Con una irresponsabilidad rayana en el delirio han encontrado en el “enemigo interno”, tan propio de la Doctrina de la Seguridad Nacional o del totalitarismo – da lo mismo- el objetivo preferido de la caricatura, de la desnaturalización propia del odio y del fanatismo, olvidando al “enemigo principal”, o francamente, coqueteando con él.
Episodios como la rabieta y renuncia del ex ministro del Interior, Jorge Burgos, el cultivo meticuloso del divisionismo interno de la Nueva Mayoría por parte de lideres de la DC, el “nombramiento“ de “Primer ministro” de Burgos por parte del ex presidente de la DC y ex Canciller, Ignacio Walker, la exigencia a La Moneda o a sus aliados de “explicaciones” de otros, el “congelamiento” de relaciones entre el PDC y La Moneda,, las votaciones y los dimes y diretes, entre el PC y sus colegas de la NM, en el proceso de discusión del reajuste de los empleados fiscales (para llegar después a un arreglo a regañadientes), o el rechazo a priori de tal o cual alternativa de candidatura presidencial por parte de una diputada comunista (Ricardo Lagos) hablan mal del estado del enfermo, y no son anécdotas de una comedia de equivocaciones.
No pasa de ser un síntoma de esta enfermedad, que para algunos quisieran que fuera “terminal”, la persistente letanía del decretar “fin” de la Nueva Mayoría al término del gobierno de Michelle Bachelet, con lo cual se pone una anticipada lápida al proyecto reformista que obtuvo el mayoritario apoyo ciudadano en 2012, y a la unidad de las fuerzas progresistas del país, en medio de la aclamación de la Derecha empresarial y pinochetista, que busca así, sin mayor esfuerzo, recuperar el poder presidencial: dividir para reinar.
Y como advertía un respetable líder histórico de la DC, Radomiro Tomic, sin tener en cuenta de que “cuando se gana con la Derecha es la Derecha la que gana”.
Si esto no es complicidad e irresponsabilidad histórica, no se sabría còmo calificarla.
Para estos “príncipes”- el grupo que propicia esta política suicida- el año 2017 sería la despedida con estos incómodos socios de coalición, porque lo reconocen, la alianza forjada bajo la figura de Bachelet, fue una jugada oportunista y circunstancial, un cálculo maquiavélico para tomar aliento, y recuperar posiciones internas dentro de su colectividad.
Sin duda hará falta mucha serenidad y habilidad política en la Nueva Mayoría para superar las duras confrontaciones internas que se perfilan para el 2017.
La responsabilidad de sus dirigencias es determinante. Y deberán precisar sus pasos, tanto como cuidar sus palabras, pero sobre todo idear un relato y unas acciones que restablezcan la confianza de los ciudadanos en la política y en las instituciones de la democracia: los partidos, los movimientos sociales, las autoridades legislativas y del gobierno.
Aquí no hay atajos, porque esos pueden llevar al país al despeñadero de la demagogia, el populismo, la dispersión social o una decepción generalizada.
Y la responsabilidad es de todos los actores políticos e institucionales, que por acción u omisión debilitan el tejido social y democrático o abren el camino a una dictadura o el caos.
Lo que realmente está en juego son dos proyectos políticos, sociales y económicos, la permanencia de los objetivos reformadores o la resistencia de la Derecha a procesos de cambio indispensables para un Chile realmente democrático y que lleve el progreso, y la justicia social, el protagonismo participativo a los ciudadanos.
La división que se registró en la Nueva Mayoría en 2016, cuyos efectos se expresaron drásticamente en las elecciones municipales y en las elecciones gremiales, como en la Central Unitaria de Trabajadores y en el Colegio de Profesores, constituyen una severa advertencia para el 2017 y el futuro de Chile.
Hay que escuchar a la gente, reconocer sus demandas, ponerse a la altura de sus exigencias, organizar, convencer, reencantar.
Si no lo entendemos así y actuamos en consecuencia ya no podremos hablar de una “enfermedad infantil”, -el divisionismo y la descomposición- sino de una enfermedad francamente terminal. Se habrá impuesto la tendencia irrefrenable a la dispersión, a la acción de una fuerza centrífuga irrefrenable, que afecta crónicamente a laz llamadas izquierdas en tiempos de crisis.
Y será tarde para lamentarse.
Por Marcel Garcés Muñoz
Santiago de Chile, 20 de diciembre 2016