La poesía proveedora de sentido, pareciera ser la apuesta de estos “Recados de un poeta menor”. En estas páginas los encuentros y desencuentros con nosotros y el otro van armando tejidos culturales de una realidad que se muestra como un paisaje al cual accedemos día a día a través de diálogos interiores que van y vienen, porque como nos dice el autor: “Tarde o temprano/ la trama nos traiciona/ y el oficio queda trunco/ boquiabierto…” (Pág. 9). El oficio de la escritura visto como un ejercicio de reflexión, de hallazgo, donde las palabras son cuerpos que transitan por las calles y que se reconocen a través de códigos lingüísticos necesarios para construir memorias, historias que no se oculten en el anonimato de las cosas. Cito: “Dice buscar gotas de rocío/o pedazos de memorias/en los estantes de La Vicaría/cuando los demás duermen” (Pág. 10). Es así como las formas fragmentarias van construyendo un discurso poético que viene a ordenar las ideas y los mundos, otorgándole un espacio visible a nuestras emociones y nuestras propias sensaciones de las cosas.
La construcción y reconstrucción de nuestra memoria histórica va uniendo episodios de nuestras vidas con hechos que padecimos en la historia de nuestro país, conjugando realidades que asociamos a nuestras propias experiencias de vida. El autor nos dice: “Las palabras enmudecen/ no hay poema posible/un torbellino de fonemas/acecha/como el sudor de los condenados/a morir sin nombre” (Pág.15)
En, “Recados de un poeta menor”, el autor nos insta a ser partícipes en la construcción de una sociedad donde los ideales de vida se muestren diáfanos y los discursos poéticos enriquezcan el paisaje cultural de nuestro pueblo, mediante la búsqueda de sentidos allí donde los contrasentidos de estos tiempos fructifican espacios, “veredas angostas” que impiden ampliar el registro visual. La invitación es, abrir las veredas para vernos y pensarnos de manera holística, cabal, sin ataduras de ninguna índole. “porque la poesía es una vereda angosta/a la que todos tiran al blanco/Y por fin alguien/curiosamente de uniforme/acierta/ y trastabillas/arropado de versos/para quedar tirado/sobre esa vereda angosta y libre/justo al frente donde los otros/no pueden lastimarte.” (pág. 27)
El poeta Cid desarrolla, a través de conexiones entre la palabra y la realidad huellas que nos permiten generar un cruce constante, entre aquellos campos semánticos existentes y los que descubrimos, a partir de la relectura del paisaje cultural, social y emotivo de nuestro país.
Todo creador oculta en su interior el anhelo por construir una sociedad más justa, esto significa poner en la palestra temas que han estado silenciados por la historia oficial y que de alguna u otra forma han luchado por salir a la luz, haciendo que nos cuestionemos aquellas acciones de vida que imposibilitan mirarnos desde la profundidad del ser humanista, el ser cuya moral última es la belleza y la búsqueda de sentido y en donde la memoria vuelve a tener una significación y un valor histórico, a partir de construcciones temáticas desde la clase, la identidad, la raza, entre otros elementos de la escritura.
Dentro de las dinámicas de la poesía está el buscar formas y maneras de aprehender las subjetividades que se expresan en las cosas, una manera de ligarse al mundo de los otros mediante la experiencia de la palabra y de los mundos objetivos. Estos paradigmas emergen desde la sutileza del verso y se materializan mediante la construcción de códigos y signos lingüísticos que le hacen sentido al lector, en la medida que se siente partícipe en esa construcción de saberes. Aquí el tiempo, la memoria, el espacio, la luz y las sombras son tópicos que se posesionan más allá de sí mismos, recados que van y vienen a través de la página que se escribe y se lee a la vez. El poeta nos dice: “Llueve y tu espalda se pierde/por calle Moneda/Recojo una lágrima/de las mejillas de una ventana/y la guardo en mi bolsillo/a ver si regresas/cuando llueva por la tarde…”(Pág.31). La sutileza de estos versos nos hace aprisionar un instante de belleza sublime, trasladarlo a nuestras vidas y dejarlo allí, en la quietud de la contemplación y el hallazgo.
Barthes señala que el texto “es el absoluto” y es allí donde el lector se cobija mediante el juego de la seducción y el goce del lenguaje como una forma de reinterpretar aquella “verdad” insinuada en la página. En estos “juegos de seducción” la corporeidad de las palabras es la escritura que el otro hace de aquello que se exhibe en la vida del que escribe y en la vida del que lee. “En mi poesía/No hay cabida para banderas a media asta/medallas al mérito/cánticos de guerra/hojas con márgenes/bibliografía escogida/Todo vale./ De Sánchez Ferlosio/a San Agustín…”(Pág. 33). Todo vale en la poesía de Cid, porque todo es motivo de escritura en aquellos discursos que se describen a sí mismos, a través de la poesía que habita nuestra cotidianeidad, como un mensaje que trasciende las palabras.
Isabel Gómez
Escritora
Santiago 17 de abril, de 2018
Crónica Digital