico (EI) en Stavropol, donde pretendían realizar acciones contra el edificio de la administración de esa provincia y la sede regional del FSB.
Las fuerzas de seguridad también eliminaron a dos extremistas en la localidad de Derbent, donde también fueron neutralizados otros nueve terroristas que preparaban un atentado en San Petersburgo, y otros 14 miembros de Jezb Ut-Tajrir al Islam fueron detenidos en Tatarstán.
A ello se une el arresto de dos miembros del grupo extremista Jabhat An Nusra en Stavropol.
Todo ello da a pie a considerar que las formaciones terroristas vuelven a reaccionar con un aumento de sus acciones en coincidencia con el periodo de crisis de los nexos entre Rusia y Estados Unidos.
El diario digital Boenoe Obozrenie recuerda en ese sentido cómo a principios de 2016, el vicesecretario norteamericano de Estado John Kirbi hablaba de que Rusia pagaría su presencia en Siria con bolsas de cadáveres de sus militares y más muertos en atentados en sus ciudades.
Lo que más molesta a Estados Unidos y sus aliados occidentales es el éxito de Rusia en llevar cada vez más a Siria a una posible salida del conflicto en el que Washington, algunas naciones europeas y monarquías árabes se propusieron como objetivo sacar del poder a Bashar al Assad.
Esa obsesión llevó a Occidente a apoyar a toda suerte de extremistas y terroristas como el EI y Jabhat An Nusra, tanto con dinero como con pertrechos, pese a su declaración pública de combatir al terrorismo en el país levantino.
De hecho, la maquinaria por crear el caos en Rusia y propiciar el terror se mantiene casi intacta desde su creación en la década de 1990.
Así, aún trabaja el Centro Islámico Americano, la agrupación filantrópica Voz de Chechenia, La Ayuda Islámica Citadina, el Fondo Norteamericano ‘Zakiat’, el Centro de Acción Islámico, la Sociedad Americana Checheno-Ingusha y el Centro de Gestiones de Gastos Chechenos.
El pico de las acciones antirusas coincidió con el deterioro registrado en los nexos de Washington y Moscú en 2016, cuando los demócratas llevaron los nexos bilaterales al peor momento de su historia, y ahora, cuando el mundo habla de una nueva Guerra Fría.
De hecho, entre los arsenales de Estados Unidos está el empleo de terroristas para desestabilizar a Rusia, alrededor de la cual también se crean áreas de inestabilidad política y hostilidad a su política, su cultura y su lengua.
Ucrania, Georgia y Moldova se desgajaron oficialmente de la Comunidad de Estados Independientes. Pero incluso entre los aliados de Rusia se aplican políticas para reducir la presencia de ciudadanos de esta nación en el espacio pos-soviético.
Al respecto, el diario digital Boenoe Obazrenie, llama la atención que además de Ucrania, el caso más evidente, otras repúblicas exsoviéticas se separan culturalmente de Rusia, aunque algunas de esas naciones aprovechan las oportunidades de los beneficios económicos.
Con la misma velocidad, destaca la publicación, se crean condiciones para que, en un futuro no muy lejano, desde allí también puedan operar agrupaciones extremistas contra Moscú.
En un saludo a una reunión mundial de altos responsables de seguridad del orbe, celebrada en Sochi con delegados de más de 100 países, el presidente Vladimir Putin advirtió que el apoyo a ataques contra Siria, basados en la mentira, beneficia al terrorismo.
Putin reiteró su llamado a enfrentar de conjunto al mencionado flagelo, algo que entienden muchos de quienes acudieron al IX encuentro de responsables de seguridad, realizado en esta ocasión en el sureño balneario ruso.
Occidente, por el momento, hace oídos sordos a las exhortaciones del mandatario ruso y, más bien, busca que se entienda su orden de atacar a Rusia, al menos el aumento de los intentos de atentados en este país parece corroborar tal afirmación.
Moscú, 27 de abril 2018
Crónica Digital /PL