La ex mandataria, señora Michelle Bachelet se ha convertido, en su ausencia, en una poderosa presencia política y mediática en nuestro país. Desde la derecha, se insiste, de un modo tan insensato como obstinado, en enlodar su figura.
Desde la oposición, hay gestos en su defensa. Sin embargo, al mismo tiempo, los diferentes sectores concertacionistas postergan un imprescindible debate político interno en pos de una controversia electoral anticipada. En contraste, frente a todo este malsano bullicio local, la distancia y el silencio de la ex presidente de Chile logran mantener incólume su prestigio nacional e internacional.
Las maniobras políticas que pretenden involucrar a la, entonces, mandataria en ejercicio en los sucesos del 27 / F, constituyen – por decir lo menos – un recurso soez y ruin. Cada vez que se atenta contra la imagen de un presidente democrático en Chile, se quiera o no, se rebaja la democracia misma a la que aspiramos la mayoría, acaso el prestigio mismo de la actividad política. Las instituciones democráticas requieren, entre muchas otras cosas, de cierto decoro y dignidad. Cualquiera sea nuestra particular apreciación sobre la gestión de la señora Bachelet, lo cierto es que no es aceptable ni conveniente para nadie exponer, como es el caso, a una ex mandataria al escarnio público. Tal como se ha señalado, existen vías jurídicas para esclarecer este tipo de asuntos.
Se entiende que en un clima de elecciones haya una mayor propensión a la desmesura tanto en las palabras como en las acciones de quienes protagonizan el momento político. No obstante, ello no justifica perder de vista el horizonte que nos anima: Construir una democracia más justa y sólida en los años venideros. Un mínimo de sensatez indica que el apasionado debate político electoral posee ciertos límites. Transgredir sin más tales limitaciones de manera irresponsable nos aleja de cualquier reciedumbre institucional y nos instala, casi sin darnos cuenta, en un clima sórdido que sustituye el debate político de ideas por aquel de acusaciones y denuncias. Nada bueno para una democracia que quiere recuperar una tradición republicana.
No se trata aquí de acusar o defender la actuación de un personero público, se trata más bien de ponderar el alcance y las consecuencias de tales actitudes en el marco de nuestra democracia. Los bajos índices de aceptación de la “clase política”, especialmente de derechas, no se mejoran creando escándalos mediáticos, más bien al contrario, este tipo de disputas acrecienta la desconfianza de la ciudadanía en un sistema político disociado de sus verdaderos intereses y problemas cotidianos. Es de lamentar que las actuaciones de muchos miembros de la llamada “derecha política” y sus corifeos solo propician un clima enrarecido que en nada beneficia al país.
Por Alvaro Cuadra. El autor es nvestigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS.
Santiago de Chile, 22 de mayo 2012
Crónica Digital