El costo de la vida sube otra vez…” en una canción y, frente a los últiJuan Luis Guerra nos decía “mos acontecimientos, ésa es nuestra triste realidad. El año nuevo 2015, empezó con varias alzas: subió el pasaje de la locomoción colectiva y subió el Tag. No subió la bencina, por lo menos esta semana, porque el famoso “Sepco”, sistema de estabilización de los precios de los combustibles, no está funcionando, gracias al hecho que los genios que lo inventaron, aparentemente, están de vacaciones… menos mal. Todo lo anterior cabe aquilatarlo con las constantes fallas del Metro, las que han dejado a millones de chilenos sin posibilidad de transportarse cada vez que eso ocurre. Y ocurrirá nuevamente.
El famoso sistema del Transatiago, implementado en el primer gobierno de Michelle Bachelet, prometía ser “la solución” para los problemas del transporte urbano, garantizando ahorro de dinero y tiempo. Años más tarde, este sistema sigue siendo la misma porquería que inventó un grupo de “expertos” electos en cuatro paredes y que, lo más probable, es que su único acercamiento al transporte público haya sido el roce de las micros y peatones a sus vehículos ultra tecnológicos de lujo de jeques.
Pero volvamos a lo que nos concierne. ¿Qué pasaba hace años cuando existían las famosas, muy feas y contaminantes micros amarillas? Bueno, pasaba exactamente lo mismo que hoy. Las micros verdes son famosamente feas y contaminantes. Además, hay que sumar que son muy incómodas (las amarillas no lo eran), lentas, y siempre están en TAS, o sea, en “tránsito a servicio”. En buenas cuentas son malas, funcionan mal.
Recuerdo que una vez hablé con un empresario quien me dijo que estos vehículos iban a funcionar con fallas constantes, porque eran una suerte de Frankestein de micro, al estar armadas de partes y piezas de distintos fabricantes. El motor era Volvo, la carrocería era Metalpar y los amortiguadores eran fabricados en Noruega o Suecia, o algo por el estilo.
Las micros amarillas eran enteras Mercedes Benz, por lo que se arreglaban en una sola planta y salían a rodar mucho más rápido. Peor aún, las micros nuevas, en el caso de las articuladas, fueron tan mal concebidas para esta ciudad que atropellan más peatones que una manada de elefantes desbocados.
Además, están los costos asociados a nuestro querido y bien amado papá Fisco. Las amarillas no le costaban ningún peso al Fisco, se financiaban solas y eran eficientes a costos menores que los actuales. Quién no le dijo al conductor de una micro: ¿tío, me lleva por $200 hasta el faro? ¿Cuánto cuestan las de hoy? Miles de millones de dólares, es cosa de analizar el presupuesto de la nación.
Ahora, ¿podemos reemplazar el transporte público por el privado? Honestamente, es cada vez más difícil. Primero, porque las bencinas suben casi todas las semana a pesar que el precio del crudo baja constantemente, debido a que pagamos un impuesto específico que según sus creadores era para reconstruir la infraestructura destruida por el terremoto del año 85, pero 30 años mas tarde, estas calles aparentemente fueron reconstruidas con oro, porque las estamos pagando todavía y no hay luces que este impuesto termine. Además, a los “expertos” que han pasado por todos los gobiernos de los últimos 25 años, les da con que andar en auto es para ricos, (como ganan un sueldo reguleque) en circunstancias que es una necesidad para toda la clase media chilena. A eso hay que sumar el costo del TAG, que sube como la espuma, porque se supone que las concesionarias deben pagarse la inversión efectuada en estas autopistas ¿Yo estaré muy loco o me parece que estas autopistas ya existían cuando llegaron estas empresas en su mayoría españolas a meternos el dedo en la boca con la cantaleta de que la inversión extranjera favorece a Chile? ¿Quién se ha visto beneficiado con esto? Solos los mismo poderosos de siempre.
Entonces, estamos es un circulo vicioso del cual es casi imposible salir. Ojalá las autoridades se den cuenta y terminen con la soberbia que los embarga, que seguir en las condiciones del transporte como está hoy es continuar causando un perjuicio a nuestra sociedad, cada vez decadente por lo demás, y que le costará billones de dólares al patrimonio de la nación a menos que se acabe este sistema de transporte, se paguen las indemnizaciones a las empresas que explotan las vías (otro de los tantos oligopolios que hay en nuestra economía de “Libre mercado”) y se retome una verdadera opción de explotación por varios actores que compitan entre sí, en igualdad de condiciones lo que asegurará al usuario un servicio de calidad, competitivo y que se fiscalizaba solo, ya que los mismos micreros eran dueños de las máquinas, sin recargar al Metro y lo mejor para algunos, gratis para el Fisco.
Crómnica Digital, 6 de Enero 2015