El Papa Francisco estuvo en Chile. El invitado inquietó a moros y cristianos. Será por su opción preferencial por los descartados. Por su oración junto a la tumba del Obispo de los pobres y perseguidos, Enrique Alvear. Será por su crítica al paradigma tecnocrático, con su exaltación del poder económico que atenta contra el bien común. Será por su insistencia en citar al Cardenal Raúl Silva Henríquez. Los jerarcas eclesiásticos escuchan dudosos. La derecha quisiera verlo conducir “el bus de la libertad”. Pero Francisco se siente grato, con las doblemente postergadas de la cárcel de San Miguel. Sin embargo, la sombra de Karadima, parece deformarlo todo.
Ante unos feligreses cargados de dudas, la estrategia de los organizadores fue generar una visita encapsulada, donde la seguridad, bajo el concepto de enemigo íntimo: fue excesiva. De ahí el control de entradas, la segregación de públicos, con discursos remitidos a saludos protocolares, con un Pontífice que viene a decir más que escuchar -al menos no de manera pública-. El único espacio donde hubo interpelación y acción profética, fue en la cárcel de mujeres. “En Chile se encarcela la pobreza”.
Algo extraño y contradictorio ha quedado expuesto. Se trata de la tensión que vive la propia iglesia chilena, ante las acusaciones de abuso sexual. Las diferencias de opinión y acción, son claras y evidentes. Mientras desde el vaticano el discurso era nítido. La iglesia local, no supo manejar su principal y evidente problema.
El pueblo chileno ha desarrollado amplias competencias, a la hora de distinguir esas contradicciones. Para ello se ha servido del laboratorio gentilmente donado, por las élites corruptas y abusadoras, pululantes entre la presión, el silencio y la podredumbre. Incluso quienes apostaron por “los tiempos mejores”, no pueden eludir el hecho que será: con el sello de la impunidad.
Eso que pareciera estar naturalizado entre los poderosos, resulta difícil entender para los creyentes dentro de la iglesia. La presencia de Barros, apoyado por un sector de la jerarquía incluyendo al Obispo de Roma, generó pesar y distancia. Cuesta entender cómo los testimonios que sirvieron para inculpar al pedófilo de la Parroquia de El Bosque, son desechados, cuando se trata de sus cómplices y encubridores.
Pese a su apoyo explícito al obispo cuestionado, Francisco deja una serie de interrogantes para el Estado y sus instituciones políticas. La necesidad de escuchar las demandas, de una sociedad que aspira a extender sus derechos sociales. La urgencia de proteger nuestro entorno natural, buscando respuestas distintas a las centradas en los aspectos económicos. Sin obviar, el ferviente llamado a respetar la dignidad de los excluidos.
A la iglesia chilena, les traza un camino, expuesto en signos y alusiones concretas: Hurtado, Alvear, Silva Henríquez. Es decir, una institución que comparte las alegrías y sufrimientos de su pueblo. Una organización que vuelve a sus raíces. Alejada del clericalismo, de una supuesta superioridad amparada en la pedagogía de los poderosos, donde “El señor de los infiernos” obtuvo su doctorado.
La visita del primer Papa latinoamericano, abre un abanico de inquietudes, bastante más amplias que los problemas internos de la organización eclesial.
Para los ojos y oídos atentos, especialmente de las organizaciones políticas de izquierda, resulta a lo menos atendible, que sin dirigentes capaces de meter los pies en el barro, dispuestos a compartir la mesa con los desheredados del modelo, es poco probable construir futuro, proyecto y propuestas. La bitácora establecida por el Papa, para la iglesia chilena en dificultades, puede tener puntos de contacto, con una izquierda tentada a conformarse en contemplar su derrota.
A pesar de la cápsula, el anciano pastor: “sabe más por viejo, que por Papa”.
Por: Omar Cid, escritor.
Crónica Digital
Santiago de Chile, 20 de enero, 2018.
Notable, Omar Cid. Campeando (como el glorioso antepasado) en las lides de la palabra.