Contestataria, rebelde, feminista, la rapera chilena Ana Tijoux desafió la altura de Quito, a más de dos mil 800 metros sobre el nivel del mar, sin perder el ritmo y la voz potente, clamorosa de libertad.
Valga aclarar que la altura de esta ciudad propicia falta de oxígeno al menor esfuerzo y algunos artistas requieren suplir la carencia hasta con equipos, pero la Tijoux es una voz que no se apaga, que emana de un pecho de fogata, y cantó una veintena de temas sin pausa.
Solo un instante y no de silencio, para expresar el orgullo de encontrarse en una Feria del Libro donde comparten tantos pueblos latinoamericanos y afirmar que vivir del arte hoy es un privilegio.
Este concierto gratuito de anoche fue un regalo del gobierno chileno a través del Consejo Nacional de Cultura y las Artes para la Feria Internacional del Libro de Quito, que distinguió a Chile en 2015 como País Invitado de Honor.
Indígena desde el pelo hasta los pies, Ana Tijoux nació en Francia porque sus padres debieron exiliarse a consecuencia de la dictadura impuesta en Chile en 1973, y lamenta que desde entonces los libros también se convirtieran en un privilegio hasta hoy; pues los altos precios aún persisten.
Así es esta compositora, llena de preguntas incómodas, de observaciones sagaces, de sueños, orgullosa de ser mujer, de su piel morena y descendencia indígena que no oculta ni el baile.
Rompió el concierto con su himno feminista Antipatriarca y le siguió con la popular Vengo en busca de respuestas con el manojo lleno y las venas abiertas.
Mediante canciones de diferentes momentos de su carrera invitó a liberarse, a descolonizarse, a no rendirse ni retroceder y a Sacar la voz con el tema homónimo que le valiera un Grammy Latino cuando lo grabó junto al uruguayo Jorge Drexler, mientras con Somos sur, invocó a los callados, los sometidos, los invisibles.
A las huellas de la dictadura de Augusto Pinochet en el Chile actual le cantó Shock, y volcó su afiliación marxista en Todo lo sólido se desvanece, donde la artista se pregunta: Cómo sería este mundo sin capital.
Solo sé que escribo, luego existo, reza en una de sus composiciones y aunque por principio acepta la diversidad no tolera la injusticia y exclama firme: Tengo mi verdad.
Para reafirmarlo interpretó Los peces gordos no pueden volar, A veces, Creo en ti, 1977, entre varios de sus éxitos.
Ritmos del funk, el reggae, el hip hop y el rock se fundieron con los latinoamericanos como ejemplo de impecable solidaridad.
El caótico e ineficiente manejo de las luces no empañó el trabajo musical de magníficos músicos: un bajista, un guitarrista, un baterista y un DJ, incluso uno de los técnicos, Fernando Ramos, con quien la Tijoux rapió Creo en ti.
Las dos mil 800 butacas del Teatro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana no alcanzaron, más de mil personas se quedaron afuera, en tanto la eufórica bandada de adentro ignoró las sillas en casi dos horas de espectacular concierto.
Quito, 23 de noviembre 2015
Crónica Digital / PL