Algo así como una lista de supermercado, donde hay un poquito más que lo que ofrece la competencia. Si el vecino promete diez hospitales, yo ofrezco doce. Si el otro habla de salas cunas, yo propongo escuelas, y así eternamente en una larga carrera por quién da más. Pero lo que se suele evitar es la discusión por el modelo político y económico del país.
Por este motivo, el V Congreso de la Democracia Cristiana, que se desarrolló el pasado fin de semana, aparece como algo excepcional. A diferencia de los eventos habituales, las resoluciones de este congreso pueden marcar la historia, no sólo de su colectividad, sino de nuestro país, ya que la Democracia Cristiana se atrevió a fijar metas grandes, convocentes, y necesarias. Se trató de un momento verdaderamente deliberativo, que venció de modo brillante la tentación de caer en un esquema cosista, cortoplacista, y definió como meta la modificación de la estrategia de desarrollo del país. Es inútil discutir si al afirmar este punto la DC se izquierdizó, se derechizó o se afianzó en el centro. Lo relevante es que la Democracia Cristiana chilena ha optado por reencontrarse con su propia historia, como un partido llamado a realizar reformas profundas, progresistas, y radicales, como las que propusieron los jóvenes falangistas en los años treinta y la Revolución en Libertad de los años sesenta.
Para quienes no somos democratacristianos, este Congreso parece sorprendernos aún más, porque nos hemos acostumbrado a analizar a la DC bajo el prisma de la indefinición. Y de pronto la Democracia Cristiana aparece tomando posiciones políticas más claras y contundentes que sus socios de coalición, supuestamente más progresistas: nueva Constitución, nuevo Código de Trabajo, rechazo al lucro en la educación, Parlamento unicameral, fin al presidencialismo, ampliación de la negociación colectiva a nivel sectorial, por categorías de trabajadores, por ramas productivas o grupos de empresas, un sistema de pensiones “público, solidario y sin fines de lucro, y un conjunto de medidas interconectadas, coherentes, y profundas, que buscan dar paso a una etapa decididamente postneoliberal.
La pregunta que surje al día después es ¿por donde partir?, ¿cómo se hace viable un proyecto tan grande? La respuesta más obvia, es ayudar a que el país alcance el mayor grado de acuerdo posible en torno a estas metas. Tal vez, las últimas señales en la derecha, tales como los contenidos del seminario de Chile Justo, y el nacimiento del bacheletismo aliancista podrían dar pie a este tipo de especulaciones. Pero, lamentablemente, la historia nos muestra que en momentos en los cuales los grandes intereses económicos se han visto amenazados, la derecha chilena no ha tenido fisuras a la hora de cerrar filas en la defensa de los poderosos. Así ha sido siempre y no es fácil pensar que no será así en el futuro. Tal vez se puedan lograr pactos acotados, en materias puntuales, como las que se discuten actualmente en el consejo presidencial de trabajo y equidad. Pero la Democracia Cristiana ha apuntado a objetivos más ambiciosos.
Chile es un país en que nunca la ciudadanía ha tenido en sus manos el poder Constituyente. Una fronda elitista ha determinado, a puerta cerrada, los modelos constitucionales y las estrategias de desarrollo de la misma forma como la comisión Ortuzar pensó a su antojo una constitución-carcel de 1980, que nos han regido de un modo que ya resulta insoportable. La pregunta fundamental es, entonces, como lograr un pacto social real, que incorpore a la ciudadanía, a las organizaciones sindicales y de la sociedad civil, para tejer un camino que nos permita alcanzar, por primera vez en nuestra historia, un momento en que podamos definir de modo abierto, democrático, e inclusivo un marco de convivencia que el que quepamos todos y todas.
El debate que debería nacer no debría cincunscribirse a pensar alianzas o estrategias, a la derecha o a la izquierda, sino a generar procesos de fondo y desde abajo, que permitan acumular la fuerza necesaria para expresar las ideas y proyectos de un Congreso en que se escuchó la voz de las mayorías.
El autor es teológo del Centro Ecumenico Diego de Medellín.Miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 19 de octubre 2007
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