Alguna vez tuve la dicha de visitar Sudáfrica y Australia. Entonces me hice la idea de que había estado en el fin del mundo. La razón es muy simple, con frecuencia nos olvidamos de la existencia de la Antártida.
Guarda relación también con el hecho de que nos han inculcado desde la infancia cinco continentes.
Y en realidad son seis, porque 14 millones de kilómetros cuadrados, con una extensión helada de más de 5,4 millones de km², lo convierten en el cuarto del mundo, detrás de Asia, América y Africa.
A bordo del ferry Yaghan iniciamos la travesía por los canales patagónicos del extremo sur del mundo, desde Punta Arenas, la capital del la Región de Magallanes y la Antártida chilena, destino Puerto Williams.
Somos parte de una expedición de científicos y periodistas invitados por las fundaciones Imagen de Chile y Omora, y el Programa de Conservación Biocultural Subantártica de la Universidad de Magallanes.
Son 303 millas náuticas de trayecto y como nos advierte el capitán de la embarcación, 32 horas sobre el Estrecho de Magallanes.
Rutas adornadas de episodios reales o fabuleros, con la grandeza de intrépidos navegantes y exploradores. Para que esta aventura sea hoy posible, Hernando de Magallanes entregó su vida en una hazaña increíble.
Luego de numerosas vicisitudes, traiciones y batallas contra la inclemencia del tiempo, el 27 de noviembre de 1520, el navegante portugués al servicio de la Corona Española, ingresó en lo que él mismo bautizó como océano Pacífico.
Nos anunciaron como joya de la corona del viaje, los glaciares antárticos, un espectáculo supremo que nadie debió perderse.
Aún si Argentina tiene a Ushuaia, que se precia de ser el poblado austral más extremo, a Chile no le falta razón al enarbolar a Punta Arenas y Puerto Williams, si bien después de estos tres sitios hay varios asentamientos.
Al margen, lo cierto es que el vuelo de Santiago a Punta Arenas tuvo una duración de tres horas y 25 minutos, más que un trayecto a Buenos Aires o Montevideo.
Dejamos atrás Punta Arenas, que llegó a ser El Dorado de la Patagonia antes de la apertura del Canal de Panamá en 1914, al convertirse en el principal puerto de navegación entre los océanos Pacífico y Atlántico, gracias al Estrecho de Magallanes.
Nos esperan los lugares más remotos del orbe. Cabo Froward, donde está la gigantesca Cruz de los Mares, considerado el punto más austral de la masa continental de América.
Igualmente, el Islote Aguila, en el archipiélago Diego Ramírez, punto más meridional de América y, naturalmente, Cabo de Hornos, en la Isla de Hornos y archipiélago de Tierra del Fuego, cuya capital es Puerto Williams.
Como curiosidad y a pesar de las temperaturas heladas de esa zona habitada por los pueblos indígenas kawésqar, yámanas, onas y haush, a Hernando de Magallanes le llamó la atención las fogatas que ardían con mucho humo.
Primero las bautizó como Tierra de los Humos, luego derivó a Tierras de los Fuegos, hasta terminar en Tierra del Fuego.
Por si faltaban pinceladas, estamos en el entorno del Parque etnobotánicoOmora, al norte de la isla Navarino y en la ribera sur del Canal de Beagle, que debe su nombre al buque HMS Beagle.
Famoso también, porque fue en el HMS Beagle donde el naturalista inglés Charles Darwin tuvo su primer encuentro con un glaciar el 29 de enero de 1833.(Tomado de Semanario Orbe)
Por Fausto Triana
Santiago de Chile, 23 de abril 2017
Crónica Digital /PL