Durante el gobierno de Pinochet en Chile, el activista pro derechos humanos José Zalaquett fue detenido dos veces y finalmente se vio obligado a exiliarse. Como abogado comprometido, el gobierno intentó impedir que defendiera los derechos humanos. Aquí cuenta su historia y lo que piensa que significa actualmente la figura de Augusto Pinochet.
Cuando Augusto Pinochet tomó el poder en Chile, hace 40 años, el profesor de Derecho José Zalaquett impartía clase en la Universidad de Chile. Aunque la noticia no le sorprendió en su momento, los días siguientes empezaron a parecerse a un guión cinematográfico.
“Vimos que iba a producirse el golpe. Fue como una tragedia griega anunciada de la que todo el mundo sabe el final, pero nadie puede evitarlo”, dice.
Cuando Pinochet tomó el poder por la fuerza, Zalaquett, su entonces esposa y sus dos hijas de corta edad tomaron algunas pertenencias y se marcharon de su casa para vivir relativamente a salvo con un amigo, en las afueras de la ciudad.
Allí pasaron horas reunidos frente al televisor, viendo cómo se desarrollaban los acontecimientos, incluidas la muerte del presidente Allende y las declaraciones de las nuevas autoridades, que prometieron públicamente “erradicar el cáncer marxista en Chile”.
Poco después de tomar posesión, las autoridades militares publicaron listas de personas a las que buscaban para detener. El jefe de José apareció en la primera de ellas.
Un trabajo peligroso
Sin dejarse intimidar por la posible amenaza para su seguridad y la de su familia, unos meses después del golpe José se incorporó al Comité pro Paz. Era una nueva organización de la iglesia que asumió la peligrosa labor de documentar abusos y proporcionar asistencia letrada gratuita a los detenidos y a sus familias.
José estaba encargado de recopilar información sobre cientos de hombres y mujeres detenidos o desaparecidos.
Los acontecimientos se desarrollaron con rapidez y para los chilenos la vida se convirtió en algo casi irreconocible. Partidos políticos y sindicatos fueron prohibidos, las detenciones de activistas aumentaron y se impuso el toque de queda, lo que significaba que nadie podía ser visto en la calle entre la medianoche y las 6 de la mañana.
“El gobierno militar impuso un control muy estricto… si estabas en la calle entre esas horas podían dispararte”, recuerda José.
Los detenidos eran llevados inmediatamente a centros repartidos en todo el país, algunos de ellos secretos.
Unas 18.000 personas terminaron en el Estadio Nacional, una de las canchas de fútbol más grandes de Chile, que fue reestructurado para alojar a un gran número de personas.
Al mismo tiempo, el régimen de Pinochet creó la DINA, una unidad de policía política secreta encargada de realizar detenciones sistemáticas y decometer abusos contra quienes consideraban opositores al régimen.
Secuestraban a la gente en su casa, en el trabajo o en la calle, y a veces no se volvía a saber de ellos.
A medida que aumentaba el número de personas detenidas y desaparecidas, los familiares empezaron a contactar con abogados como José en buscade ayuda.
Aunque poco era lo que podía hacer realmente, José comenzó a acompañar a los familiares de las personas detenidas en el Estadio Nacional. Había largas colas de gente que entregaba comida y ropa a los soldados, con la esperanza de que llegaran a sus seres queridos.
“La gente necesita saber que hay un abogado a cargo, les da tranquilidad espiritual que están haciendo todo lo posible por sus seres queridos”, recuerda.
“A los militares no les gustaba lo que hacíamos pero estábamos protegidos por las iglesias.”
Cuando se acabó la suerte
Durante dos años trabajó sin descanso ayudando a que los activistas políticos encontraran asilo en embajadas locales y, en última instancia, a que salieran en secreto del país. Sin embargo, cuando lo despertaron unos fuertes golpes en la puerta a la 1.30 de una cálida madrugada, no se sorprendió. José sabía que era un blanco perfecto.
“Recuerdo que le dije a mi mujer que se calmara, me tomé un valium en el baño para controlar los nervios por si acaso me interrogaban y me llevaron”, cuenta a Amnistía Internacional.
Tras la puerta, aguardaba un grupo de policías. En una semana, dice, fueron detenidas un total de 22 personas de su organización.
José estuvo detenido dos meses y medio; lo interrogaron pero no lo torturaron. Sin embargo, tras ser puesto en libertad le dijeron que se marchara del país. No tenía ninguna intención de hacerlo, y tras apenas 13 días de libertad recibió otra visita de la policía.
“La policía civil me preguntó a dónde quería ir y yo dije que ninguna parte. Entonces me tomaron preso y me tuvieron 12 días.”
Cree que todo fue porque “no entendí el mensaje de que debía parar la primera vez.”
José salió de Chile escoltado por dos militares que lo acompañaron hasta el avión, donde lo sentaron y le abrocharon el cinturón.
Primero fue a Francia y luego a Estados Unidos, donde se unió a Amnistía Internacional y a varios exiliados chilenos más que trabajaban para dar a conocer la situación de los derechos humanos en este país del Cono Sur. Fue presidente del Comité Ejecutivo Internacional de la organización y posteriormente secretario general adjunto.
El legado de Pinochet de miedo y represión
José vivió 15 años en el exilio hasta que pudo regresar a su país.
En 1990 Pinochet fue destituido como consecuencia de un referéndum celebrado en 1988 que desembocó en unas elecciones nacionales; un nuevo gobierno, elegido democráticamente, tomó posesión en marzo de ese año.
Posteriormente, José fue un miembro clave de la Comisión Rettig, encargada de analizar el alcance de las violaciones de derechos humanos cometidas durante el régimen militar.
José afirma que aunque sigue habiendo desafíos, las cosas han cambiado a mejor. En parte como resultado de su trabajo, 160 policías y militares han sido detenidos por su participación en los abusos de la era Pinochet. Ellos y otros muchos están actualmente siendo juzgados.
“En Chile, nadie discute sobre lo que pasó. Los periódicos que apoyaron al régimen militar dejaron de hablar de los ‘presuntos’ desaparecidos y ahora hablan de los desaparecidos. E incluso los canales privados de televisión emiten documentales sobre lo que sucedió en esa época. La verdad ya no es asunto de debate”, dice.
“Pinochet hoy día es una memoria. Él era la cara visible de una junta que gobernó durante los 17 años. Es un mal recuerdo, un estigma para el país y el mundo.”
Fuente: amnistia.cl
Santiago de Chile, 8 de agosto 2013
Crónica Digital
“La historia contada a medias resulta ser solo una asquerosa mentira”…..ahora todos son héroes pero en aquellos tiempos eran terroristas comunistas….en la vida cada uno recibe lo que se merece por ser comunista.
“Pueden existir cientos de gobiernos de la concentración y van a ser olvidados todos en el tiempo ..pero un Libertador Pinochet solo existirá uno y sera recordado por Chile por ser el único que limpio al país de la escoria comunista”..