El desarme nuclear, una asignatura pendiente para el futuro de la humanidad, tendrá una prueba en la Organización de Naciones Unidas, cuando el segmento de Alto Nivel de la Asamblea General discutirá el tema por primera vez.
Se trata de una iniciativa presentada por Cuba, con el respaldo del Movimiento de Países No Alineados, que retoma uno de los compromisos asumidos en la Cumbre del Milenio del año 2000.
Lo cierto es que a nivel ciudadano no hay suficiente información y preocupación por un asunto que es vital para nuestra supervivencia como especie, a pesar de que bastaría el empleo de una ínfima parte del arsenal de esas armas para sumir al planeta en lo que se denomina el invierno nuclear.
Así lo afirmó a Prensa Latina Soraya Álvarez, directora general de la Asociación Cubana de las Naciones Unidas (ACNU).
Los líderes mundiales tendrán la oportunidad de debatir sobre tan importante cuestión en la Asamblea General, donde están representados todos los países que integran la ONU, apuntó.
Sería un escenario idóneo, toda vez que en el Consejo de Seguridad están las principales potencias nucleares que en el tema se erigen juez y parte, incluido su poder de veto.
Ello explica, por ejemplo, las sanciones contra el programa iraní para el desarrollo pacífico de la energía nuclear, mientras Israel goza de impunidad para amenazar a sus vecinos con decenas de ojivas en una zona volátil donde cualquier incidente pudiera desatar un conflicto de alcance global.
El caso sirio, donde la ONU afirma que se usaron armas de exterminio masivo en el conflicto que azota a esa nación árabe, demuestra el doble rasero con que se aborda el tema.
Siria ha reiterado su voluntad de poner bajo control internacional su arsenal de armas químicas, pero ese requisito no se le impone a las fuerzas mercenarias apoyadas por Estados Unidos, Francia, Turquía y otros países occidentales, como tampoco al vecino Israel.
Los jefes de Estado que pronto concurrirán a la sede de la ONU en Nueva York tendrán ante sí la responsabilidad de comprometerse con la deseada y necesaria eliminación total y la prohibición de los armamentos nucleares.
La reunión de alto nivel sobre desarme nuclear tendría entonces que pasar de la retórica al compromiso a fin de establecer un calendario, con fecha tope, para la reducción gradual de esos armamentos.
También debería abrir las puertas a negociaciones que conduzcan a la pronta adopción de una convención internacional sobre desarme nuclear. De seguro contará con el apoyo decidido de la gran mayoría de países del mundo, que son precisamente los que carecen de armas de ese tipo.
Basta sacar cuentas para comprobar que lo que hoy se dedica a la producción y mantenimiento de esos dispositivos de muerte es más que necesario para combatir el hambre, analfabetismo, insalubridad y la pobreza en diversas latitudes.
Los Objetivos del Milenio, que mucho tienen que ver con la calidad de vida para millones de personas, tendrían rápido cumplimiento con los millonarios fondos que hoy se dedican a las armas nucleares.
Resulta inaceptable que se empleen más recursos en medios para la guerra que en la promoción del desarrollo. En la última década los gastos militares crecieron en más del 49 por ciento, hasta alcanzar la astronómica cifra de 1,74 millones de millones de dólares.
En proporción totalmente inversa fluyeron los recursos que los países más ricos dedicaron para cumplir sus compromisos internacionales con el desarrollo del Tercer Mundo.
Las potencias atómicas afirman que los arsenales nucleares son garantía del equilibro. Pero la experiencia de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki indican el peligro que entrañan para a vida.
Aquel horrendo genocidio dejó 280 mil muertos y decenas de miles de sobrevivientes que padecerían las secuelas del hongo nuclear.
El llamado equilibro, la mayor parte de las veces, justifica la carrera armamentista. Así, el escudo antimisil con que Estados Unidos ha rodeado de nuevas bases al territorio de Rusia, demandó de ese país erogaciones para equiparar su respuesta ante una agresión nuclear.
Hasta el año 1998 se habían realizado 2 mil 052 pruebas nucleares al ritmo de una cada nueve días. Entre 1945 y 1980 la capacidad total utilizada en esos experimentos fue de unas 440 megatoneladas, equivalente a cerca de 30 mil bombas como la de Hiroshima.
Para graficarlo de otra manera: sería lo mismo que en la atmósfera terrestre explotara una bomba como aquella cada 11 horas y durante todo ese período.
La Asociación Médica Internacional para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW por sus siglas en inglés) consignó en 1991 que esas pruebas producirían más de 400 mil muertes por cáncer en el año 2000. Su profecía se sigue cumpliendo.
La IPPNW, galardonada en 1985 con el premio Nóbel de la Paz, maneja diversos estudios que confirman la gran mortalidad de las armas y pruebas nucleares, amén de accidentes en submarinos, aviones, centrales y otros que han provocado miles de muertes en diversos países.
Para el doctor Carlos Pazos Becerro, presidente del Comité Médico Cubano para la Prevención de la Guerra Nuclear, filial de la IPPNW, una conflagración nuclear global produciría de inmediato miles de millones de muertes sin posibilidades de atención sanitaria previa.
“La onda expansiva, las radiaciones térmicas e ionizantes y el consecutivo invierno nuclear harían absolutamente imposible la supervivencia de la vida en el planeta”, aseguró en un reciente foro de la sociedad sobre desarme nuclear organizado por la ACNU en esta capital.
Pazos tocó otra arista: los experimentos realizados por Estados Unidos con sustancias nucleares en seres humanos.
Asegura que Washington propició unos 4 mil ensayos con inyecciones de uranio, plutonio y polonio. También exposiciones a radioisótopos, a pruebas nucleares y liberación intencionada de radiación en el ambiente.
Los conejillos de indias de tales pruebas fueron pacientes con tumores inoperables (la mayoría afroamericanos), presos comunes, niños con retraso mental y personal militar.
Desde 1945 se han producido en el planeta miles de ojivas, cuyos portadores son cada vez más sofisticados. El flagelo del terrorismo y el creciente mercado ilegal de armas constituyen otros escenarios que complican la alegada seguridad nuclear.
Por todas estas razones el desarme nuclear no puede ser un objetivo continuamente pospuesto y relegado. El uso de este tipo de armamento nunca podrá ser justificado bajo ningún concepto o doctrina de seguridad nacional.
La cita en Nueva York pondrá a prueba la voluntad política de los gobernantes, pero también deberá ser acompañada por la presión ciudadana.
El desarme nuclear, completo y verificable, trasciende las diferencias ideológicas, políticas, religiosas y otras. Es un tema de supervivencia.
Por Orlando Oramas León*El autor es jefe de la Redacción Nacional de Prensa Latina.
La Habana, 24 de septiembre 2013
Prensa Latina