Los tiempos que corren entrañan peligros considerables. Hay un factor común que está poniendo en riesgo al sistema democrático tanto en los mayores países del centro del mundo como en el delgado Chile en sus confines, la incapacidad de los gobiernos de centro-izquierda y centro-derecha de resolver los graves problemas acumulados que entraban el continuado desarrollo de la sociedad. A consecuencia de ello, la creciente indignación del pueblo afectado por dichos problemas está siendo instrumentalizada por políticos inescrupulosos de la misma ralea que en el siglo pasado se llamó fascismo. No hay otro camino que conformar grandes alianzas democráticas abiertas a todos aquellos que lo rechazan, pero con dirigencias firmes y decididas a enfrentar resueltamente los intereses privados que sostienen el actual estado de cosas e impiden su indispensable reforma, y aplastar los brotes fascistas con mano de hierro. Así se hizo en el siglo XX y se tendrá que hacer ahora. Para ello resulta indispensable que la “centro-izquierda” deje de identificarse con una actitud conservadora, timorata, frívola y pusilánime, y recupere las nobles tradiciones de sus principales líderes históricos.
La crisis de la institucionalidad democrática en los principales países desarrollados, cuyas expresiones más preocupantes hasta el momento son Trump y el llamado Brexit, se debe principalmente a la incapacidad de los gobiernos de centro-izquierda y centro-derecha, que en conjunto se autodefinen allí como élite liberal, de enfrentar con decisión los poderosos intereses, principalmente el capital financiero y los grandes rentistas, que tuvieron la principal responsabilidad en precipitar la crisis mundial y en su estela han logrado entrabar las medidas indispensables para que las economías se recuperen con fuerza y equidad.
Wolfgang Munchau, uno de los observadores más agudos de esta situación, escribe en un
artículo reciente del Financial Times, “Se requiere una revisión fundamental de la doctrina macroeconómica moderna —desde los bancos centrales independientes y metas inflacionarias a los mercados financieros desregulados y las metas de política fiscal. En breve, si nosotros, la élite liberal, no lo hacemos, los populistas lo harán por nosotros.”
La periodista
Rosa Montero escribe por estos días en El País de España, “Malditos sean los tibios. Los auténticos culpables de que la vida pueda ser tan cruel son los tibios de corazón. Permiten con su indiferencia que el mal campe a sus anchas.” Cita al respecto el Apocalipsis, en donde Jesús dice: “Conozco tus obras, sé que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca”. Y la Divina Comedia, de Dante, en donde, en el ‘Canto III del Infierno’, encontramos que las almas más despreciables son aquellas “que vivieron sin merecer alabanzas ni vituperio (…) que no fueron rebeldes ni fieles a Dios, sino que sólo vivieron para sí”.
Esas sentencias tan lapidarias como verdaderas no siempre se han identificado con los políticos de centro, las grandes alianzas democráticas, y menos con los conservadores que adhieren a ellas. Muy por el contrario, quienes derrotaron al fascismo en la Segunda Guerra Mundial, que conformaron una alianza que abarcó desde los comunistas encabezados por Stalin a los liberales estadounidenses liderados por Roosevelt y hasta los conservadores británicos dirigidos por Churchill, supieron actuar con la decisión, unidad férrea y precisión militar que se requería para aplastar al Eje Nipo-Nazi-Fascista, como se le denominaba en la época.
En Chile, la principal responsabilidad de la grave crisis institucional actual la tienen todos los gobiernos de la transición, tanto los de la Concertación de centroizquierda como el de Piñera, de centroderecha. Ninguno de ellos asumió que había que terminar no sólo con las formas políticas sino también con el modelo económico y social legados por la dictadura. Muy por el contrario, todos se acomodaron de lo más bien a administrar las unas y los otros, con mínimas correcciones de sus aspectos más brutales pero profundizando otros hasta límites insostenibles e intolerables. Ese es el obstáculo no menor que hay que remover para que nuestra economía y sociedad accedan de verdad a la modernidad capitalista y democrática. Es el carácter esencial del programa político de nuestro tiempo.
Una responsabilidad especialmente grave corresponde al gobierno actual y la Nueva Mayoría, que habiendo reconocido finalmente la necesidad de iniciar un camino que condujese a cambios de fondo y haber dado algunos tímidos pasos iniciales en esa dirección, lo cual es su principal mérito, por estos días ha abdicado explícitamente a realizar las reformas indispensables que comprometió con el pueblo que para ello los eligió con una abrumadora mayoría. El intento de quienes lo dirigen en estos momentos y parte de la coalición que lo sustenta, de mantener esta línea conservadora y profundizarla refugiándose en liderazgos del pasado, conduciría a su derrota segura en las próximas elecciones, a consecuencia de lo cual la crisis puede seguir cursos impredecibles y peligrosos para todos.
La situación actual es insostenible y no durará por muchas semanas más. El experimentado y flexible sistema político chileno tendrá que reconformarse rápidamente para estar a la altura de las enormes dimensiones y oscuras profundidades de la ola de indignación popular en ascenso. Ésta requiere de modo urgente una nueva conducción, con la decisión requerida para canalizar su inmensa energía para enfrentar de alguna manera los grandes problemas acumulados. Si ésta no se conforma rápidamente, surgirán liderazgos canallescos con propósitos y padrinos inconfesables, que pretenderán desviar esa energía popular hacia reacciones viles, cobardes, reaccionarias y en definitiva suicidas.
Nunca se sabe cómo se conforman las conducciones políticas que necesitan los pueblos en determinadas coyunturas complicadas, aunque casi siempre aparecen en el momento preciso. En el caso chileno actual, hay quienes proponen destazar la actual coalición de gobierno al menos en dos trozos para volver al viejo esquema de los tres tercios, mientras otros tienen la esperanza de superarla creando algo nuevo por su izquierda. Pareciera que lo primero no resuelve nada y lo segundo, con toda franqueza y simpatía, de ser posible, se ve todavía como algo lejano en circunstancias que el requerimiento de conducción decidida es ahora mismo.
Pareciera que el camino más adecuado es el usual, es decir, la rápida reconformación de las orientaciones y direcciones de los part¡dos, coaliciones y gobiernos existentes, para adoptar de inmediato las consignas y programas requeridos para cada momento. La disposición combativa e intransigentemente antifascista de Churchill reemplazó de un día para otro la inacción apaciguadora de Chamberlain, a la cabeza del partido conservador y el gobierno británico, lo que fue reforzado por la disposición de los laboristas de Attlee y otras fuerzas a incorporarse de inmediato al gabinete que condujo la guerra hasta la victoria final.
En las circunstancias actuales y hasta el último día de su mandato, es la Presidenta Bachelet quien tiene en su mano la llave para abrir paso a la inmediata reorientación del curso de su gobierno, retomando con nuevas personas su ímpetu reformista inicial y profundizarlo de modo de proyectar hacia un segundo mandato la coalición que lo sustenta.
Se hace necesario asimismo considerar la reconformación y ampliación de ésta hacia ambos lados. Todos quienes han salido al paso de las recientes expresiones xenófobas de dos precandidatos presidenciales de derecha han trazado la verdadera línea divisoria entre políticos e intelectuales chilenos. Hay que agrupar de alguna manera y al menos en algunos ámbitos a quienes en torno a esa falla geológica de la política global contemporánea se han ubicado del lado de acá.
Pero todo ello requiere antes que nada sacarse de la cabeza la falsa idea que los partidos y alianzas de centro-izquierda y los aún más amplios frentes antifascistas, son sinónimos de políticos calzonudos. Muy por el contrario, los chilenos tenemos el privilegio de contar con el ejemplo de líderes extraordinarios como los Presidentes Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende. Sin amilanarse ni caer nunca en el abatimiento, ellos dirigieron con voluntad inquebrantable, el Presidente Allende ofrendando su vida como dijo que lo haría, gobiernos sustentados por partidos y alianzas de centro-izquierda que fueron capaces de enfrentar con decisión la reacción feroz de los sectores privilegiados, para realizar las transformaciones históricas que proyectaron nuestro país y sociedad a la era moderna.
Es lo que se requiere hoy.
Por Manuel Riesco
Santiago de Chile, 22 de diciembre 2016
Crónica Digital
Discrepo contigo, cuando escribes “los chilenos tenemos el privilegio de contar con el ejemplo de líderes extraordinarios como los Presidentes Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende”. Cuando quienes lo vivimos sabemos que Eduardo Frei Montalva fue uno de los instigadores, junto a su partido, al golpe de estado, un traidor a la democracia, que no merece ser nombrado en una frase junto a Salvador Allende!