James Webb es fruto de la colaboración de tres agencias espaciales: la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) de Estados Unidos, la Agencia Espacial Europea y la Agencia Espacial Canadiense (CSA); y otros veinte países.
Hubble se sitúa en órbita a una altura de 559 kilómetros, y el James Webb estará a casi un millón y medio de nuestro planeta, en uno de los cinco Puntos Lagrange (el P2) que se encuentran en el sistema orbital formado por la Tierra y el Sol.
Dicha ubicación es tremendamente estable con una temperatura fija, lo que le permitirá al telescopio tomar medidas muy precisas de todo lo que observe, explicaron los científicos.
Pero esta lejanía le impedirá recibir misiones de reparación o mantenimiento, de modo que, una vez desplegado, no podrá permitirse ningún fallo.
Ante cualquier imprevisto, la electrónica de todos los instrumentos está duplicada; y posee un escudo que lo proteje de la radiación solar, diseñado para no rajarse en caso de impacto de un pequeño meteorito.
Otra diferencia con Hubble es que mientras éste opera en el espectro de la luz visible, el James Webb lo hará en el infrarrojo cercano y medio, de forma tal que puede estudiar sus líneas espectrales con una nitidez jamás conseguida.
Los datos que recoja se transmitirán a través de la red de espacio profundo, con estaciones en Madrid, España; y otras dos en Goldstone, al oeste de Estados Unidos, y cerca de Camberra, en Australia. El telescopio podrá descargar a la Tierra 10 GB diarios de datos.
Londres, 15 de octubre 2016
Crónica Digital / PL