Efectivamente, los problemas de lealtad denunciados por la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, y algunos políticos, resultan de una lejanía y un absurdo dignos de una obra de teatro de esa corriente que representó tan magistralmente lo incomprensible de la incomunicación en épocas de globalización. Respecto de la lealtad ¿cuál debe ser el parámetro fundamental? Mantener una mal entendida lealtad con una presidenta que se ha equivocado sistemáticamente desde que asumió el mando o mantener la lealtad con los principios vectores que impulsan a tomar una opción política
Para mí la respuesta es clara. No nací para ser leal ni a figuras ni a poderes, sino a y por principios; sí, para tratar -con fuerza, convicción y razón-, de llevar adelante los principios fundamentales que dieron vida a la Democracia Cristiana. Mi lealtad está con el pueblo que sufre, con la clase media invariablemente postergada, con los jóvenes que ven pocas oportunidades en la vida, con los viejos y viejas que deben sufrir la indignidad de una mala atención sanitaria y una peor definición de ingresos asistenciales. Por esa lealtad me la juego.
Y, cuando se habla de la legalidad o ilegalidad de un paro, de si es justo o injusto y, más allá de la opinión crítica que tengo respecto a una Central Unitaria de Trabajadores que hace muchos años abdicó de su rol como actor gravitante en la sociedad, recuerdo la sentencia que como periodista me preocupaba de socializar de la mejor forma en los duros años de la dictadura: las huelgas o paros no son legales o ilegales, son justos o injustos. He ahí la madre del cordero.
Y, en esta ocasión, mas allá de la discreta convocatoria lograda por la CUT, la movilización tuvo motivaciones justas, tremendamente justas.
Porque la verdad es que no basta con un crecimiento aceptable, con la disminución de la cesantía, con la disminución de los índices de pobreza. No.
Y, lamentablemente eso es lo que nuestras autoridades gubernativas y políticas no son capaces de entender. Es que vivir de la Plaza Italia para arriba, y desenvolverse entre los y las privilegiados del país puede -y de hecho lo logra- insensibilizar la dermis, el conocimiento y, peor aún, la conciencia de nuestras autoridades y políticos.
Las cifras no sirven para mejorar la calidad de vida de los chilenos y chilenas; las cifras son sólo números. No se traducen en más justicia, acceso a bienes y servicios, calidad de vida, oportunidades. Son mejor vida para la elite satisfecha, pero no para Juan y María. No para sus hijos, menos para sus padres que entregaron lo mejor de sí para sus familias y el país, tampoco para nuestros niños y niñas que nacen con un futuro dibujado y definido por quiénes son sus padres, por dónde viven y dónde estudian.
En fin, si no entienden -o mejor dicho- no tienen ganas de intentar entender lo que está pasando e nuestra sociedad, no se quejen.
Por Miryam Verdugo, Directora del Instituto Jorge Ahumada.
Santiago de Chile, 3 de septiembre 2007
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