ANDRÉS VELASCO GO HOME!

Y de paso, sentenció muy suelto de cuerpo: “el neoliberalismo en Chile lo desterramos, y precisamente porque lo desterramos a través de un proceso democrático, es que hemos logrado las conquistas sociales que hoy día podemos ver”.

Se trata de una mala broma o de un chiste cruel. Tal vez es una expresión típica del humor anglosajón, famoso por su carácter tragicómico. A lo mejor es una reminiscencia extemporánea de los martes del almirante Merino, o de los dichos del inolvidable ministro de salud Pedro García, quién nos mandó a preguntarle a las vacas por la falta de leche. O por último, un remake de Pinochet, cuando decía “Esto no fue nunca dictadura. Le digo que esto es una dictablanda”.

Lo más extraño de estos cometarios es que hasta el momento el muy parco ministro de Hacienda no había mostrado esta veta humorística tan refinada. Al contrario, Velasco es todo lo contrario a la empatía comunicacional. Su prestigio, y su poder se lo debe justamente a su imagen distante, que lo ha colocado como una especie de super-técnico por encima del bien y el mal, que no debe responder a nadie, más que a la presidenta. Y no es porque Foxley, Aninat o Eyzaguirre hayan sido muy diferentes, pero al menos supieron cual era su papel y trataron de no salirse de él.

Sin embargo, quienes lo conocen cuentan que Velasco posee un humor muy fino. Para los que quieran descubrir ese lado del ministro basta leer su no muy celebrada incursión literaria con la novela “Lugares comunes”, de 2003, donde el protagonista es un yuppie estadounidense que llega a Chile para asumir como gerente general de un banco, y para salvarlo de la quiebra propone talar miles de hectáreas de bosque nativo para instalar una central hidroeléctrica. ¿Relato premonitorio o anticipo de su aterrizaje ministerial?.

En septiembre de 2004 la revista Paula presentó en su edición aniversario una serie de imágenes para reflejar “el Chile de hoy”.

En una de esas fotos aparece Andrés Velasco, bajo el título “Lo que creemos que somos”. A su lado está Kike Morandé, caratulado como “Lo que somos”, Cristián Warnken como “Lo que no somos” y Evo Morales como “Lo que creemos que no somos”. Eran los tiempos en que Velasco representaba todos los arquetipos deseables para el red set criollo. La encarnación del Chile “aspiracional y globalizado” que lucha por dejar atrás su “picantería”, que no es otra cosa que su raíz mestiza, conflictiva, y popular.

Andrés Velasco aparecía así como una versión postmoderna del hombre nuevo, una especie de chileno muy poco chileno, al que todos deberíamos desear parecernos. Un metrosexual bostoniano de cepa, cultivado en los jardines de Harvard.

Como zalameramente lo describió alguna vez Carlos Franz “Velasco no se contenta con ser inteligente, economista, bilingüe, buen columnista y lo que más nos duele: buen mozo y bien vestido”.

Efectivamente, Andrés Velasco parece no contentarse con poco. Nuestro autoproclamado “desterrador del neoliberalismo” gusta copar todos los frentes. Como el gurú de la derecha liberal Harald Beyer ha diagnosticado “Los espacios políticos nunca están vacíos, y Andrés Velasco se los ha ido tomando porque es el único que tiene un proyecto”. Y vaya si lo tiene.

Una forma de penetrar en el proyecto ideológico de Velasco es curiosear por sus columnas en inglés. Tal vez una de las más reveladoras es de 2002 y aparece en Foreign Policy, una de las revistas favoritas de la intelligentsia pro-estadounidense. El artículo se titula “The Dustbin of History: Dependency Theory” (El basurero de la historia: la teoría de la dependencia). Luego de un par de anécdotas sobre sus años en Yale deviene rápidamente en un panfleto contra el pensamiento desarrollista y en una oda a la globalización, entendida como privatización a destajo, desregulación absoluta y apertura unilateral de los mercados.

En ese momento es interesante entender con claridad meridiana, y sin anestesia, en que manos están las finanzas, y algo más, durante el “gobierno ciudadano” de Michelle Bachelet.

Alvaro Ramis, es Teólogo y miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital

Santiago de Chile, 1 de septiembre 2007
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