Mientras más viejo sea el objeto de culto, la reverencia parece más estridente. Pero la fiesta es efímera, porque los palacios y trenes no eran del pueblo, sino de unos señores dispuestos a brindarle circo al pueblo. Así que, de patrimonio, nada. Y eso ya es una pista: nuestro verdadero patrimonio es la ausencia patrimonial, la carencia que afecta a las grandes mayorías. La pobreza, en efecto, suma muchos más años acompañándonos que todos los trastos lucidos en el marco del Día del Patrimonio.
Claro está, ese domingo de cada año la miseria es escondida tras cintas tricolores y un aroma que no es de colonia, sino de colonialismo. La pobreza es el único patrimonio de esta humanidad que se vanagloria de haber llegado al siglo XXI corriendo tras los talones de las grandes potencias, que lo son gracias a que países como éste firmaron con ellas tratados de renuncia patrimonial. Pero aquí la pobreza lleva tanto trecho andado que ni esas esculturas renacentistas que apaciguan la mirada azulosa de los ricos pueden competir con ella, tan incorporada al paisaje, que la geografía parece haber dispuesto hacia dónde exactamente seguir exacerbando la marginalidad.
Si el ritual de la desigualdad es tan antiguo, ¿para qué pretenden imprimir al Día del Patrimonio esos aires de intelectualidad característicos de los ejercicios de cosificación de la cultura? Respuesta: para dar algún ornamento a lo impresentable. Las universidades, surgidas en el mundo para salir al paso del secretismo monacal y hacerse cargo de pensar críticamente la marcha de la sociedad, han traicionado su sentido fundacional, convirtiéndose en obedientes apéndices superestructurales de intereses que no son los de la ciudadanía. ¿Acaso las vicerrectorías de investigación del país tienen al centro de su cometido el propósito de identificar las causas de la pobreza? ¿O el plan estratégico corporativo de las rectorías tiene por finalidad brindar calidad de vida a la clase trabajadora? ¿La división del campus en facultades busca contribuir al diseño de políticas públicas que propicien la igualdad social?
No, definitivamente. Hoy las universidades no reflexionan sobre el curso de los hechos para introducir cambios; practican la compraventa de títulos profesionales, cartones que jamás necesitaron Platón o Heródoto. Hoy las universidades no se preocupan de los derechos del quintil de menor ingreso de la sociedad… ¿para qué, si lo han excluido a priori de sus programas, a través del cobro de aranceles millonarios? Hoy las universidades no se cuestionan, como sí hicieron Giordano Bruno y Galileo Galilei, la institucionalidad vigente, porque ahora sonla Constitucióny las leyes las que promueven la categoría de negocio para la educación. ¿Día del Patrimonio? Restituyamos primero la universalidad de la enseñanza; socialicemos, pues, el conocimiento; y cuando aprendamos cuán grande es lo que tenemos que recuperar, a la élite no le quedarán ganas de celebrar.
Por David Hevia. Rector de Academia Libre.
Santiago de Chile, 26 de mayo 2012
Crónica Digital