Recibidas con escepticismo, las negociaciones de paz palestino-israelíes hicieron parpadear una luz de esperanza para las aspiraciones de los primeros a proclamar su Estado independiente tras siglos de dominación colonial y décadas de ocupación.
En rigor, el Estado palestino independiente existe desde el 15 de noviembre de 1988, hace un cuarto de siglo, cuando fue proclamado en Argelia por el líder de la OLP, Yasser Arafat, en el XIX Consejo Nacional Palestino (parlamento en el exilio), por 253 votos a favor, 43 en contra y 10 abstenciones.
Para ese entonces los palestinos estaban condenados a la diáspora y las posibilidades de que Tel Aviv, en su posición de fuerza, aceptara siquiera la eventualidad de sentarse a la misma mesa con Arafat y sus representantes, a los que calificaba de terroristas forajidos, a pesar de la rama de olivo tendida por el líder palestino en la ONU 14 años antes.
Un lustro después de la proclamación en Argelia, la constancia de la resistencia y la naciente presión mundial ante una injusticia con ribetes de limpieza étnica, desembocaron en la firma de los Acuerdos de Oslo por los cuales la OLP eliminaba de su Carta constitutiva el objetivo de liquidar a Israel a cambio del inicio de negociaciones para la creación de su Estado independiente.
Todo ese laborioso proceso, que desató las pasiones en el interior de Israel, quedó interrumpido en 1995 por el pistoletazo de Yigal Amir, un estudiante de la universidad de Bar Ilán a quien se culpó de la muerte de Rabin, único político de nivel jamás muerto de manera violenta en ese país, donde los servicios de espionaje ejercen un control estricto sobre la vida y milagros de la ciudadanía.
A partir de ese momento, la escena política israelí da un giro que marca la caída, la fragmentación del Partido Laborista, relegado hoy a un cuarto plano, y el auge de la ultraderecha sionista, unidas en la negativa de alcanzar un entendimiento con los palestinos.
Sería desacertado considerar que los acontecimientos no han evolucionado y, si bien los poderes que en el mundo son mantienen intactas la fuerza militar y la influencia de Israel, desproporcionadas en relación con su tamaño, las autoridades sionistas se han visto compelidas a reconocer la beligerancia del Gobierno palestino.
Prueba de ello son las presiones ejercidas en julio pasado por el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, para el reinicio de las pláticas de paz, en un ejercicio que cada vez más demuestra indicios de concluir en el consabido callejón sin salida.
Con solo observar la composición del actual gabinete israelí, presidido por la coalición Likud y su reciente aliado, el partido Yisrael Beitenu, del canciller Avigdor Liebermann, con los partidos Yesh Atid y ha Bayit ha Yehudi como socios mayoritarios, resulta fácil concluir que las negociaciones, en las cuales Kerry invirtió decenas de contactos e idas y venidas, son un ejercicio en futilidad.
Es difícil suponerle al avezado ex senador y ex candidato presidencial fallido un grado de ingenuidad tal que le impida entender que sin expansión, Israel pierde su razón de ser en el contexto del Levante, lo cual niega la posibilidad de llegar a un acuerdo para liquidar el conflicto en la Palestina.
Sin embargo, aunque sus gestiones resulten fallidas, lo dotarán de suficiente prestigio en asuntos internacionales para intentar otra aventura presidencial al término de la era Barack Obama en 2016, en una posible disputa con su antecesora en el cargo, Hillary Clinton.
En ese contexto Netanyahu y su gabinete de extremistas no se han cruzado de brazos y de forma velada han movido los medios de que dispone, que son muchos, para obstruir las pláticas con los palestinos, congeladas desde el martes 6 de noviembre por los anuncios de nuevas construcciones de asentamientos en la Cisjordania y Jerusalén.
Las conversaciones fueron recibidas con escepticismo por medios en la Cisjordania, experimentados en el trato con decenas de gabinetes israelíes y, sobre todo, con sus tropas de ocupación y los pobladores de los asentamientos en la Cisjordania, crema y nata del sionismo puro y duro, de cuyos desmanes cotidianos son víctimas.
Tal vez los más convencidos de que las pláticas no conducen a lugar alguno es la cúpula de la Autoridad Nacional Palestina, la parte en desventaja en esta nueva fase de la guerra asimétrica que Arafat iniciara contra todos los pronósticos en 1965.
La falta de resultados después de varias sesiones, las desmedidas exigencias israelíes, la negativa a interrumpir la expansión en la Cisjordania y, lo peor, el rechazo explícito a aceptar las fronteras existentes antes de la guerra de junio de 1967 son claros indicios de la ausencia de voluntad que condena las negociaciones a muerte antes del comienzo de la parte sustantiva.
En esas condiciones es evidente que, en las circunstancias actuales, y a 25 años de su proclamación, la suerte del Estado palestino independiente cuelga de una balanza cuyo fiel está trampeado.
Por Moisés Saab *Corresponsal Jefe de Prensa Latina en Egipto.
El Cairo, 18 de noviembre 2013
PL