Desde los tiempos de Cervantes los españoles utilizan su poderosa lengua sin relames. No siempre resulta políticamente correcto, puesto que frecuentemente se toman por culo y cagan en la leche, el Papa y hasta en Dios Todopoderoso. Sin embargo, del Presidente de CODELCO, Oscar Landerretche, sin duda dirían lo justo ¡es un tío de cojones! En Suiza, en la madriguera misma de los mayores especuladores mundiales, los comparó con traficantes de drogas que cuando la mezquinan provocan en los adictos transpiraciones y toda suerte de espasmos. Más en serio,
desnudó que determinan el “súper ciclo” de precios mundiales del cobre, ni más ni menos. A sus anfitriones no les gustó nada y como son tíos de mala leche no se la van a perdonar. Los chilenos podemos estar orgullosos y manifestarle nuestro respeto.
La prensa financiera mundial que ha venido intentando develar esta realidad lo destacó más o menos ampliamente, pero en Chile nadie dijo nada. Por toda respuesta, Joaquín Villarino, presidente del Consejo Minero, publicó una
carta en El Mercurio donde reconoce que por “rigideces de la oferta” el precio depende exclusivamente de la demanda. Sin embargo, insiste en la majadería de atribuir las enormes variaciones de ésta al comportamiento del consumo productivo, particularmente de China, y se asombra que las compras de ese país el año pasado, a pesar de haber alcanzado su récord histórico, crecieron mucho menos que el rapidísimo 6,5 por ciento de su economía.
El consumo productivo de las economías desarrolladas también creció en la medida que se vienen recuperando de la crisis, aún a tropezones.
Globalmente ha continuado subiendo desde el 2011 y muy fuerte. Sin embargo, el precio ha caído a menos de la mitad. Obviamente ello se debe a una fuerte caída de la demanda ¿pero cuál? Villarino lo insinúa al reconocer que el cobre es también un “instrumento financiero”. En efecto, los clásicos descubrieron hace dos siglos que la demanda de todas las mercancías escasas no tiene una sino dos componentes, producción para consumo final como todas las demás y… ¡especulación!
Ahora sabemos que esta última, que se debe precisamente a que sus precios cambian a cada instante al depender sólo de la demanda, es la que determina el “súper ciclo” de ésta y por lo tanto de aquellos. Es lo que explica su insólito comportamiento, que
sigue el ciclo secular de las economías desarrolladas ¡exactamente al revés! El precio se va a las nubes cuando éstas atraviesan turbulencias, como en la década de 1970 y nuevamente en los 2000. En cambio se derrumba cuando se recuperan y crecen, como en los años 1980 y 1990, y nuevamente en la década en curso.
Todas las materias primas,
bolsas y monedas emergentes siguieron un ciclo parecido, por la misma razón. Tal como sucedió en los años 1980, el gran vuelo de los capitales golondrinas regresando al Norte durante la segunda década del siglo, derrumbó lo que su visita durante la primera había inflado en el Sur.
Villarino se queja que los economistas son incapaces de predecir el precio, sus proyecciones van de menos de dos dólares por libra a más de tres y muchos simplemente renuncian al ejercicio. En eso tiene razón, con el agravante en el caso chileno que dicha cocinería determina por ley nada menos que el presupuesto público.
Según él, para determinar el precio hay que estudiar el costo del yacimiento marginal, sin embargo, la relación de éste con el precio opera al revés de lo que supone. Las constantes oscilaciones de la demanda, amplificadas por la especulación, determinan el precio de las mercancías escasas y éste a su vez determina que productores marginales resultan viables en un momento dado.
Efectivamente, en el caso de las mercancías escasas el precio no es igual al costo de producción promedio, que incluye la ganancia capitalista media, como sucede en los mercados competitivos, sino igual a los costos del productor marginal o más ineficiente. Ese es precisamente el secreto de la renta, que descubrieron los economistas clásicos y ha recogido toda la ciencia económica posterior. Con la única excepción de los neoliberales, para quienes si bien existe es irrelevante, lo cual hace muy atractivas sus teorías a sus generosos padrinos rentistas.
De este modo, todos los productores de mercancías basadas en un factor escaso venden siempre por encima de sus costos de producción, que incluye la ganancia capitalista media. Esta sobreganancia, modesta u obscena según la demanda, es percibida siempre por todos ellos, incluso el productor marginal que difícilmente aportaría su tierra sin cobrar algo como acota Marx. Es lo que se denomina renta.
En los mercados competitivos, en cambio, el precio es determinado por el costo promedio, que incluye la ganancia capitalista media. Siempre habrá innovadores con costos inferiores al promedio, mientras la mayoría tiene costos parecidos a éste, pero siempre habrá otro grupo con costos más elevados que el promedio. Los primeros perciben una ganancia extraordinaria, que es el motor de la innovación y el carácter revolucionario del capitalismo, mientras los últimos ganan menos que el promedio o derechamente pierden plata y son desplazados del mercado.
La tecnología no agrega valor, al revés, abarata los productos. Una nueva máquina, diseño o forma de organizar la producción, sólo transfieren al producto lo que ellas mismas costaron, como bien sabe cualquier contador que calcula su depreciación. Pero además transfieren hacia los innovadores parte del valor creado por el trabajo en sus competidores más lerdos, de modo que el promedio de los costos de todos iguale al precio del mercado. Del mismo modo, transfiere valor desde las industrias intensivas en mano de obra a las intensivas en medios de producción, de manera de rentabilizar las mayores inversiones de éstas, al tiempo que satisfacer la misma ley fundamental de la economía.
Los mercados con renta aparentemente escapan a dicha ley, puesto que todos sus productores venden siempre por encima de sus costos de producción, pero ¿quién paga el sobreprecio? Transitoriamente puede recurrirse a los ahorros, pero éstos se agotan. Un año con otro, debe satisfacerse necesariamente la ecuación básica de la economía: globalmente la suma de todos los precios necesariamente debe ser igual a la suma de los costos, puesto que éstos solventan la demanda de aquellos. Para que las mercancías escasas se puedan vender por encima de sus costos de producción, que incluyen la ganancia capitalista media, las demás deben necesariamente venderse por debajo de los suyos, a costa de una rebaja de ésta. Ello era bien evidente para Mr. James Anderson, el progresista agricultor que formuló la teoría de la renta e inventó el arado escocés a fines del siglo XVIII, quién todos los años debía destinar parte de sus ganancias para pagar al duque local la renta que éste cobraba por las fértiles tierras que le arrendaba.
En los mercados competitivos nadie ha clavado la rueda de la fortuna, los innovadores de hoy pueden ser los lerdos de mañana y viceversa. Todos tienen que innovar constantemente a riesgo de desaparecer, puesto que nada limita que un productor de bajos costos aumente su producción hasta desplazar a todos los demás. Muy distinto es el caso de los recursos escasos, cuyos propietarios cobran renta a como dé lugar ¡sin moverse de su sillón, igual que el duque de Mr. Anderson!
La escasez de recursos nunca es absoluta, sino relativa. En el caso de los minerales todos son muy abundantes en el planeta. Lo escaso son los de calidad superior a los que explota el productor marginal cuyos costos igualan al precio en un momento dado. Por eso carece de sentido afirmar que hay que explotar rápido los minerales porque son muy abundantes, como afirman los que justificaron la entrega sin costo de las pertenencias de cobre o los que quieren apoderarse del Litio.
Comprender esta relación resulta clave asimismo para resolver correctamente el dilema de los niveles de producción óptimos de Codelco. Cuando los precios bajan, los que deben salir del mercado son los yacimientos de costos más elevados, puesto que todo el resto sigue obteniendo ganancias y rentas, lo que beneficia especialmente a los más eficientes como CODELCO, puesto que aumentan su participación de mercado. Son otros los que deben salir, como ha dicho el Ministro de Petróleo de Arabia Saudita.
Como reclama Villarino, el precio de corto plazo de las materias primas no se puede predecir, sube y baja a cada instante. Pero para su tranquilidad, a estas alturas se conoce su promedio de largo plazo, y se puede predecir aproximadamente el denominado “superciclo”. El primero es extraordinariamente estable en el tiempo, sin tendencia apreciable a la baja o alza, probablemente porque el avance en las tecnologías de exploración y explotación compensan su creciente escasez.
El
precio promedio del cobre en los últimos ochenta años es 213 centavos de dólar (moneda del año 2012) por libra, o 178 gramos de oro por tonelada; este último mineral también oscila con el “superciclo”, pero mucho menos que todos los demás dada su condición de dinero mundial, que es un concepto diferente a las monedas, que son los nombres nacionales de determinadas cantidades del material dinero, como descubrieron los clásicos.
Ya se sabe que el
precio sigue el ciclo secular de las economías desarrolladas pero al revés. En
el último súper ciclo el cobre estuvo doce años por encima de su promedio de largo plazo durante la crisis secular de aquellas en los años 1970, y 30 años por debajo del promedio cuando se recuperaron y alcanzaron un auge en los 1980 y 1990, alcanzando un mínimo de un dólar por libra el año 1998 antes de volver a subir. Su nueva alza duró también doce años, desde el 2003 al 2015. Ojalá, las vacas flacas no duren nuevamente tres décadas, pero es lo más probable.
¡Hic Rhodus, hic salta!
Por Manuel Riesco
Santiago de Chile, 20 de abril 2016
Crónica Digital