En el impactante y conmovedor documental de Patricio Guzmán, el realizador se pregunta respecto de cómo, Salvador Allende, pudo ser un revolucionario y un demócrata a la vez.
Cómo, este luchador social y líder popular encarnó un proyecto histórico estrechamente vinculado al ideario legado por la Revolución Francesa: el ideario republicano. Y cómo, desde las ideas socialistas, vinculó el proyecto emancipador chileno, a un recorrido democrático que llena varias décadas de luchas sociales y políticas en nuestro país.
De hecho, Allende es el mejor y más avanzado exponente de un proceso histórico en el que se entronca la Democracia y la República; la Independencia y el Estado Nacional Soberano; el Socialismo y la lucha antimperialista; todos conceptos que en la mecanicista y principista izquierda chilena, del período de la Unidad Popular, con expresiones de izquierda y de derecha, no alcanzaron a ser asimilados como formas políticas concretas para el período revolucionario que le tocó protagonizar.
Sin embargo, esta riqueza del pensamiento y la acción de Salvador Allende, continúan siendo un vacío en buena medida intencional. Porque parece ser que, en la reconstrucción de la historia, más importa quedar ‘bien parados’ a quienes fueron principales gestores de una derrota histórica. Entonces viene las caricaturas de Allende: el demócrata ingenuo; el que murió con un fusil en las manos y punto, sin contexto alguno; el que no supo tomar por asalto el poder, al estilo clásico; el que no pudo evitar la polarización y fue superado por ella; en fin, hay varias más, depende del lugar, la postura y la ubicación que se tenía en ese clave período del proceso chileno.
La hipótesis que aquí se expone, busca señalar que ese recorrido y ese proyecto de Allende tienen continuidad hoy y hacia el futuro.
Dicho de otra forma, el proyecto emancipador que encabezó Allende, es un proyecto inconcluso, pero no derrotado.
Por tanto, vigente como proyecto político, y no necesariamente como programa de gobierno, el cual corresponde realizar a las nuevas fuerzas que están por las transformaciones y la profundización de la Democracia, hasta su realización plena, en el Socialismo.
En este estricto sentido, la agudeza de la política de la Revolución Democrática contiene el legado allendista, en la medida que es continuidad. Sin embargo, si a esa política de Revolución Democrática se le mira como una construcción estática, de ‘saltos’, se comete el mismo error de quienes en el período de la Unidad Popular no alcanzaron a captar y realizar un proceso inédito, único, singular, como lo son en verdad todas las revoluciones populares verdaderas.
¿Se puede defender un proceso de tal naturaleza con formas de lucha incluso violentas?. No solo se puede, se debe defender. La legitimidad de tal acción radica en varios aspectos:
1) La defensa del estado de derecho y de una constitución política vigente, cuya base era el Soberano. En tal sentido, quien rompe ese estado constitucional en Chile, son las fuerzas civiles y militares golpistas.
La cúpula de la Democracia Cristiana, con el apoyo de la CIA y El Vaticano, creyó que podía dirigir el proceso político emanado del golpe, y restituir el estado de derecho democrático algunos meses después, considerando que su máximo líder, Eduardo Frei Montalva, al momento de la mayor violencia ejercida en Chile, era el Presidente del Senado. Pero eso no ocurrió, y vino el ejercicio del terrorismo de estado sin límites. Washington operó sin problemas en toda esa etapa de la vida de Chile. Su intervención fue directa, explícita y sin trabas.
2) Tal como se denunció, por Allende en la ONU, la agresión en contra de Chile y del gobierno de la Unidad Popular vino desde una potencia extranjera, y desde corporaciones transnacionales que inauguraban, así, el período de saqueo a los pueblos y naciones en que hasta hoy están involucradas.
La defensa era a la nación, no a un sector, a su independencia, y eso fue lo que violentaron quienes conspiraron asociados con poderes extranjeros.
Lo que tenían al frente era una República, tal vez una de las más avanzadas, como tal, de todo el continente, y del tercer mundo. No era un estado mágico, era el producto de decenas y decenas de luchas obreras, populares, democráticas, desde el mismo inicio del estado nacional independiente, con O’Higgins, pasando por Recabarren, Balmaceda, Aguirre Cerda, Grove.
En Allende, resultaba absolutamente armónico y coherente (como resulta en Chávez y Fidel, en estos días) sentirse depositario de ese gran legado histórico de emancipación, asunto que le complicaba tanto a esas izquierdas locales que no veían en la historia nacional nada rescatable, o muy poco, que era casi lo mismo; y se aferraban a los manuales y a los diferentes proyectos revolucionarios en voga en esos tiempos, de los cuales hoy se mantienen Cuba, China, Vietnam, Corea del Norte. Y trataban de interpretar lo propio, a partir de esos modelos.
3) El proyecto de Salvador Allende, como acumulación de fuerzas, iba en ascenso. Eso es lo que provocó el golpe, y también la unidad de mando y de acción de las fuerzas políticas que tensaron toda su influencia económica, militar y de masas para provocar desestabilización, incertidumbre y clima de angustia. Incluso, en el terreno de las elecciones formales, Allende seguía avanzando.
No es cierto que todas las fuerzas armadas, en bloque, estaban en contra del gobierno. Si eso hubiese sido así, no se explicaría que Mendoza, para asumir el mando de Carabineros, el mismo once de septiembre, debió desplazar por la fuerza a más de seis generales con mayor antigüedad; tampoco se explicaría el caso del General Bachelet y otros altos jefes de la Fuerza Aérea, constitucionalistas de principios; y también ocurría algo así en el Ejército. En la Armada había un proceso que, sin ningún sentido político real, Altamirano develó como una especie de demostración de fuerza y de audacia sin destino alguno.
Las Fuerzas Armadas de Chile fueron totalmente alineadas después del golpe, y también hubo al interior de ellas una intensa represión. Esto no niega su rol institucional, pero es relevante dejar en claro que también en sus filas ese proyecto emancipador algo había calado. Su democratización, en el marco del estado de derecho republicano, al comenzar el gobierno de la UP, como lo propuso Rodrigo Ambrosio, parecía un camino viable para romper en su interior el germen golpista y reaccionario que ya se venía fraguando. Pero eso debió ocurrir al comienzo.
Allende había pensado en un proyecto de nueva constitución política, que era continuidad y cambio, y que buscaba reformar la institucionalidad política de un estado constitucional que debía adecuarse al nuevo país que emergía. Ese proyecto no alcanzó vigencia política.
Sin embargo, en verdad, a quienes les quedó muy grande ese momento histórico, fue a las orgánicas políticas de la izquierda, adentro y afuera de la Unidad Popular. La soledad de Allende en La Moneda, el once de septiembre, en este sentido, es más que una metáfora o un símbolo histórico.
La ausencia de un desplazamiento audaz del poder político a las organizaciones de masas y populares; la transversalización de las coordinaciones en la defensa del programa popular (que era revolucionario y no reformista, como sostenían algunos, adentro y afuera de la UP), parece ser una de las claves para comprender la indefensión de un proyecto republicano y democrático avanzado. El General Carlos Prats fue partidario de un plan de defensa del estado constitucional y de su gobierno. Se lo expuso a Salvador Allende, el Presidente lo presentó al comité político de la Unidad Popular y a otras fuerzas de izquierda, y no hubo aceptación de ese camino. Unos estaban en el ‘asalto al poder’, y otros en la búsqueda de un diálogo y un entendimiento con la Democracia Cristiana. La dirección política se había trizado, y por cierto la unidad de dirección y acción estaba rota en la izquierda chilena.
Ninguno de los dos caminos tuvo algún efecto real en la defensa del proceso: ambos fueron virtualmente barridos.
En el sentido histórico, es increíble cómo el proceso revolucionario de Venezuela, democrático y republicano, hacia el Socialismo, con elecciones y construcción de poder popular mediante, se abre camino en condiciones históricas mucho más adversas que las que vivió el proyecto de la Unidad Popular. Por cierto, no es igual, nada es igual, pero hay claves históricas que es importante considerar. Por eso, en ese país, hay tantas referencias a la experiencia chilena. Las actuales izquierdas chilenas, las históricas y las nuevas expresiones, pueden rescatar este pedazo de historia para mirar el futuro.
No para copiarlo, pero sí para dar continuidad a un camino inconcluso, que está por hacerse. En eso, Allende y su proyecto nos acompañan propositivamente, para construir el futuro.
Por Juan Andrés Lagos
Periodista
Santiago de Chile, 26 de junio 2017
Crónica Digital