La imagen forma parte irremplazable del patrimonio de nuestra memoria. Era la mañana invernal del miércoles 10 de julio de 1985. Víctor Osorio, uno de los dirigentes del Comité Pro–FESES (Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago), megáfono en mano, estaba de pie en el estrado de cemento utilizado para los “actos cívicos” en el Liceo A Nº 12, ubicado en Bustamante con Santa Isabel. El establecimiento había sido tomado a primera hora.
Osorio explicaba los fundamentos de la ocupación. “Exigimos el fin del modelo de educación de mercado impuesto por la dictadura. Exigimos democracia en nuestros liceos y exigimos también democracia en nuestro país”, señalaba.
Un par de anónimos alumnos del propio establecimiento, una muchacha y un varón, se subieron sin previo aviso al estrado portando dos fotografías oficiales de Augusto Pinochet, sacadas desde la Rectoría. Y las quemaron en medio de la algarabía colectiva. Luego, se invitó a los estudiantes del liceo a participar en un plebiscito, disponiendo improvisadas urnas al lado del estrado. El 84 por ciento se pronunció favorablemente por realizar elecciones democráticas de su Centro de Alumnos, lo que desde 1974 era prohibido por el régimen.
En los techos se instalaron mesas y sillas, y un amplio grupo de estudiantes con la disposición de defender la ocupación. En diferentes puntos se desplegaron banderas chilenas y lienzos. Uno de ellos proclamaba: “Seguridad para estudiar, libertad para vivir”.
A las nueve y media de la mañana, un impresionante despliegue de carabineros con helicópteros, tanquetas, radiopatrullas, furgones, buses, carros lanza–agua y lanza–gases estableció un duro cerco en torno al liceo. Comenzaron por impedir el paso de los numerosos curiosos y apoderados que se habían reunido.
También llegaron equipos de todos los medios de comunicación existentes. Por primera vez, la opinión pública posaba su mirada estupefacta en la rebeldía de los estudiantes secundarios. La revista opositora “Cauce” comentó luego que se trataba de jóvenes y adolescentes que “prácticamente toda su vida la han hecho bajo signo de la dictadura militar y del neoliberalismo que exalta Pinochet”. Agregó que, por tanto, “debieran ser el producto más genuino de este régimen”, pero “algo falló, algo no anduvo en la extirpación” del “cáncer”.
El Comité Pro–FESES había nacido unos meses antes, en abril de 1985. Fue el resultado de una conversación casual en la vetusta sede de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, en Huérfanos con Almirante Barroso. Osorio era uno de los dirigentes clave de la Coordinadora de Organizaciones de Enseñanza Media (COEM), entidad que agrupaba a los estudiantes secundarios identificados con la izquierda. Se encontró con Patricio Rivera, el presidente de la Asociación Secundaria de Estudiantes Cristianos (ASEC), que expresaba a los estudiantes de la Juventud Demócrata Cristiana. Esas organizaciones hasta entonces habían caminado por separado, sin lograr pasar por encima de dogmas y sectarismos.
De la conversación de Osorio y Rivera nació un camino para la convergencia, que reconocía la unidad en la diversidad, y que permitió conformar un espacio propiamente social y gremial en torno al propósito de reconstruir la Federación de Estudiantes Secundarios proscrita por la dictadura luego del golpe de Estado, y al objetivo más amplio de enfrentar el proyecto de educación que la dictadura se encontraba imponiendo.
Un poco antes, habían sido asesinados los hermanos Eduardo y Rafael Vergara Toledo. Rafael era ex alumno del Liceo de Aplicación e impulsor de los primeros gérmenes de organización estudiantil. También habían sido secuestrados, desde la puerta del Colegio Latinoamericano de Integración el sociólogo José Manuel Parada y el profesor Manuel Guerrero, los que luego fueron degollados junto a Santiago Nattino.
La toma del Liceo A Nº 12 se extendió por unas tres horas, lapso durante el cual la dictadura se negó a todo diálogo con los estudiantes. Finalmente, se puso en marcha un violento operativo de desalojo, con el ingreso de decenas y decenas de carabineros por todos los accesos del liceo, rompiendo puertas, quebrando vidrios, pateando obstáculos. Incluso un bus policial irrumpió en el interior del establecimiento, luego de derribar un portón trasero. Un helicóptero policial se desplazaba sobre el liceo y el sonido de sus aspas se percibía amenazante.
Fuimos detenidos 315 liceanos. No pocos fueron maltratados y golpeados en el arresto mismo y en el trayecto a la 19° Comisaría de Providencia. Uno de ellos fue Víctor Osorio.
En la tarde llegaron tres “civiles no identificados”. Todos de bigotes, con lentes oscuros y parkas azules, con radiotransmisores, pistolas en la sobaquera y unas libretas negras. Durante unas cuatro horas, que parecieron eternas, se pasearon lentamente frente a los adolescentes, fijando la mirada en cada uno… hasta que alguno les parecía “sospechoso” y lo sacaban fuera del lugar.
Todos los diarios publicaron sendos titulares rojos en su primera página, en los que se fustigaba a los “vándalos (que) arrasaron con el Liceo 12”. La dictadura sentenció que la acción era “parte de un siniestro plan extremista”.
El ministro de Educación, Horacio Aránguiz, anunció que la toma no quedaría impune y el establecimiento sería cerrado definitivamente. Finalmente, no pudo sostener esa resolución y tuvo que salir de su cargo. Era la primera vez, en plena dictadura, que un ministro de Educación se derrumbaba como resultado de una movilización estudiantil y, más aún, protagonizada por los más jóvenes de los jóvenes de los 80.
Desde entonces, el movimiento estudiantil secundario se transformó en uno de los actores sociales protagónicos de la lucha contra la dictadura, desarrollando al año siguiente un paro general en contra de la municipalización de los liceos y, además, integrándose a través de Osorio a la Asamblea Nacional de la Civilidad, una multigremial que llamó a parar todo Chile el 2 y 3 de julio de 1986. Fueron los tiempos en los que, con Los Prisioneros, cantabamos que “en plena edad del plástico, seremos fuerza, seremos cambio”.
Este recorrido por la memoria no sólo tiene sus fundamentos en la necesidad de remirar la historia, sino que adquiere nuevo significado luego que la Presidenta Michelle Bachelet designó al mismo Víctor Osorio como ministro de Bienes Nacionales y lo llamó a integrar el gabinete del Gobierno de transformaciones estructurales que ha comprometido, que precisamente se prop0nen resolver cambios que permanecieron pendientes en la transición pactada y que formaron parte clave de las banderas enarboladas por la ciudadanía durante la dictadura.
Álvaro Elizalde, nuevo ministro secretario general de Gobierno, fue participe del movimiento estudiantil secundario en la dictadura, así como Claudia Pascual, ahora a cargo del SERNAM, y Lilia Concha, nombrada subsecretaria de Cultura. Otros protagonistas de esa historia del Comité Pro–FESES y la FESES en los 80 han asumido nuevos desafíos, como son los casos de Daniel Núñez, quien fue electo diputado en Coquimbo, y Gonzalo Durán, hoy alcalde de Independencia.
En el período histórico que se abrió luego del fin de la dictadura, la denominada “Generación del 80” permaneció casi invisibilizada. Fue la exclusión de una representación política, material y simbólica de una historia marcada por un sentido profundo de radicalidad democrática. Su irrupción a la primera fila de la política pudiera ser una señal adicional de que, bajo el liderazgo nacional de la Presidenta Michelle Bachelet, se abre un nuevo ciclo histórico para Chile.
Por Juan Azócar. El autor es periodista. Este trabajo se publicó originalmente en la última edición del periódico El Siglo.
Santiago de Chile, 7 de marzo 2014
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