TRABAJO INFANTIL, UNA DOLOROSA HERIDA TAMBIÉN EN LATINOAMÉRICA

La existencia de 168 millones de niños víctimas del trabajo infantil es una de las causas y consecuencia de las desigualdades sociales reforzadas por la pobreza, de ahí la urgencia de mayores esfuerzos y un decisivo combate contra ese flagelo.

Un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), afirma que de ese total 12,5 millones de menores en América Latina y el Caribe trabajan, la mayor cantidad en el sector agrícola.

Estadísticas de ambas instituciones muestran que precisamente la agricultura concentra el 48 por ciento de los niños que laboran en la región, una ratificación de la necesidad de curar esa dolorosa herida para romper el ciclo de pobreza que afecta a esa parte del mundo.

De acuerdo al estudio de la FAO y la OIT, la mayoría de los infantes que trabajan habita en zonas rurales y no recibe remuneración por sus faenas.

Además, la agricultura es uno de los sectores más riesgosos para la salud de los menores de edad, pues cerca de la mitad de los accidentes mortales se producen en esa actividad.

El texto agrega que “la única solución real para evitar que los niños trabajen es avanzar en la erradicación de la pobreza, la inseguridad alimentaria y la exclusión social”.

En opinión del representante regional de la FAO, el argentino Raúl Benítez, existen medidas legales, de educación y sensibilización de los gobiernos para garantizar que los niños permanezcan en las escuelas y no se expongan a los riesgos del trabajo.

Mientras la directora regional de la OIT para América Latina y el Caribe, Elizabeth Tinoco, la persistencia del trabajo infantil agrícola revela pocos avances en el medio rural, por lo que urgen estrategias especiales para tratar esa situación, incluido generar trabajos decentes para los padres.

La OIT y la FAO indicaron que la región andina concentra el 61,5 por ciento de niños que laboran en el campo, seguida de Mesoamérica (42,7) y el Cono Sur (38,4).

En tanto, sitúan a los cultivos de café, cacao, azúcar, soya, frutas y hortalizas entre los más atendidos por los pequeños y adolescentes.

Después de la actividad agrícola, el comercio (24 por ciento), y el área de servicios (10,4 por ciento), agrupan las mayores cantidades de trabajadores menores de edad.

La pobreza, falta de oportunidades y acceso a la educación y la necesidad de generar recursos para el mantenimiento de las familias son algunas de las causas de ese mal, analizado por ambos organismos de la ONU.

En tal sentido, convocan a los gobiernos de la región a impulsar la erradicación del trabajo infantil, para sacar a los niños del mercado laboral y avanzar en la disminución de la pobreza, uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Ejemplos positivos de cómo combatir esa situación los hay: en la agroindustria azucarera de El Salvador y la floricultura en Ecuador, se limitaron las jornadas laborales de los niños en esas actividades y mejoraron los servicios de educación.

NIÑOS Y NIÑAS EN LA AGRICULTURA

El trabajo infantil en este sector se da como una respuesta a problemas sociales que afectan a una importante proporción de la población rural, como la pobreza, la falta de oportunidades, el difícil acceso a la educación, y la baja calidad de ésta y la necesidad de generar recursos para la subsistencia familiar, entre otros.

Por este motivo, la OIT y la FAO señalan que los gobiernos de América Latina y el Caribe deben avanzar hacia la erradicación total del trabajo infantil en la región, pues una respuesta que permita sustraer a los niños del mundo laboral estará estrechamente vinculada a la erradicación de las difíciles condiciones del campo, lo cual permitirá romper con el ciclo reproductivo de la pobreza en esas zonas.

Al destacar que en la agricultura los infantes representan la tercera parte de la mano de obra, la FAO señala los problemas de salud y de desarrollo, una de las principales consecuencias del trabajo infantil en este sector, unido a escalas salariales infantiles más bajas que las de los adultos, lo que socava la capacidad de negociación de los trabajadores agrícolas adultos para obtener un salario decente.

La realidad para muchos pequeños y adolescentes que laboran en los campos latinoamericanos son las jornadas largas y extenuantes, lo que limita su posibilidad de asistir a la escuela o a la formación profesional.

También se exponen a productos químicos y tóxicos y a fauna y flora nociva con mayores secuelas para su salud que las afrontadas por un adulto; frecuentemente utilizan maquinaria y herramientas peligrosas, entre otros muchos riesgos.

De ahí que enfrentar el trabajo infantil agrícola sea una prioridad en los programas y acciones nacionales, si se considera la magnitud de esa actividad en la agricultura y los serios peligros a los que los niños, niñas y adolescentes se ven expuestos.

Solo de esa manera, será posible encontrar el camino que permita alcanzar las metas globales de eliminar las peores formas de trabajo infantil para el año 2016 y todas sus manifestaciones para el año 2020.

Durante la III Tercera Conferencia Global sobre el Trabajo Infantil, el pasado mes de octubre en Brasil, se afirmó que hoy más que nunca se deben concentrar la acción, los resultados y los procesos contra ese mal.

El director general de la OIT, Guy Ryder, instó a traducir los planes acordados allí en una acción extensa, sistémica y sostenible.

Los reunidos en la cita acordaron establecer una relación entre la lucha contra el trabajo infantil y la necesidad de avanzar en el Programa de Trabajo Decente, de implementar los principios y los derechos fundamentales en el trabajo y priorizar la creación de empleo, en especial para los jóvenes.

Asimismo concertaron extender las medidas de protección social y fortalecer el estado de derecho y los sistemas judiciales.

UN ENFRENTAMIENTO CON POCOS RESULTADOS

Las últimas estimaciones mundiales de la OIT sobre trabajo infantil muestran que, desde 2010, el número de niños y niñas trabajadores se redujo en un tercio para situarse en 168 millones.

Si bien la disminución del número es una buena noticia, se advierte que todavía es una cifra muy elevada, sólo 27 millones menos.

Sobre esa base el director general de la OIT alertó que, con la disminución del número de niños trabajadores, se presentarán mayores obstáculos en esa lucha porque se trata de llegar hasta aquellos que son difíciles de alcanzar: los niños soldados, las víctimas de la explotación sexual, los que trabajan en la agricultura y otros ambientes peligrosos.

A este respecto, Ryder señaló que la labor para la próxima conferencia – que se celebrará en Argentina en 2017 – comienza ahora.

El ex presidente de Brasil, Luis Inacio Lula da Silva, considera que la comunidad internacional tiene el deber de ofrecer a los niños trabajadores, en particular a aquellos atrapados en sus peores formas, la esperanza en un futuro mejor.

“Nos quedan apenas poco más de dos años para llegar a la meta de 2016 establecida en La Haya y necesitamos el valor político para adoptar las medidas requeridas”, declaró en la Conferencia de Brasilia.

Para Lula el mapa del trabajo infantil en el mundo coincide con el mapa del hambre y la pobreza, de manera que “el primer paso si queremos avanzar en la lucha contra las peores formas del trabajo infantil, es coordinar las políticas de distribución de la riqueza en el mundo”.

En su opinión la cifra que ha sido invertida para rescatar el sistema financiero mundial desde el comienzo de la crisis financiera en 2008, así como al costo de la guerra de Iraq, es extremadamente superior a la destinada para acabar con el trabajo de los menores.

Por eso, sentenciaba Lula, la erradicación de esa forma de explotación no es un problema de falta de recursos sino más bien de falta de voluntad política y de líderes incapaces de hacer frente a ese desafío.

Por Cira Rodríguez

La Habana, 22 de noviembre 2013
PL

 

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