Quién debe decirlo para que alguien, con responsabilidad política, tome nota de la opinión de una de las mentes brillantes del país?
Humberto Maturana, una de esas mentes, dijo en una entrevista reciente que “Hoy no estamos viviendo en democracia”.
Si se mira con calma, con frialdad y criterio, esta frase encierra una verdad con categoría de aforismo que debiera provocar algo más que una simplona sonrisa en los analistas y los interesados en la política nacional.
Resulta evidente que en Chile estamos muy lejos de la democracia con que soñamos durante tanto tiempo, mientras nos cubría la noche ignorante y criminal de la dictadura, pendiendo sobre nuestras cabezas una espada de Damocles que amenazaba caer al mínimo olor a opinión distinta a la oficial.
El país que idearon Guzmán y sus adláteres, con la cuidadosa protección de los delincuentes de cuello y corbata que siempre financiaron el sueño de un país hecho a la medida de sus crímenes, se ha ido proyectando hasta nuestros días bajo el manto de una Constitución que, en apariencia, muchos rechazaron en aquellos años.
No vivimos en democracia porque sigue habiendo un número no determinado de personas que apenas superan la enorme desigualdad que caracteriza el capitalismo en Chile.
No vivimos en democracia porque las principales estructuras que debieran ser depositarias de la confianza y representación populares, parecen vivir en un mundo distinto, llenas de privilegios y con permiso para delinquir gracias a leyes hechas a la medida de sus rapiñerías.
No vivimos en democracia porque cada día nos enteramos, por casualidad y no por investigación inducida, de nuevos conciliábulos y acuerdos entre los que tienen concentradas en sus manos las riquezas del país. Y lo peor es que intentan demostrar que sus robos son, como dijo una parlamentaria, un “error involuntario”. Esto, en un Chile donde el privilegio y el pituteo mandan, es una mala e inútil excusa.
No vivimos en democracia si el caso de una profesora jubilada que mendiga en el Metro es material para los matinales de tv o para la nefasta farándula de corte criollo, y no merece ni una palabra o acción del Ministerio de Educación, del Colegio de Profesores o de los alumnos de Pedagogía de las universidades chilenas.
No vivimos en democracia si nadie es capaz de establecer con claridad una política que solucione el tema en la Araucanía. Una inteligente, no la represión brutal y cavernícola que han aplicado los gobiernos y sus funcionarios civiles y uniformados desde hace décadas.
No vivimos en democracia si la Salud, la Educación, la Vivienda, son vistos como bienes transables y no como lo que realmente son: derechos inalienables a los que todos debemos tener acceso.
No vivimos en democracia si siete familias y sus empleados pretenden mantener su propiedad sobre un mar que nos pertenece a todos y que truenan escandalizados cuando los más buscan que los menos devuelvan lo usurpado.
No vivimos en democracia si los medios de comunicación continúan en manos de los mismos que auspiciaron el pinochetismo desde su hora inicial, si los que sustentan la “opinión pública” son los mismos que sólo aceptan la democracia cuando ésta sirve a sus fines.
Es necesario seguir?
Más de alguien dirá que sí, que es necesario demostrar lo que acá se dice. Que no es comparable el actual estado de cosas con los peores días de la dictadura.
Es cierto. Es difícil, como inútil, comparar.
Pero la lucha, las vidas entregadas, los sacrificios de tantos anónimos, no pueden ser obviados para siempre. Ha de llegar el momento en que los cambios sean de verdad profundos. En que no se tenga miedo a la agudización del conflicto, en que su resolución no esté mediada por traumas pasados ni por certificados de buena conducta a presentar en lugares oscuros donde campea el lobbysmo.
Es posible conquistar la democracia, alcanzar el objetivo por el cual se vivieron (y murieron) tan largos y terribles días.
Pero para ello es necesario depositar en el pueblo la responsabilidad de su futuro. Darle oportunidad real de construir el país que se quiere. Abrir sin filtros las puertas a la Asamblea Constituyente y a una verdadera Constitución.
Y a los que no les guste, como decía Pablo Neruda, “que se vaya a Miami con sus tías”.
Por Patricio Aguilar C.
Fundador y ex director de Mundo Posible.cl Colaborador de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 22 de enero 2016
Crónica Digital