Que seamos un país que envejece aceleradamente ya no es novedad, si nos paramos en el centro de Santiago y preguntamos a los peatones sobre este tema, lo más probable es que tengan al menos una noción del aumento progresivo de los adultos mayores en nuestro país, de las marchas que estos han realizado o de sus demandas que cada cierto tiempo cubren los medios de comunicación.
Si revisamos números que lo indiquen, al menos en nuestro país, los primeros indicios de este envejecimiento poblacional se remontan a los años 20, con los primeros indicios de disminución de la mortalidad y en los años sesenta con indicadores de disminución de la natalidad. Los avances en la medicina curativa, la promoción y prevención de enfermedades, sumado a políticas sociales, han derivado en un cambio epidemiológico con una serie de indicadores que nos muestran un envejecimiento acelerado; el aumento en la esperanza de vida al nacer que paso de 54,85 años para 1953 a 80 años hoy en día; el índice de adultos mayores que para el año 1990 era de 35 adultos mayores por 100 menores de 15 años para el 2015 es de 86; el aumento en la tasa de adultos mayores pasando de 10,1% en el año 1990 a 17,5% para el año 2015, y así muchos más indicadores que muestran no tan solo el envejecimiento, sino que también, la pobreza, segregación y abuso hacia los adultos mayores.
Con estos pocos indicadores demográficos es evidente que el envejecimiento poblacional es un problema que viene manifestándose hace décadas, que nos dio y nos sigue dando indicios suficientes para entender que este grupo etario seguirá aumentando, que a medida que pasen los años las demandas sanitarias y sociales serán mayores y el cuidado de los que son dependientes serán más complejos, eso se podía vislumbrar hace décadas y ahora lo podemos ver claramente para el futuro.
Si son evidentes estas cuestiones porque llegamos tarde a lo que este grupo atareo necesita y nunca es suficiente?, porque a pesar de tener proyecciones a largo plazo, no somos capaces de asegurar algo tan básico como la seguridad de los adultos mayores y en especial de los vulnerables y dependientes, y esperamos que ocurran atrocidades para actuar, como la ocurrida en el hogar de larga estadía del SENAMA, el que está a cargo de la Fundación Agrupación Médica y Social Chile Ayuda, donde murió un adulto mayor con claros indicios de desnutrición tras no recibir alimentación por nueve días y con él, al menos treinta mas entre el 2015 y 2016, de quienes no se encontraron sus fichas clínicas. No cabe duda que SENAMA desde su creación ah desarrollado estrategias que busquen una sociedad más inclusiva, de respeto y que promueva la autonomía de los adultos mayores, pero como hemos visto no es suficiente, su capacidad fiscalizadora, de certificación y de reacción ante estos abusos es nula o ineficiente. A pesar de avances significativos en materia de envejecimiento y la articulación con las diferentes órganos del estado, es necesario una organismo que valla acorde a los desafíos del envejecimiento acelerado de nuestro país, que vele por los derechos de las personas mayores, contemplando las diferencias regionales que este grupo etario presenta a lo largo de nuestro país, para esto, debemos como país evolucionar en la institucionalidad con la creación de una Subsecretaria para las personas mayores, con la capacidad técnica y logística suficiente para proponer y llevar a cabo leyes, el correcto desarrollo de programas y tenga las facultades de fiscalización y certificación de instituciones que presten servicios socio sanitarios para nuestros adultos mayores, que aseguren la calidad y seguridad de servicios tan básicos como el cuidado de nuestros adultos mayores vulnerables, la promoción de la autovalencia y el envejecimiento activo, y no volvamos a ver en la prensa que estos se mueren de hambre, abandonados y abusados.
Por Daniel Flores Caceres
Kinesiólogo. Estudiante del Magister en “Envejecimiento y Calidad de Vida en la Universidad de Chile”.
Santiago de Chile, 14 de octubre 2017
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