Toda la semana que viene, tanto la sociedad civil en la cumbre de los pueblos; como los representantes de gobiernos, en la cumbre Rio+20 se dan cita en Rio de Janeiro (Brasil) para discutir sobre el desarrollo sustentable, la economía verde, cambio climático, bio-diversidad y tratar de salvar el planeta.
Sin embargo y como nos van acostumbrando, se tratará de una nueva oportunidad perdida para abordar los problemas creados por la actividad humana irresponsable que ha fundado el modelo de desarrollo dominante. Basado en la ganancia a toda costa sin incorporar los valores humanitarios y de respeto del medio ambiente y el equilibrio ecológico, hipotecando así las posibilidades de las generaciones futuras.
Al igual que en la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio Climático desarrollada en diciembre pasado en Durban, Sudáfrica, no es por el lado de los gobiernos que se ven avances, todo dependerá de las presiones que realice la movilización ciudadana y los gobiernos locales que son quienes están en la primera trinchera del desarrollo sustentable.
Como se recordará, fue en Rio de Janeiro hace 20 años que se realizó la cumbre de la tierra y donde se adquirió conciencia planetaria del carácter limitado de nuestro planeta y el término de desarrollo sustentable adquirió títulos de nobleza, incorporando la noción de asegurar la viabilidad del entorno para el pleno ejercicio por las generaciones futuras.
Algunos criticaron esa concepción al limitarlo al proceso productivo y no considerar la complejidad humana del desarrollo dejando de lado los objetivos de desarrollo integral de los seres humanos basados en pleno ejercicio del derecho a la vida y los otros derechos fundamentales incluyendo a partir de ese paradigma, el cuestionamiento de los modelos de desarrollo.
De allí salieron tanto los esfuerzos por mantener la biodiversidad que dieron origen al tratado de defensa de la biodiversidad; como los esfuerzos para disminuir las emanaciones de gases con efecto invernadero que después se plasmaron en 1997 en el acuerdo de Kyoto que fijaba por primera vez cuotas obligatorias de reducción de gases con efecto invernadero en los países más contaminadores.
Veinte años más tarde en la Cumbre de Rio+20, el silencio estruendoso provocado por la ausencia de los principales líderes de los estados, hace desde ya que es una cita pérdida porque no habrán grandes decisiones que se adopten y las que sean adoptadas no tendrán carácter obligatorio.
Los expertos que trabajan en la confección de la declaración son criticados porque el texto provisorio, no contiene ninguna obligación de implementación y se reduce a una declaración de intenciones.
Sin embargo, los estudios muestran que la biodiversidad sigue reduciéndose: producto de la explotación indiscriminada de recursos pesqueros; por la transformación de los ecosistemas que fragilizan la reproducción de especies amenazadas de extinción; por la contaminación en los océanos.
Además, están las dificultades del acuerdo de Kyoto, que ni siquiera tuvo éxito en su proyecto de creación del mercado del carbono. Ahora algunos plantean la economía verde, señalando que basta con trasladar la lógica de mercado a la producción de energías renovables y con la adopción procedimientos que introducen los costos de protección del medio ambiente en los costos de producción. En realidad se requiere un cambio de paradigma, vale decir del enfoque y de los objetivos que animan la actividad económica humana.
La necesidad de un cambio de paradigma se ve como una necesidad racional, más aun cuando los coletazos de la crisis financiera mundial, creada por lo que algunos llaman la economía casino, se basa en la especulación y la codicia. Luego de que los gobiernos debieron invertir enormes sumas de dinero para salvar de la quiebra los bancos que habían creado los subprimes y otras mentiras, ahora deben reprimir sus ciudadanos para pagar las deudas que contrajeron con esos mismos bancos, como ocurre en Europa.
Cuando en lugar de volcarse hacia nuevas formas de energía para remplazar el petróleo, se desarrolla la explotación del gas de esquisto que es mucho más contaminante; ó la explotación de arenas bituminosas como en Alberta y para justificar esas explotaciones se señala que son éticas porque son producidas en países democráticos o que son menos contaminantes que el carbón.
En se marco muchos señalan que se vive una crisis civilizatoria, crisis de un modelo que no es viable y que a la larga, al incrementar los gases con efecto invernadero, entre otros hará irreversible el cambio climático por el calentamiento planetario.
Ya desde los años sesenta se reconoció que la humanidad no podía plantearse un progreso ininterrumpido, que el delicado equilibrio de la roca en que vivimos no asegura en todas las condiciones la vida: Que se requiere un cambio de paradigma de desarrollo económico.
Ahora, cuando se instala un consenso crítico sobre los efectos de la globalización neoliberal es necesario destacar que no es viable una producción que supone que para aprovechar las ventajas comparativas, un mismo producto, como automóvil por ejemplo, deba recorrer la mitad del planeta para aumentar las ganancias de especuladores. Tampoco es aceptable que en aras de la economía verde se destinen al monocultivo de maíz y otros cereales para producir biodiesel mientras que aumenta la crisis del hambre, porque el desarrollo sustentable no es solo para proteger el clima; es además para asegurar una vida digna a todos.
No se esperan grandes resultados de la cumbre de Rio+20 pero está claro que se trata de un hito importante en constatar que se requiere la movilización ciudadana para forzar a que los gobiernos asumen las responsabilidades, sobre todo porque no se trata de algo coyuntural, sino que además de una condición necesaria para asegurar a mediano plazo que las generaciones futuras tengan precisamente eso… un futuro.
Marcelo Solervicens (Canadá)
Santiago de Chile 21 de junio 2012
Crónica Digital