Hace un año escribí una columna titulada “Odio la Navidad” en la cual expresaba mi malestar por la fiebre consumista que invade estas fiestas. Uno año después, mi pensamiento es exactamente el mismo y, no puedo menos que aborrecer todo (y a todos) aquellos que me huelen a consumo sin sentido por el sólo hecho de satisfacer un vacío emocional, el cual aparentemente es una de las más extendidas cualidades del chileno promedio y lo más probable, de mucha gente alrededor del orbe.
No se trata de no hacer un presente a alguien querido, sino mas bien, darle el verdadero sentido a estas festividades, la cual olvidan frecuentemente aquellos individuos que acostumbran golpearse el pecho todos los fines de semanas y confesar sus pecadillos a Dios, Ala, Jehová, o Buda, pero que, en la práctica, son incapaces de enmendar el rumbo y, tal vez, tratar de ser un poco mejores seres humanos.
No obstante, esta recién pasada Navidad, mis pensamientos van en una dirección distinta, pero relacionada a lo anterior. No puedo dejar de llamar la atención por aquellas personas desplazadas de sus hogares de manera forzada o simplemente presa de la circunstancias como me tocó evidenciar esa noche.-
Para graficar, no me siento a la mesa familiar a compartir con nadie, no sólo por el hecho que no tengo familia con quien hacerlo, sino que para mi estos días me sirven para reflexionar sobre lo que realmente importa a la hora de los descuentos.
Uno suele ser muy mal agradecido de las cosas que tiene y siempre quiere más, pero es bastante sano dar una mirada alrededor y darse cuenta de lo que pasa con nuestros congéneres.
Como decía, tomé la decisión de dar una vuelta y compartir con aquellos que no tienen nada, que viven en la calle, porque lo perdieron todo o simplemente nunca lo tuvieron. Compartir un vaso de jugo o un sándwich, si bien no les va a cambiar la vida, les sirve para comer algo y tan importante como aquello, poder comunicarse con un completo desconocido y relatarle sus experiencias de vida al ser escuchados por alguien que no los va a criticar.
Para ellos, “Personas en situación de calle” (Otra cualidad tan chilena es tapar la realidad con eufemismos) estas fiestas son una noche más, no hay diferencia entre una y otra y serán las mismas noches de frio, hambre y enfermedades al por mayor y al menudeo.
Al mismo tiempo que compartía con estas personas, me fue imposible dejar de ver en la vereda opuesta a aquellas familias que salieron a tomar “el fresco” de la noche a exhibir sus zapatillas último modelo (¿pensarán que van a correr más rápido?) o a hablar con sus amigos con su celular ultra sofisticado de 600 mil pesos y mas, con GPS para ir a la esquina, mientras que en esa misma esquina había un sujeto desmayado de hambre o tal vez de una coma etílico. El GPS del celular les sirvió para poder sortear al sujeto por encima sin ensuciarse las zapatillas con el vómito del desmayado.
Sin perjuicio de todo esto, no puedo dejar de desconocer y felicitar a otras personas anónimas que, de manera desinteresada y armados sin más que las ganas, poco dinero, pero con un tremendo corazón, salieron a las calles a cumplir este mismo objetivo, a compartir, a escuchar, a alentar a otros y, en definitiva, a difundir el verdadero espíritu que debería invadir a las personas en estas fechas.
Lo mismo en el caso del Año Nuevo, las celebraciones no pueden dejar al margen a esas mismas personas que siguen en las calles desesperanzadas. Un abrazo y regalarles una sonrisa esa noche, y todos los días, debiera ser el regalo que ofrezcamos a quienes nos necesitan.
Por: Jaime Mois Corona, abogado, Magíster en Arbitraje Civil y Comercial.
Santiago de Chile, 30 de diciembre 2014
Crónica Digital