
Y lo peor de todo es que el precio de 60 mil muertos y la imposición de una lógica de violencia y de compromiso de las fuerzas armadas en las tareas represivas, del incremento de la inseguridad ciudadana, no tuvo ningún resultado tangible a la hora del balance, y los ciudadanos rechazaron a los responsables de esa política.
Por ello la consecuencia principal de las elecciones mexicanas, tras el triunfo rotundo del PRI ( que obtuvo la Presidencia con un 38.15 por ciento de las preferencias, la gobernación de 21 de los 31 estados, siendo la primera fuerza en la Cámara de Diputados – 232 de 500) y en el Senado (57, de 128 curules)- es la debacle de la Derecha mexicana, reconocida por el presidente Felipe Calderón, su candidata, Josefina Vásquez- que obtuvo un 25.40 por ciento de los votos, 10.5 menos que Calderón, en 2006- y por el presidente del hasta hoy gobernante Partido Acción Nacional (PAN), Gustavo Madero, que reconoció que “ésta es una derrota electoral mayúscula”.
El otro resultado relevante de las elecciones, y que confirma la derrota política del modelo económico político y social derechista, es el resultado obtenido por el centro izquierdista Partido de la Revolución Mexicana (PRD), que recibió de la ciudadanía la tarea de ser la principal fuerza de oposición, con un 31.64 por ciento, y una significativa presencia en los restantes órganos del poder político mexicano.
Estos resultados ubican al PRD en un expectante y determinante sitial de la escena política del país para el sexenio próximo, y haría bien su liderazgo en asumir con energía sus nuevas tareas, en lugar de mantener el discurso de su ex candidato a la presidencia, Manuel López Obrador de pretender desconocer o relativizar la voluntad democráticamente expresada por los mexicanos.
El triunfo de Peña Nieto, por otro lado, tendrá inevitables consecuencias internacionales, tanto a nivel global como regionales.
Desde luego en La Moneda y en la Cancillería chilena deberán estar revisando aceleradamente su estrategia diplomática con un país que es central para sus relaciones internacionales. No hay que olvidarse que los presidentes Sebastián Piñera y Felipe Calderón, se han ufanado, tanto de su amistad y simpatías personales, como de su afinidad ideológica y política.
En la última visita oficial del presidente mexicano a Chile, a principios de junio pasado, Piñera apoyó con particular entusiasmo- con un claro sentido de solidaridad política y de apoyo electoral- la política de guerra a muerte contra el narcotráfico de Calderón, uno de los caballos de batalla de la contienda presidencial mexicana y uno de los aspectos más criticados de su gestión, y seguramente uno de los factores de la derrota electoral de la candidata del PAN.
El evidente error político y diplomático de entrometerse en la contienda político electoral mexicana- un gesto innecesario y de intromisión en los asuntos internos de México- intenta ahora ser superado tras las felicitaciones a Peña Nieto y la invitación a visitar Chile, tras la visita que el presidente electo mexicano ya tiene anunciada a Brasil, lo que es desde luego, un claro indicio de las prioridades de lo que será su política exterior.
Esto último, sin duda, da que pensar además en relación a lo que es el proyecto estrella de las Derechas y del empresariado de la costa del Pacífico latinoamericano, y de los gobiernos que representan sus intereses: la Alianza del Pacífico.
Esta iniciativa, en la que participan México, Colombia, Perú y Chile, nació basada en una identidad doctrinaria y política neoliberal de los gobiernos y empresarios y de sus modelos exportadores, una alianza excluyente y en clara oposición a las iniciativas integracionistas regionales, que lideran Brasil, Argentina o Venezuela, tales como Mercosur, Alba, Unasur, etc.
Una política exterior de México, menos ideologizada y condicionada por los dictados e intereses de Washington, que recupere la tradición diplomática mexicana de independencia y soberanía, sin duda influirá en el escenario regional, y fortalecerá la tendencia hacia una América Latina como actor relevante, soberano e independiente, en el escenario global.
Peña Nieto lo ha señalado claramente. En una columna publicada, tras su elección, en The New York Times, destacó como su estrategia “el camino hacia una disminución significativa y duradera de la pobreza a través de reformas institucionales y políticas centradas en el crecimiento”, que muestran países como India, China y Brasil, países en vías de desarrollo, que integran junto a Rusia y Sudáfrica el bloque conocido como BRICS.
Al mismo tiempo destacó la intención de “empezar una nueva era de cooperación política y económica con la región de Asia Pacífico”, además de fortalecer las relaciones con la Unión Europea, junto con subrayar “el rol” económico cultural y político de su país en América Latina y el Caribe.
Así las cosas, el proyecto de la Alianza del Pacífico, como tal, no aparece en la agenda de las prioridades de la política exterior de México, y más parece un intento fallido, en el cual tampoco el presidente Ollanta Humala, del Perú, aparece especialmente interesado, en tanto el mandatario colombiano, Juan Manuel Santos, mantiene una discreta distancia.
Por otro lado, la derrota abrumadora del derechista Partido de Acción Nacional, el triunfo del PRI y los destacables resultados del PRD deben ser leídos en Chile, en la perspectiva electoral propia, tanto como en las tendencias políticas que se muestran en Europa, en rechazo a las respuestas neoliberales a la crisis económica internacional.
En lo esencial se trata de una victoria contra un modelo económico y político, que se ufanó con las cifras macroeconómicas, con la inversión extranjera, mientras 52 de los 112 millones de habitantes viven en la pobreza y 11.7 millones viven en la pobreza extrema, y entre 2000 y 2012 registro un crecimiento promedio de 2,3 por ciento, el más bajo de Latinoamérica.
Chile como se sabe es el país más desigual de la región y uno de los que muestra una peor situación en el mundo y las encuestas de opinión pública y valoración política constatan desconfianza, rechazo y oposición a quienes también llegaron al gobierno con la pretensión de ser “los mejores”, con el proyecto mesiánico de “refundarlo todo”.
La confianza política que los mexicanos depositaron en Peña Nieto confirma por otro lado una tendencia de rechazo a escala global, a la salida neoliberal a la crisis económica internacional que busca en la “austeridad”, es decir en hacer pagar a los pobres, a los trabajadores, el costo del desastre desatado por el gran capital financiero.
La derrota de la derecha y su modelo económico y sus políticas, el triunfo de Peña Nieto y la votación lograda por López Obrador, confirman una toma de posición de la ciudadanía en procura de salidas a la crisis que se basen en el crecimiento y el desarrollo, la implementación de políticas sociales para enfrentar la pobreza, y políticas de seguridad responsables con la democracia, que indicó el presidente electo, “tienen que ir acompañadas con firmes reformas económicas y sociales”, y una corresponsabilidad de las naciones, en especial Estados Unidos”, que incentivan el narcotráfico y el crimen organizado al ofrecer un amplio mercado de consumo, financiamiento y un tráfico de armas de magnitud.
De manera que la diplomacia chilena tiene un desafío, que va más allá de los intereses político partidistas del gobierno del presidente Sebastián Piñera y de su coalición, que haría bien de variar su tono altanero y sobre todo aquello de que pretender “dar lecciones” a otros presidentes o países.
Por Marcel Garces. El autor es periodista. Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 5 de julio 2012
Crónica Digital