Si algunos quisieron que el ritual ciudadano por el fallecimiento de Patricio Aylwin se convirtiera en un punto de partida para la recuperación del prestigio de la política en Chile, a no mucho andar tuvieron que volver a la decepcionante realidad.
El intento de reivindicar la política de los acuerdos o las apelaciones a las virtudes cívicas, reales o atribuidas, en medio de un ambiente emotivo, del primer presidente de la transición de la dictadura a la democracia chocó estrepitosamente con una realidad de intereses partidistas sectarios, de cálculos mezquinos que condujo al episodio, precisamente de la falta de acuerdos en el tema de las candidaturas municipales en la Nueva Mayoría, y al rocambolesco espectáculo de la fallida inscripción ante el Servicio Electoral.
Minutos antes de la sepultación de los restos mortales de Patricio Aylwin, la presidenta de la Democracia Cristiana, Senadora Carolina Goic- una figura que proyecta una imagen positiva en un escenario de golpes bajos y mandobles- reconoció en palabras espontáneas, fuera del texto oficial de su discurso fúnebre, que “mucha gente ya no nos cree” apuntando que “la clase política se encuentra profundamente cuestionada” y pidió “perdón por los abusos de poder y falta de ética”.
Y agregó, junto a este diagnóstico brutal y reconocimiento dramático, que “es por eso que hoy yo quiero asumir solemnemente un compromiso. El compromiso de tomar el camino difícil. Los democratacristianos asumiremos el deber histórico de fortalecer las instituciones de la República, mediante la probidad, la austeridad y la transparencia”.-
Significativas, decidores y tal vez, esperanzadoras palabras de quien asumió la presidencia del mayoritario partido de la Nueva Mayoría, en medio de una crisis ética y política y de una lucha intestina, de la que ella parece ajena y ofreciendo su sacrificio personal para evitar los males mayores de la división, la escisión o la lucha fratricida.
Pero el problema no es solo la DC. El espectáculo bochornoso de la inscripción de las elecciones primarias afecta a todo la coalición, cuando priman los intereses, las ambiciones electoralistas sectarias o personales.
Los ciudadanos pueden preguntarse, con toda razón que si no son capaces de ponerse de acuerdo en los comicios municipales, ¿podrán hacerlo en las presidenciales de 2017, y ofrecer una perspectiva (un programa y un gobierno) para consolidar y proyectar las reformas prometidas y que Chile espera y necesita?.
Está instalada en la ciudadanía una legítima incertidumbre sobre sus capacidades y hasta quizás, de sus reales intenciones y objetivos.
La última encuesta de opinión pública de Radio Cooperativa y la consultora Imaginacción, realizada entre el 21 y 23 de abril, y dada a conocer el 26, constata que un 65.6 por ciento del universo consultado tiene mala o muy mala opinión de los partidos políticos, aunque la cifra resulta un poco alentadora (más baja) frente al 76.7 por ciento de febrero pasado, aumentando de 18.5 a 29.2 por ciento quienes los consideran “regulares”.
La encuesta (con muestreo de teléfonos celulares y fijos) incluyó 500 casos a nivel nacional, con un margen de error de 4.3 por ciento para un nivel de confianza de 95 por ciento.
La necesidad y urgencia de que los partidos, y no solo en la Nueva Mayoría, restablezcan su imagen, mejoren sus conductas, recuperen el respeto de los ciudadanos, se hace urgente.
La enfermedad cívica del desafecto, el rechazo, la desconfianza ha contagiado a todo el espectro nacional, y ello puede traer como consecuencia el hastío político del pueblo, una abstención electoral abrumadora que deslegitime la generación de los poderes y con ello se llegue al colapso de la institucionalidad democrática.
Esto no es la amenaza un escenario meramente hipotético, una advertencia catastrofista, la suposición de una profesía autocumplida, sino una posibilidad cierta, una perspectiva inquietante y un destino suicida.
La responsabilidad política y personal de los actuales líderes partidistas es inevitable e indisimulable, Y los ciudadanos tienen el derecho de exigirles responder a sus deberes y a eso que llaman “vocación de servicio”.
Las elecciones municipales son una primera oportunidad, para políticos y ciudadanos (electores).
Como muchas veces en las encrucijadas de la historia los pueblos se ponen en la disyuntiva clásica del ¿Qué hacer?. Y de la respuesta que encuentren dependerá su porvenir.
Por Marcel Garcés Muñoz
Director de Crónica Digital
Santiago de Chile, 29 de abril 2016
Crónica Digital