Este verano de 2015, con incendios forestales y la versión número siempre del narcotizante Festival de Viña, más los abultados fraudes tributarios que salpicaron, sin distingos, a la calaña política, también se llevó a Lemebel (Resulta oxigenante complicitarse con el chapuzón proleta en la Fuente Alemana, Zanjón de la Aguada) Y fue grande sorpresa mía despertar esa mañana con los noticiarios de la televisión lamentando el deceso del ácido cronista. Si hasta el eterno e incólume comentarista deportivo del canal nacional, que ha reducido Chile a su libreto futbolero, hizo un pucherito por la muerte de este queer performer.
Sospechoso fue ver a los relamidos lectores de noticias, conciliando su panegírico farsante con el afamado final de un hombre-artista que –según sus crónicas- recibió: pateaduras, mordiscos, escupitajos, ninguneos, omisiones, insultos. Quizás por su trinidad travesti de: pobre, comunista y maricón, de la que hizo un arte escabroso y desollante. Aun cuando en su ruta final al cementerio, se le brindó una lluvia de pétalos, ritual farsesco y pasajero que, por lo demás, han recibido otros tantos justos y pecadores. Y si de pateaduras se trata, baste recordar no más, la irrupción de Lemebel y Casas, transformizados entonces como Las yeguas del apocalipsis, en el estadio Santa Laura, a fines de los ochenta, donde la Jota cerró su emblemático 8vo Congreso. Y entonces Gladys Marín y su férrea camarilla no dijeron ni pío (… tampoco era tan fácil para una mujer sumarse con dignidad a la biblia varonil de los próceres y al verbo del enérgico catecismo militante, Zanjón…)
Nadie intervino para evitar la andanada de insultos, empujones y hasta combos que la dupla body art recibió del fanatismo amaranto, a vista y paciencia de los clérigos del comité central. Porque la identidad colipata nunca cuajó con la reciedumbre guerrillera (¿No habrá un maricón en alguna esquina/ desequilibrando el futuro de su hombre nuevo?, Manifiesto, hablo por mi diferencia, Loco afán). Y no era cuestión de conciencia, pues a fin de cuentas, más terminó difamado el compañero supuestamente frágil, que el temerario guerrillero que hizo de “las recuperaciones” un lucro personal que le redituó ganancias, disfrazadas ahora en su “rewen school” o en su flota de taxis colectivos, audacia que sí cuaja con el emprendimiento vigente. Pero como cambia todo cambia, según la canción, la concatenación de los hechos y el análisis dialéctico de la realidad, hicieron que Gladys, que mucho sabía de estrategia y de táctica, proclamara su indulgencia plenaria a los homosexuales y cual papisa se mezclara con el mundo rosa, intuyendo que se venía un cambio cultural y un remezón en el andamiaje conservador de toda estirpe.
E hizo una amistad estratégica y táctica con Lemebel. Pero en la marcha callejera los homosexuales ya coincidían con ecologistas, estudiantes, mujeres, agrupaciones de derechos humanos y trabajadores, mediatizados por dirigentillos, siempre designados por las comisiones políticas. Hacía rato que muchos, a quienes nunca se les perdonó su doble militancia, por ese inquisidor artículo estatutario que prohibía homosexuales en las filas, habían iniciado, con su rebelde valentía, su demanda política por el respeto a los derechos de identidad y autodeterminación. Lemebel fue uno de esos militantes rebeldes.
En sus crónicas, sobrecargadas de subversión y neobarroquismo, develó -hasta sin voz- que Chile no estaba para ficciones, metáforas y alegorizaciones. Desde La esquina es mi corazón hasta su Háblame de amores, se aprecia su opción por el margen. Eso, quizás le pasó la cuenta en todo sentido. Pero al final de su ruta, desde el holding Santiago a Mil hasta el PC, oficializados bajo el eslogan táctico de “nueva mayoría”, se esmeraron en homenajearlo, con ese impúdico afán por rozar purgativamente al muerto, convirtiendo su comparsa fúnebre en una lluvia de pétalos, después de una vida de desprecios.
Por Miguel Salinas
Santiago de Chile, 16 de abril 2015
Crónica Digital