Hace pocos días, cuando comenzó este inexorable camino de bajada por la cuesta de los años y las enfermedades, Luis Alberto Mancilla, en una de nuestras últimas conversaciones en el Hospital Arriarán, resumía con cierta ironía y resignación, que quería ser humor negro, “estoy convertido en un viejo de mierda”.
Era mentira, él seguía con interés, preocupación, pero también con esperanzas todo el acontecer nacional e internacional. Interrogaba y se hacía preguntas. Su mente estaba atenta, hacia diagnósticos, expresaba frustraciones y expectativas.
Estaba interesado en la situación política presente, la cotidianeidad social y los temas de la política y de la cultura, las perspectivas de futuro, sentía ansiedad frente a las incógnitas que se abrían, las conductas o inconductas de ciertos políticos, o la amenaza de los poderes fácticos sobre la gobernabilidad y la institucionalidad democrática, las trampas y conjuras que se abrían en el escenario.
Luis Alberto, estaba pleno de sabiduría, curiosidad y conocimiento y de ese espíritu crítico y de compromiso, que lo caracterizó a través del tiempo, de toda su vida.
Luis Alberto sin duda fue un optimista. De los optimistas históricos”, pero también de los optimistas románticos, idealistas, de ideales y no de ilusiones.
Enfrentó las pruebas del destino histórico y personal, con alegría de vivir, con ciertas certidumbres, si no en el triunfo en la “lucha final”, que nos prometían los himnos partidarios, por lo menos en lo que fuéramos capaces de construir en la lucha social y en el devenir de la historia.
Y fue un protagonista y testigo comprometido en este proceso, de construcción y de esperanzas desde la trinchera del periodismo y la militancia comunista, en el diario EL SIGLO, al que ingresó a los 27 años, como corrector de pruebas, para luego hacerse cargo de los temas de cultura, y terminando como redactor en su página editorial junto a Raúl Iturra Falcka, y bajo los seudónimos de Simón Blanco, Martin Ruiz, Pastor Aucapán o Joaqui8n Becerra, según las temáticas que abordara.
Su biografía lo retrata de cuerpo entero. Hijo de una madre soltera y de un padre ausente al que no conoció. Fue su tía Luzmira, modesta y bondadosa, la que lo crió.
Fue obrero en Laboratorios Recalcine, donde operaba una máquina que producía el analgésico Cafrenal, y llego a ser un destacado-intelectual, forjado a fuego en la conocida “universidad de la vida” y gracias a su tenacidad y esfuerzo personal.
Forzado al exilio tras el Golpe de Estado militar derechista del 11 de septiembre de 1973, Mancilla ocupó su lugar en el movimiento de solidaridad con Chile, en las tareas del exterior para financiar y apoyar la resistencia a la tiranía en el país, en Paris, Moscú o Berlín.
En la entonces capital soviética, fue secretario de Don Lucho, el secretario general del Partido Comunista de Chile, Luis Corvalán, fue editor, en Paris y en Berlín, del Boletin del Comité Exterior de la CUT, participó en el Consejo Permanente de la revista cultural Araucaria y entregó su aporte al Boletín Rojo, publicación teórica del Partido Comunista de Chile en el exterior. Fue también constante colaborador de los programas destinados a Chile de las radio Berlín Internacional y del programa Escucha Chile, de Radio Moscú.
Chile, la lucha del pueblo, de los demócratas siempre estuvo en su corazón de exiliado, una condición que le dolía humanamente, cultural y políticamente. Nunca pudo acostumbrarse e a otros cielos, otras latitudes, otros sabores, aunque supo aprovechar el arte y la cotidianeidad, el conocimiento de otras realidades y de las personas, para enriquecer su acervo cultural.
No hizo mayor esfuerzo por aprender otros idiomas- el francés. El alemán o el ruso- pero eso no le impidió ser asiduo espectador de la opera, el teatro, el ballet , los conciertos, en Peris, Berlín o Moscú, donde no tenía problema para conseguir entradas , en el mismo día en que invitaba y encantaba a algunas de sus visitas . con los mejores espectáculos.
¿Cómo lo hacía, cómo llegaba a las boleterías del Bolshoi o del Berliner Ensamble, se hacía entender y conseguía las entradas, que habitualmente a otros mortales les costaba por lo menos un par de semanas de espera?. Ese secreto se lo llevó a la tumba, pero había algo en él, un encanto natural, una seguridad en que se hacia entender, que le abría las puertas y el afecto.
Volvió al país en 1989, tras 12 años de exilio y le costó encajar en un Chile donde imperaban, vamos a decir, “valores” que le eran ajenos, el lucro, el egoísmo, la intolerancia, las desconfianzas, el oportunismo, los intereses creados, el arribismo, el individualismo, el consumismo, y otras lacras sociales, de un país que apenas salía de la dictadura pero donde la democracia no se consolidaba, y más bien buscaba una convivencia- la transición pactada, que le llamaban, con los poderes fácticos- económicos y militares, especialmente, todo lo cual le repugnaba, incluso estéticamente.
Pudo, tras días difíciles, volver a lo suyo, el periodismo cultural, a lo que sumó la gestión cultural, hasta que hizo puerto en LOM, donde durante 21 años ejerció, primero como Relacionador Público y luego como integrante del Comité Editorial. Y en el diario La Nación y en la revista Punto Final, donde ejerció como crítico de cine. Durante cinco años fue funcionario de la Fundación Pablo Neruda, a la que llegó, por instancias de su amiga Aida Figueroa, protectora desde su juventud y amiga leal.
Completó con la reedición el libro “Los días chilenos de Juan Bosch”, el político dominicano que llegó a ser presidente de República Dominicana, tras el dictador, Leonidas Trujillo, su obra de narrador que antes dio otro título: “Hoy es todavía, Biografía de José Venturelli”, y “Gente del siglo XX”, editada por LOM,N pero su obra principal está en sus crónicas, que merecerían ser releídas, editadas como testimonio de épocas, personajes y de elegancia estilística.
En una extensa entrevista de hace cinco años, realizada por el periodista y poeta, Carlos Ernesto Sánchez, Mancilla comentó, con naturalidad: “A estas alturas ya tengo pocos sueños, el sueño mas próximo es la muerte”.
Este lunes 25 de julio de 2016 dio su última batalla. Y ha partido. Se cierra su biografía, pero nos queda su recuerdo y claro, sus esperanzas.
Por Marcel Garcés
Crónica Digital, 26 de Julio 2016
Creo que gracias a sus crónicas logré hacerme de un acervo cultural superior al medio. El Siglo dominical me atraía por sus escritos culturales, sin desmerecer los de otros como él.
Buena idea de Marcel, la de reeditar y releerlo.
Elías