Años atrás, visitando la tumba de Marx en Highgate, recuerdo haber escuchado a un grupo entonando La Internacional a diez metros del pedestal. Ansioso, me acerqué y les pregunté si militaban en algún partido de izquierda británico. Eran cinco jubilados, un par de ellos franceses, y dos jóvenes, que frente a mi pregunta se extrañaron visiblemente. “Ya ninguno de nosotros milita en este país”, dijo una mujer. “Blair quebró la relación del laborismo con los sindicatos y del viejo Partido Comunista sólo queda su periódico (The Morning Star)”.
Busqué en otros lugares pero no hallé indicios. Tuve la impresión de que la izquierda británica no existía. Cuando volví de esas vacaciones universitarias, decidí militar. No quería perder la oportunidad de participar de una izquierda con partidos que aún mantenían una base popular, una herencia simbólica y una apuesta programática que defender.
Cinco lecciones del laborismo
Fue el verano de 2012-2013, años en que Ed Miliband trataba de romper con el Nuevo Laborismo en una especie de antesala de lo que vivirían los británicos con Jeremy Corbyn. Hoy, tras las últimas elecciones generales, nadie creería que no hay izquierda en Reino Unido, sino al contrario: desde el surgimiento de la izquierda laborista, hay una referencia de cómo recuperar un partido tradicional para que impulse las transformaciones que una sociedad necesita.
Creo que los militantes de partidos tradicionales, pero particularmente del ala crítica del Partido Socialista de Chile, podemos sacar importantes lecciones del proceso británico. Estas lecciones son al menos cinco: las nuevas generaciones pueden recuperar la identidad de los partidos de izquierda; combatir la ambigüedad y elaborar propuestas con identidad programática; entender que las elecciones se ganan con votos, y para ello, partir por organizar una amplia campaña de inscripción de nuevos militantes; aprovechar nuestras campañas de crecimiento y electorales para devolver la política de izquierda al territorio; y finalmente, liberarse de las encuestas y entender las elecciones como espacios de apuesta programática.
Antes de explicar estas ideas, quisiera hacer un paréntesis. Hoy en Europa hay al menos dos modelos distintos de hacer política de izquierda, a saber, el modelo de PODEMOS y el del Partido Laborista. Lamentablemente, PODEMOS es lo más parecido a lo realizado por el Frente Amplio en Chile, con una positiva salvedad: que las fuerzas populistas del conglomerado chileno no han logrado hegemonía internamente; y otra lamentable: una insoportable levedad programática. Los emparenta el hecho de que su principal base está en las universidades y crecen entre profesionales a costa de promover la desconfianza hacia la política y el descrédito de los partidos tradicionales, compitiendo con ellos en sus espacios comunes simbólica y electoralmente.
No creo que los partidos de izquierda emergentes puedan sacar alguna lección del proceso británico, porque el modelo del que están más cerca ha sido, al menos hasta hoy, incompatible con el crecimiento y la radicalización del partido de cuyo descredito depende su rendimiento electoral. Un camino intermedio entre los modelos mencionados que pudiéramos recorrer aquí, implicaría entablar puentes de colaboración y diálogo que permitan imaginar nuevas alianzas electorales (lo que hoy suena impensable). Por otra parte, el corrimiento hacia la izquierda del espectro político que ha producido la emergencia de nuevos partidos —corrimiento en el cual confían quienes defienen la compatibilidad de ambos modelos—, al menos en España, se ha mostrado insuficiente: sin ir más lejos, hoy en España gobierna una derecha cuyas raíces hay que rastrearlas en el franquismo. Si hubiera en Chile una análoga división electoral, podría suceder algo similar.
1.- Recuperar la identidad para nuevas generaciones
Corbyn ha mostrado que la izquierda puede revisitar sus principios. Hasta hace poco, esta alternativa era no sólo ociosa, también amenazaba la presencia de la izquierda en el escenario político. En Francia, por ejemplo, cuando Benoît Hamon trató de montar su campaña sobre el rescate de la identidad del socialismo francés, y rectificar la zigzagueante estela de Holland, muchos vieron en su derrota, y luego en la victoria del liberal Emmanuel Macron sobre la conservadora Marie Le Pen, una nueva etapa del camino intermedio entre el socialismo y el capitalismo. Como si a la vaca de Blair le quedara leche, se intento enrostrar el éxito de Macron a toda una izquierda vintage. Mientras tanto, quienes sospecharon de que Bernie Sanders habría sido un mejor adversario para Trump, repararon en los aires de familia de los nuevo amigos de Macron y los activistas sin miedo al aburrimiento de Hillary Clinton.
Corbyn hizo más que reafirmar la tesis de Sanders respecto del valor de disputar el partido referente de la izquierda en su país: generó un relato en la dirección opuesta al de Macron, orientado a rehabilitar el laborismo como apuesta a favor de amplias mayorías sociales, con foco en los trabajadores, por una parte, y en las mujeres, las comunidades étnicas, la diversidad sexual, los pensionados y las minorías religiosas, por otra (for the many). Sus mejores aliados fueron, como en España, los jóvenes. Como lo ha descrito Ernesto Águila, uno de los grandes logros de Corbyn,
ha sido, sin duda, su conexión con los jóvenes —en una inédita alianza de abuelos y nietos— los que mayoritariamente votaron al laborismo y han ingresado a militar masivamente al más que centenario Partido Laborista. Hay en ello una búsqueda de autenticidad y de coherencia ética que los jóvenes han visto en este veterano líder, reconociéndolo como alguien confiable en tiempos de desconfianza. Un ejemplo de que los históricos partidos de izquierda pueden ser también un instrumento —si hacen las tareas a tiempo— para vivir, procesar y encauzar esta etapa de crisis de representación política y de búsqueda de un orden global y nacional posneoliberal.
Nosotros también podemos revisitar el ideario del socialismo chileno, a saber, aquel relato democrático y humanista de trabajadores que busca representar políticamente a la clase en su conjunto (trabajadores manuales e intelectuales) a través de un programa con soluciones diferenciadas y concretas para atacar las raíces de la amplia diversidad de necesidades y problemas sociales. Lo dicho, implicaría reimaginar a los trabajadores de hoy como los agentes del cambio que un país requiere: los empleados de servicios que trabajan en empresas del retail, subcontratados o part-time, los trabajadores independientes, los funcionarios públicos menos cualificados o peor pagados, los empleados no organizados de la empresa privada, los técnicos profesionales de las diversas ramas de la producción, entre otros, sumados a la amplia gama de nuevos profesionales jóvenes. Esto, que tras la victoria silenciosa del neoliberalismo suena anticuado (una política hipster parece ser más cool), es más o menos lo propuesto en Reino Unido por Owen Jones, uno de los intelectuales más influyentes implicados en el dramático ascenso de la izquierda laborista: “una nueva política de clase podría ser un comienzo, al menos, para construir un contrapeso a la hegemónica e incontestada política de clase de los ricos”.
No propongo volver al cine en blanco y negro. Nostálgicos aparte, el socialismo actual debe buscar hacer sentir que sus logros, tanto en términos electorales como de diseño de política pública, son avances para una mayoría. En el Gobierno de Michelle Bachelet, nos ha faltado transmitirlo de manera clara. Sólo por dar un ejemplo, en educación hemos hecho mucho más que en las cuatro últimas décadas (eliminando el lucro en escuelas subvencionadas por el Estado, aumentando sustantivamente la inversión en educación pública, construyendo centros de formación técnica y eximiendo del pago de aranceles a los estudiantes de educación terciaria de extracción popular en el marco de una progresión hacia la gratuidad universal). No obstante, no hemos podido convencer a la amplia mayoría de que han sido ellos quienes han estado al centro de estos avances.
Debemos ser capaces de transmitir que los logros de este gobierno en derechos sociales son para la mayoría, porque los derechos son atributos de la ciudadanía que todos tenemos en común. Ello resulta, además, vital para convencer a nuestra generación, que se ha formado en el marco de este proceso, y a qutodos quienes nos quieran acompañar, de un nuevo proyecto colectivo socialista.
2.- Elaborar propuestas con identidad programática
Para muchos, en cada coyuntura los socialistas “discuten de manera apasionada, divagan y, por lo general, se dividen” en medio de “un vacío de identidad y de proyecto”. En su lugar, “el pragmatismo puede ser un lugar poco digno, pero seguro”. Por ello, ante preguntas programáticas, problablemente respondería un complejo entramado de voces contradictorias con poco en común. ¿Es una deuda con los trabajadores la titularidad sindical? ¿Cuál es nuestra concepción democrática de universidad pública? ¿Queremos que el Estado asuma un rol más protagónico? ¿Queremos superar el financiamiento a la demanda en salud y educación?
Debido a su carácter generacional, la Juventud Socialista es un espacio privilegiado para rehabilitar una política de propuestas con identidad, que responda sin vacilar a preguntas como las planteadas, pero esta sólo ha entendido como identitario la apelación al paraíso perdido de los viejos militantes. Mientras tanto, conviven visiones que, a lo menos, son abiertamente contrapuestas.
El resurgimiento del laborismo, de la mano de votantes jóvenes, en cambio, vino acompañado de una elaboración clara. Su manifiesto de gobierno (For the many, not the few) reunió propuestas audaces que nos llevan a reimaginar en estos días el horizonte ético-político del laborismo de post-guerra: aquel que construyó el Estado de bienestar que Tatcher desmantelaría en la década de 1980. Algunas de estas propuestas fueron: aumentar la tributación para el 5% más rico, democratizar las estructuras de propiedad, nacionalizar los sistemas de energía, ferrocarriles y correos, resguardar derechos de los refugiados de guerra, crear un “Servicio Nacional de Educación” (NES, análogo al National Health Service), declarar la gratuidad en la educación, hacer crecer las pensiones anualmente (en 2.5%, la tasa de inflación o el crecimiento promedio de ingresos, según cual sea el más alto, sistema denominado triple lock), construir un millón de viviendas y regular arriendos, aumentar la inversión en el mencionado NHS, reclutar 10 mil policías para dar más seguridad en barrios populares, garantizar mínimos de bienestar para animales de la industria alimentaria, extender estándares medioambientales, invertir el 5% de los derechos televisivos de la Premier League para democratizar el acceso al deporte, oponerse a un segundo referendo escocés, extender el aborto legal hasta Irlanda del Norte, combatir la violencia contra la mujer, garantizar derechos LGBT y avanzar al cumplimiento del acuerdo de no-proliferación de armas nucleares, entre otros. Estas propuesas fueron difundidas al inicio de un resurgimiento electoral, el cual sorteó una brecha de 20% en la intención de voto, llegando a un cuasi empate al momento de la elección.
Crónicas futuras dirán que fue posible reencantar a la ciudadanía desde la claridad de las ideas. Nosotros podemos decir lo obvio: que no todos los fenómenos electorales vienen acompañados de claras definiciones programáticas. Pero sí aquellos que nos importan. En este sentido, considero vital detenernos a elaborar ideas con identidad para comunicarlas de manera clara. Y con ello, quizás, minimizar el habitual coro contradictorio de la izquierda tradicional.
3.- Organizar una campaña de crecimiento
El crecimiento está en el centro del ascenso de la izquierda laborista. En 2015, más de 110 mil personas pagaron 3 libras esterlinas para ser miembros y poder votar en las elecciones internas del partido. Con el apoyo de los sindicatos, en ella Corbyn ganó con el 59% de los votos. Tras una tibia oposición al Brexit, los parlamentarios laboristas lo vetaron y llamaron a nuevas elecciones internas, subiendo el precio de la membresía. El resultado fue que más de 180 mil personas pagaron 25 libras esterlinas en 2016 para darle una nueva victoria a Corbyn, ahora por el 62% de los votos, siendo su adversario mucho más competitivo que el enterior: Owen Smith, un joven candidato de izquierdas apoyado transversalmente tanto por parlamentarios blairites como por progresistas moderados —entre ellos, Ed Miliband, anterior líder laborista derrotado en las elecciones generales de 2015.
No hay posicionamiento de izquierda sin fuerza propia. Fuerza con ideas y claridad programática, pero representada por un número. Esto lo ha entendido Revolución Democrática, quienes han crecido continuadamente desde su fundación, o el Partido Comunista de Chile, un partido de tradición centenaria y el más grande del país.
Para el Partido Socialista, donde el refichaje coincidió con las elecciones internas, una campaña de crecimiento es más relevante que para cualquiera de los casos anteriores, pero es fundamental para su ala crítica. En el caso británico, fue aquel caudal de votos —más de 300 mil militantes han ingresado al partido laborista para apoyar a Corbyn— lo que hizo fracasar el veto de los moderados. Gracias a ese crecimiento, o “efecto Corbyn” como lo denominara The Guardian, no sólo aumentaron los “fans del socialismo”, sino también los votantes reales. En el caso del socialismo, en las elecciones internas su ala crítica logró cerca de un 20% de los votos. Sugiero que sería, al menos, interesante repensar dicho proyecto, como espacio de encuentro de quienes participaron en aquella campaña, para emprender una amplia campaña de crecimiento.
4.- Territorializar la agenda de la izquierda
Cabe mencionar a una de las figuras clave del crecimiento y la fidelización del electorado laborista: el activista Jonathan Lansman, quien dirigió la campaña de 2015 sobre cuyo éxito inesperado fundó la plataforma pro-Corbyn Momentum, descrita por el mencionado Owen Smith como “un partido dentro del partido” al que ocupaba como cuerpo de huésped.
El movimiento de Lansman fue acusado de promover una militancia de escritorio. Nadie confío en que los jóvenes harían realmente campaña. No obstante, los sistemáticos esfuerzos para promover que hicieran “puerta a puerta” e invitaran a sus vecinos a votar, resultó en una inédita movilización territorial. Al respecto, es relevante mencionar uno de los factores que facilitó dicho despliegue: Momentum no tiene ni fines ni orígenes universitarios, al contratio de lo que sucede en España con o en Chile con la izquierda emergente.
En nuestro país, es esencial para la izquierda tanto emergente como tradicional, reconstruir los lazos con la ciudadanía a través de su presencia y, por tanto, la territorialización de su activo en los epacios propios de las comunidades, considerando que es desde estos espacios donde construir un proyecto de país con los énfasis mencionados se hace posible. En este marco, territorializar tiene muchos significados, pero por sobre todo implica volver a una forma de hacer política callejera, entendiendo las calles no sólo como los espacios donde verter demandas desde los movimientos sociales, si no también como espacios donde se viven experiencias, se recogen necesidades y se promueve la organización de las comunidades en orden de construir un proyecto verdaderamente colectivo. Al mismo tiempo, una adecuada campaña comunicacional podría atraer a más personas a la necesaria tarea de volver al territorio.
5.- Defender una democracia genuina (liberarse de la dictadura de las encuestas)
En noviembre de 2016, el académico y exministro de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Genaro Arriagada, describió el fenómeno de Corbyn desde el miedo atávico de los centristas, en una columna titiulada “Corbynism: el mal que amenaza a la izquierda”. En ella, explicaba de qué manera
el “corbynismo” ha creado un divorcio entre la base electoral del partido y la base electoral del Reino Unido. La base del laborismo es medio millón de personas; la del Reino Unido 45 millones (noventa veces más). Mientras la primera va hacia la izquierda radical, la segunda va hacia el centro y la moderación. El resultado es que el PL registra en las encuestas el más bajo resultado en 30 años. Si creemos a The Economist, de haber elecciones, el laborismo perdería hasta 100 de sus 230 parlamentarios. Pero Corbyn no se inmuta. Contra viento y marea hay que ir hacia la izquierda. No importa que en un último voto de confianza solo 40 parlamentarios de su partido lo apoyaran y 172 lo rechazaran, ni tampoco que el país tenga hoy la perspectiva de un gobierno indefinido de los conservadores.
Los acontecimientos se encargaron de falsear la tesis de Arriagada. Pero antes, Fernando Atria y Michelle Peutat desde el PS se encargaron de rechazarla a fines de ese año: “El mal que aqueja a la izquierda no es el “corbynismo”, sino la idea de que para ser de izquierda hay que renunciar a todo lo que define a la izquierda”.
La errónea tesis de Arriagada, lejos de la ingenuidad, coincidió en lo sustantivo con las conclusiones de la mayoría de los analistas. Y es que las encuestas han ganado una importancia nunca antes vista en política. No por nada el Partido Socialista desestimó a tres candidatos con propuestas técnicas elaboradas o al menos enfoques programáticos claros (Ricardo Lagos, José Miguel Insulza, Fernando Atria). La única respuesta institucional fue que no habían crecido en las encuestas.
Lo mismo dijeron los críticos de Corbyn para tratar de desestimar su candidatura. Se montó toda una campaña sobre la premisa de que el laborismo podía ganar las elecciones si su candidato no fuera “inelegible” (“Corbyn is unelectable”). Entre sus promotores estuvieron quienes apoyaron a Owen Smith en 2016. Pero el tiempo no les dio la razón. El propio Owen Smith señaló haber estado equivocado sobre Jeremy Corbyn y hoy, es parte del Gabinete de las sombras que dirige su antiguo contendor, logrando un partido más unido bajo el paraguas de una identidad programática.
Quizás, lo que ha entendido el “corbynismo” es que, para demócratas genuinos, las candidaturas no pueden ser respaldadas o descartadas sólo por sus números en las encuestas, en tanto resulte propio de la dignidad de la política un primer compromiso entre esa campaña, sus partidarios y los horizontes ético-políticos que busca representar. Si esta fuera la lectura correcta, sería importante volver a pensar nuestra relación con la política, el necesario crecimiento, nuestra identidad como socialiastas y las campañas que organizamos. Entender, en el fondo, a la democracia, como un espacio de apuestas que nos abre a la posibilidad de ganar o ser derrotados.
Si no es esta la lectura correcta sobre el laborismo, cabe defenderla aun siendo apócrifa, sobre la convicción de que quienes pretendan cambiar la sociedad no pueden rendirse a la dictadura de las encuestas y la corrección política, porque al camino de las transfromaciones no se puede llegar buscando siempre dónde pisar sobre seguro.
Por David Rojas Lizama
Profesor de Estado en Filosofía
Presidente en Fundación La Alameda – Chile
Santiago de Chile, 20 de julio 2017
Crónica Digital