La crueldad infinita no puede explicarlo todo. Sin embargo, la inmolación de los terroristas suicidas que golpearon duramente ayer a Bélgica, puede eso sí enredarnos en la madeja de las religiones y las culturas, mientras los responsables políticos directos quedan en la oscuridad.
Estos atentados se veían venir. Era una cuestión de tiempo. La tensión en la seguridad belga y de la Unión Europea creció, mientras los cabecillas de la franquicia terrorista que se hace llamar Ejército Islámico intentaban encontrar su oportunidad para golpear en el espacio que alberga a la burocracia mayor de la Alianza Transatlántica. Especialmente en la mira estaban aquella militar como la OTAN y la política, como son las dependencias de la Unión Europea.
Era una deuda pendiente y seguramente el objetivo eran los mismos edificios de estas dos emblemáticas instituciones. No fue posible y el resultado es lo que sabemos: dejar el reguero de sangre en el lugar de más público y vulnerable a cualquier ataque, las estaciones y zonas de transporte.
Difícil, sino imposible detectar suicidas que portan explosivos adecuados para la penetración y habilitados para torcer la eficacia de los sensores, tema que desnuda toda la crudeza del aspecto puramente específico y técnico, y frente al cual el tema político de peso aparece desdibujado.
No es solo una nueva agresión a la cultura ni a la democracia europea, como manifestó David Cameron el Primer Ministro británico. Eso es reducir el problema y de alguna forma encubrir la situación política de una franquicia terrorista fabricada para derribar gobiernos y desestabilizar estados que no se someten a la alianza transatlántica.
Sin embargo, para analizar el porqué de este atentado se debe enfocar el problema central, cuya gestación es previa y que es político, sin olvidar el contexto. El terrorismo golpea ese epicentro del poder mundial, justo en un período en que a pesar de la evidente fatiga en la maquinaria política y diplomática para detener el terrorismo iniciado el 11 de septiembre de 2001, el precario sistema internacional también entrega señales de paz y moderación. Ocurre cuando el presidente de la potencia mayor, Barack Obama, estableciendo un hito histórico, viaja a Cuba en una visita orientada a disminuir las beligerancias y las confrontaciones en una zona critica del hemisferio occidental y que atraviesa por sus propias convulsiones políticas, sin llegar al extremismo que emana de las luchas por el poder en el medio oriente.
También este período está marcado por la retirada gradual y parcial de las tropas y aviación rusa de Siria en una señal política hacia fortalecer el camino de la negociación para ponerle fin a una guerra que nunca debió estallar, si se hubieran respetado los mínimos principios de la carta de Naciones Unidas, que invocan la no injerencia en los asuntos internos de las naciones evitando el intervencionismo agresivo que se ha aplicado en Siria por ejemplo, para derrocar al presidente en ejercicio.
Estos dos antecedentes demuestran que los atentados son obra intelectual de aquellos estados que han inyectado terroristas en Siria e Irak para desestabilizar ambas naciones, y que por razones de supremacía frustrada al ver que los avances del llamado ejército islámico han sido reducidos, golpean a los cuarteles generales que dieron las órdenes iniciales para llevar a cabo esos planes y que sin embargo cinco años más tarde, el tiempo transcurrido en la guerra en Siria, reculan y se transforman en patrones ambiguos y arrepentidos.
Hace una semana Barack Obama dio una entrevista en la revista The Atlantic y desacredita a los gobernantes en Arabia Saudita llamándolos “free riders”, que significaría vulgarmente el que no paga pasaje o se acomoda con las virtudes del otro. Además de este significado, la alusión lleva la connotación de “jinetes sin control”, de alguien que se aprovecha y hace lo que quiere. Es como denigrar al personaje. Esta entrevista, donde Obama hace una crítica descarnada al modelo de gobierno en Arabia Saudita, es otro hito en el proceso de intentar influenciar a aquellos aliados, incluyendo árabes, turcos e israelíes en la operación de Estados Unidos y la OTAN de llevar adelante un plan de remodelación de las estructuras de poder en el medio oriente.
Este plan que tuvo al inicio en las llamadas “primaveras árabes”, su máxima redención y después la completa catástrofe, ha fracasado. Hay una sensación generalizada de fracaso en los países que la vivieron en carne propia, incluyendo a Túnez, que lo disimula con el viejo paternalismo de las clases altas, y también en los países que la estimularon como Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea. También en Naciones Unidas se respira ese fracaso, porque tampoco ha podido liderar y posteriormente ni siquiera organizar un sistema transitorio, al menos de manejo de las situaciones de desestabilización que se han producido en Afganistán,Irak, Siria, Libia, Egipto, Yemen, y de contención de las ambiciones de supremacía de Turquía y Arabia Saudita.
Con todo lo anterior, la sensación de frustración mayor, la llevan aquellas redes operativas de terroristas subcontratados que ven que el plan de derrocar al presidente en Siria se desmorona, que Irán se ha convertido en una potencia regional confiable y con la cual se puede negociar, que las fuentes de ingreso se están cerrando y que solo queda matar a destajo por represalia, por no haber respetado la palabra cumplida.
Arabia Saudita y Turquía, en una disimulada compañía de Israel, han sido de los principales gestores de la operación de derrocar al presidente sirio Bashar el Assad, usando la industria terrorista que conocemos y que se hace llamar ejército islámico, o el ISIS o el DAESH. Estados Unidos y la Comunidad Europea permitieron que esos “free riders” gozaran de escaso control y monitoreo, y en parte son responsables también de los efectos. Las víctimas del último atentado en Bélgica probablemente no sabían que esos “free riders” operan bajo el principio de la palabra cumplida.
Por Francisco Coloane
Escritor y analista Internacional
Santiago de Chile, 24 de marzo 2016
Crónica Digital