MIGUEL LITTÍN Y EL ARTE COMO INSTRUMENTO PARA HABLAR DE INJUSTICIAS

El arte es un instrumento para hablarle a la gente de lo injusto, aseguró en Ecuador el cineasta chileno Miguel Littín al presentar su más reciente película, Allende en su laberinto.

La obra narra las últimas horas en la vida del presidente chileno Salvador Allende, quien se suicidó el 11 de septiembre de 1973 para evitar ser capturado por los organizadores de un golpe de Estado que sumió al país en una dictadura militar durante 16 años.

Hasta la última gota de suspiro que tenga en la vida seguiré luchando mediante el cine, que es lo único que sé hacer, aseveró el director de 70 años de edad, defensor a ultranza del Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano y uno de sus fundadores.

Muchas veces, a mi generación se le critica el hacer películas muy dramáticas, pero claro, a nosotros nos tocó vivir una época así, reflexionó poco después de exhibir la obra ayer en la Universidad Central de Ecuador.

Este filme lo hice porque era una deuda con mi historia, con Chile y con América Latina, Allende es el mayor aporte que Chile le puede entregar al mundo, sostuvo.

Según el director, su objetivo fue contar la historia de un ser humano, el Allende que él conoció, el hombre que veía todos los días, y para esto además apeló a la memoria de muchos, se pasó años entrevistando a los sobrevivientes del Palacio de La Moneda, sede del gobierno, en aquel momento.

Los hechos que están en mi película podrán cuestionarse pero no se pueden negar, sentenció el realizador.

El filme recrea una historia y un imaginario con una sucesión de grandes primeros planos o big close up la mayor parte del tiempo, pero Littín insiste en que ve la vida así y esa historia en particular.

Los primeros planos me gustan mucho porque brindan la posibilidad de adentrarse en el sentimiento de los seres humanos y provocar en el espectador la necesidad de saber qué están pensando o qué están sintiendo los personajes, explicó el director en entrevista exclusiva con Prensa Latina.

A esto suma el hecho de haber filmado la obra en Caracas, por lo cual su escenografía no podía ser lo externo al Palacio.

Mi escenografía eran los rostros de los personajes, entonces fue una forma de contar la historia un poco más personal, porque lleva un cierto nivel de poesía y de abstracción el hecho de ver la historia a través de los ojos de otra gente y para eso necesité hacer primeros planos, a los que yo no le tengo miedo, comentó.

Littín incluso admitió actores no profesionales en varias escenas porque dice ser capaz de trabajar con quien tenga al lado, solo le importa transmitir la veracidad de los sentimientos.

Por ese preciso motivo se empeñó en ofrecer un retrato de Allende natural, intransigente y vivaz, y al mismo tiempo romántico y enamoradizo.

Cuenta que fue mucho más enamorado de lo que aparece en la película, pues era imposible que pasara una mujer hermosa frente a él y se quedara callado, y si había una flor se la regalaba, eso lo vio con sus propios ojos un día en el Palacio de la Moneda y decidió incluirlo en el testimonio fílmico.

A pesar de algunas críticas, el realizador pregunta por qué no, por qué creer que el 11 de septiembre de 1973 el presidente iba solo a tirar tiros y dejar de ser el caballero galante que siempre fue.

El director dos veces nominado al Oscar y galardonado con varios Premios Ariel, entre otros, dice no querer competir más en ningún certamen porque los premios desvirtúan la verdadera razón del cine, que es la fiesta de mirar películas diversas.

Así que el próximo mes presentará su nueva película en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano que cada año se celebra en La Habana, Cuba, pero fuera de concurso.

Tras tantos años de experiencia profesional, siente el cine como un medio de expresión y un deber, su retrato de Allende despierta ternura, confianza, fuerza, y el final, anticipado lógicamente por el espectador, tiene un matiz de regalo tal vez al valiente luchador, al amigo.

En medio de la confusión y el nervio, del humo y la destrucción, unos hombres armados le pasan por al lado a un cadáver, uno de los tantos que habría en La Moneda aquel día, solo unos instantes después alguien en el filme y el público se percata de que ese cadáver, uno entre tantos, es Allende.

Descendía de una familia aristocrática, pero desde joven se apegó al ideario socialista, y Littín subraya en el filme su agrado por mezclarse con el pueblo, como alguien más, y cumplir los designios populares a conciencia.

Allende sí sabía por qué moría, no era inocente, era culpable de querer que seamos más libres, aseveró el extraordinario cineasta.

Quito, 12 de noviembre 2015
Crónica Digital / PL

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