
El domingo último, el diario El Mercurio dedica una de sus paginas “Reportajes” a Monseñor Fernando Chomalí, arzobispo de Concepción.No es frecuente que se consagre una entrevista a un Obispo sin que haya algún tema particular que la concierte. En este caso es el propio estilo del arzobispo.
Su estilo se encuadra en el estilo súper-ejecutivo de la modernidad empresarial de moda, es también característico de una generación de profesionales.
El lector puede felicitarse de lo prometedor que puede significar la dedicación ejemplar de un ingeniero civil llegado a Obispo, también por las prioridades pastorales enfocadas por le Arzobispo: una presencia en los medios de comunicaciones sociales, la reconstrucción post terremoto, el tema mapuche, los estudiantes UCSC, la juventud.
Vale la pena, sin embargo, aportar algunas reflexiones a la lectura de esta entrevista.
Un subtitulo del articulo llama la atención y declara que en la entrevista se pudo descubrir ”cómo (monseñor Chomali) ha tomado el mando del sureño obispado”
La expresión es tradicional: los obispos son los que encabezan las diócesis, una vez, nombrados por el Vaticano. En las décadas pasadas, se prefirió la imagen de pastores para caracterizar la misión de los obispos. Muchos de ellos optaron por una imagen aún más paternal haciéndose llamar “Padre Obispo”. Mgr Chomali declara al periodista: “Acá vivo más la soledad del mando”. Esta postura ejecutiva y de mando del obispo, ¿es a caso lo que la Iglesia de hoy necesita?
El perfil que se esta planteando últimamente para las nominaciones de los nuevos obispos es verles jugar un rol apologético (defensor de la fe). Este repliegue de la Iglesia frente a las desafiliaciones de la secularización se puede cuestionar pero, aún en este esquema, uno se puede preguntar si un gobierno que privilegia la eficacia de medidas tomadas desde arriba como lo propone Mgr Chomali esta en las perspectivas de la nueva evangelización. Lo que menos se percibe en la visión que el arzobispo nos entrega por la prensa es el espíritu comunitario y la participación. Los contactos que cuenta realizar con los sectores mapuches, estudiantil, las vicarias que puede crear… no son, por decirlo, la puesta en marcha de una real integración y participación en la Iglesia. El alcance a la cuenta publica de la diócesis que se realizó en Concepción y que fue esperanzadora por una novedosa transparencia resulta decepcionante cuando se lee que se informó de la “gran labor de la administración (gobierno) pero…que en la Iglesia no nos ha ido bien”. Parece que prima la cooperación financiera para la mantención de las estructuras de la Iglesia.
La Iglesia figura como una empresa liderada por un gerente. No se habla ni del clero (y de sus problemas), tampoco de los laicos. “La Iglesia somos todos, la Iglesia tiene derecho de saber” afirma. Pero ¿Tendrán derecho a opinar y a participar realmente con voz y voto todos los feligreses?
Los grandes problemas de la Iglesia de hoy día no son abordados. Por más que sea experto en bioética, participante de comisiones vaticanas, el arzobispo no entra en ninguna de las discusiones morales que sacuden las relaciones Iglesia y Estado y que, en definitiva, marginan muchos cristianos por las ambigüedades de los discursos autoritarios.
De los contactos que tomó con los estudiantes, tampoco se recoge alguna postura precisa en cuanto a la política educacional del país.
Los problemas sociales de la región son presenciados y escuchados pero la conversación no deja percibir una visión clara de compromisos de parte de quien ofrece tanta dedicación de trabajo.
Estas líneas de El Mercurio, que por cierto no pueden decirlo todo acerca de la pastoral del Arzobispo, nos dan una imagen particular de quien quisieron destacar en sus reportajes. Por esto, nuestra reflexión no pretende criticar a la persona del Arzobispo mismo sino al personaje que estas líneas describen.
Por Paul Buchet
Consejo Editorial de Reflexión y Liberación.
Tomado de: www.reflexionyliberacion.clSantiago de Chile, 30 de junio 2012
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