En otros países se prefiere la forma plural, en Chile no, pero parece más pertinente reconocer que se puede ser de izquierda en más de una forma. También sirve para entender qué es lo que pasó en nuestro país en que se tiene la tortuosa sensación de que un sector de la izquierda traicionó sus ideales y que, de algún modo, debe pagar por ello, cuando más sea con el desprecio y el desprestigio. Pero esto tiene el riesgo de castigar a toda la izquierda disparándole desde un cómodo apoliticismo. En realidad tenemos la hipótesis de que el desfondamiento moral de la izquierda se debe a que hay más de una izquierda las que tienen distintos valores fundacionales.
La izquierda histórica, desde fines del siglo XIX y comienzos del XX fundó su ética política en las virtudes del proletariado, clase considerada el sujeto de la historia, pero además elevado a un nivel moral superlativo; el enaltecimiento del proletariado –en oposición a la burguesía y, sobre todo a la pequeña burguesía– atravesó casi un siglo. Esta primera izquierda desde los primeros anarquistas y comunistas exhibió una moral ligada al trabajo honesto y sencillo, distinto al del empleado (el gran déficit de la izquierda fue no haber examinado ese sector e ignorarlo, con excepción de Krakauer). En gran medida se trató de una moral sin fe ni referentes sobrenaturales algunos, una moral arreligiosa; tampoco es una moral laica, propia de circuitos burgueses clasemedieros. Sus bases son materialistas, por lo que hay una metafísica dura sin atisbos de relativismos. La moral proletaria es sólida, no titubea ni transige en elucubraciones, ya que su rol protagónico en la historia es indelegable.
En esta línea moral están los partidos y organizaciones proletarias, como los sindicatos, mancomunales, ligas y federaciones populares. Las definiciones éticas más conocidas arrancan de El Manifiesto; y se trata de una moral en que lo bueno y lo malo lo son respecto de lo que se hace para el bien de la clase obrera o de la sociedad en general. En otras palabras, el interés egoísta es de suyo malo pues se opone al interés de la comunidad, sea ese la clase, la comunidad o la sociedad, como se dijo, pero también el partido, el sindicato u otra estructura de participación popular. Incluso, la construcción del “hombre nuevo”, como tarea del socialismo, para Ernesto Guevara es una tarea absolutamente ética. “La revolución, para ser verdadera, debe partir por una revolución primero en nosotros, la revolución no es únicamente la transformación de las estructuras sociales, de las instituciones del régimen, es además una profunda y radical transformación de los hombres, de su conciencia, sus costumbres, valores y hábitos, de sus relaciones sociales. Una revolución sólo es auténtica cuando es capaz de crear un Hombre Nuevo…”, decía el médico argentino. Esa fue y es la moral de izquierda. ¿Por qué se traicionó?
Las causas hay que buscarlas en las otras izquierdas. La segunda izquierda no tenía vínculos con el proletariado, el pueblo o los pobres, sus orígenes estaban en una universidad privada, confesional, pequeña entonces y con un ethos no tan solo burgués sino oligárquico. Decimos que profesaban un mismo ethos, no que todos eran de los segmentos acomodados. La mayoría provenía del catolicismo y abandonan no sólo la religión, también de la moral católica. En 1970 no estaban las condiciones para buscar bases valóricas del comportamiento, eran tiempos de la praxis y no de la teoría. Por lo tanto las personas se comportan según sea lo que aprendieron antes: una cultura de clase alta, con la seguridad propia de los que siempre mandaron, una buena dosis de soberbia y el saberse (sentirse) iluminados. Quien viene de una religión que cree ser la única donde uno se puede salvar, tiende a extrapolar esa verdad a la política, a eso se suma una cultura de clases que sabe mandar; es decir, “nosotros tenemos la razón, nuestra praxis es la correcta y los demás están equivocados”. Lo anterior vale incluso cuando tenemos una moral posmoderna o, más tarde, un pensamiento débil.
Su inserción policía fue en la Unidad Popular, fueron un refuerzo de sectores sociales no comprometidos con ese proyecto, católicos, aunque pronto se declararon marxistas y con pretensiones de ser más capaces que los militantes de los demás partidos debido a sus niveles de educación. Una izquierda nacida sin vida sindical, poblacional y sin trabajo en fábricas o en el campo, una izquierda sin pobres y, que es lo que importa, sin haber elaborado nuevos referentes morales. Una izquierda carente de cultura proletaria. Allí se encuentra el origen del “redset”, de la “whisquierda” y demás expresiones irónicas para nombrar a quienes se renovaron no en socialismo sino que se convirtieron al neoliberalismo. Así las cosas, la coexistencia de los dos códigos éticos duró brevemente en Chile sin problemas hasta el golpe de Estado; en el exilio quienes tenían más contactos retomaron sus carreras, se posgraduaron y se volvieron expertos, los otros trabajaron, intentaron volver, como la Operación Retorno y dieron la vida. Ellos terminaron imponiendo su perspectiva valórica, en ese caso relativista, ajena al mundo popular, es una cultura de clase que reconectó bien con los nuevos y antiguos dueños del poder y la riqueza en Chile, quizás si sólo dieron un giro exacto de 360 grados. Y como fueron exitosos comprobaron en la praxis las bondades de su moral.
La tercera izquierda es reciente, con integrantes pertenecientes a las nuevas clases medias, los hijos del modelo que levantan banderas de otra época intentando adaptarlas al presente. Eslóganes e iconografía sesenteras, formas de hablar y rayados murales anacrónicos. Su gran tema es la educación y con referencias imprecisas a otros actores rebeldes: pobladores, trabajadores y demases cuantitativamente muy menores. No hay aquí objetivos sociales ni descripción de una sociedad futura, pero en todo caso desplazaron a las juventudes de los paridos de casi todas las federaciones estudiantiles. No son revolucionarios, a pesar de la retórica, sino protestatarios, con demasiado diagnóstico y mucho de enrostrar falta de voluntad, de ética y de valores perdidos. No sabemos si se sostendrán en el tiempo, ya que un diputado es un éxito, aunque signifique entrar al sistema. Pero los jóvenes son siempre una promesa de bien.
Por Rodrigo Larraín
rlarrain@ucentral.cl
Santiago de Chile, 30 de junio 2015
Crónica Digital
BIEN. lo interesante de Rodrigo es que no descalifica, solo da un orden a una realidad dispersa que todos vemos. Para darle vueltas, no ?
En todo caso, desde su nacimiento la izquierda ver surgir tendencias y desviaciones, desde luego los iluminados, que terminan dañando la propuesta original que necesita retoques pero de los que están dentro , no de advenedizos o alquimistas.
OJO. La única que discute entre pares pero no pierde el rumbo ni equivoca el tiro al blanco (o al negro mejor dicho) es la derecha. Estos se descueran, se tiran los trapos, etc., pero a la hora de definir no van a errar.
PERO … las izquierdas…. ¡¡?