A estas horas de hoy siete ladrones de tumbas deben estar meditando en sus celdas de una cárcel egipcia que su antiguo oficio tiene recompensas, pero también muchos sinsabores.
Un grupo de siete hombres, cinco egipcios y dos palestinos, residentes en la gobernación de Giza, sur de esta capital, fueron casi al seguro cuando comenzaron a excavar en el interior de una de sus casas en busca de tesoros ya que la zona alberga las famosas pirámides y la no menos célebre Esfinge.
En la época faraónica Giza vendría a ser algo así como una metrópolis superpoblada, aunque de monumentos funerarios a los que tan aficionados eran los faraones y parentela, sus cortesanos, burocracia incluida y cuanto valía y brillaba en la sociedad de entonces.
Mandarse a embalsamar y construirse un monumento funerario en Giza u otra ciudad de moda era un símbolo de estatus, equivalente a tener una mansión en la Riviera francesa o un automóvil de alta gama para envidia del vecino y de los parientes, además de que aseguraba un tránsito hacia las regiones celestiales.
En Giza, una gobernación al sur de esta capital, los restos de la civilización faraónica afloran a la superficie con la misma frecuencia y abundancia que el agua en zonas pantanosas.
Los excavadores, que no eran siquiera arqueólogos aficionados, pusieron en función picos y palas y encontraron restos de un templo de la Nueva Dinastía durante la cual brilló Tutmosis III, quien gobernó de 1504 a 1450 a.n.e, un récord ya que la expectativa de vida entonces era de unos 35 años.
Tutmosis, que para hacer las cosas más difíciles se hizo llamar Menjeperra Dyehutymose, fue uno de los monarcas más poderosos de los tres mil años de civilización faraónica y legó a sus sucesores un país vasto, lleno de templos y monumentos para deleite de los ladrones de tumbas.
Entre ellos los improvisados arqueólogos de la zona de Hod Zeleikha a quienes la alegría por su descubrimiento los llevó a la cárcel, pues todo indica que una indiscreción llegó a las autoridades del Ministerio de Antigüedades que los sorprendieron con las manos en los monumentos.
Las pesquisas permitieron a las autoridades conocer que los excavadores clandestinos estaban en el mercado para vender sus hallazgos: un coloso sin brazos, columnas de mármol rosado, y siete relieves con jeroglíficos, que están siendo restaurados.
Todas las piezas irán a parar al Museo de El Cairo, junto a la momia de Tutmosis, quien después de todo logró su propósito de trascender, aunque sea en forma de curiosidad museable.
El Cairo, 31 de octubre 2014
Crónica Digital / PL