La decepción llega por varios caminos: la industrialización y el desarrollo agrícola marchan lentamente, la tecnología moderna genera pocos empleos, los empresarios privados no tienen compromiso con los pueblos y los gobiernos neoliberales esperan por el mercado. Parece un círculo vicioso.
Por imperativos del progreso económico y científico-técnico, en la composición orgánica del capital, el trabajo pretérito prevalece sobre el trabajo vivo, lo que disminuye la demanda de mano de obra. La presencia de máquinas en la industria, la agricultura, la construcción, incluso en los servicios, a la vez que aumentan la productividad del trabajo, el valor agregado y por ende las ganancias de los inversionistas, reduce la generación de empleos.
Por otra parte, las opciones de crecimiento económico y multiplicación del empleo mediante actividades primarias, atrasadas, encaminadas a la exportación de materias primas y productos semielaborados, en las que el trabajo presente impera sobre la mecanización y la automatización, como ocurre, por ejemplo, con el cultivo de caña para fabricar biocombustibles, si bien crea empleos temporales, puede ser un remedio peor que la enfermedad.
Las preguntas son obvias: ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo? ¿Quién lo hará?
En primer lugar, habría que asistir a los países subdesarrollados en la formulación de políticas de desarrollo que les permitan corregir las deformaciones estructurales y la carencia de infraestructuras que obstaculizan sus esfuerzos; facilitarles el acceso a capitales y transferirles tecnologías, conciliando las políticas de sustitución de importaciones con las necesidades de la economía interna y el acceso a los mercados externos.
Entre los aspectos más importantes figuran la búsqueda de soluciones viables y racionales a los problemas energéticos, el crecimiento demográfico, la formación de los recursos laborales, que en la mayoría de los casos comenzarían por campañas de alfabetización acelerada y masiva y la inversión en programas de salud y educación.
Un enfoque semejante permitiría lograr que a la vez que se realizan esfuerzos verdaderamente sostenibles se aplique la lógica de tomar la técnica en el nivel en que se encuentra, sin asumir la errónea concepción de tratar de recorrer el camino por el que transitaron los países ahora desarrollados.
De cara a lo ocurrido en los últimos 500 años, no existe ni una sola razón para creer que las oligarquías nativas, la empresa privada y los gobiernos neoliberales y mucho menos las asistencias y ayudas al desarrollo ofrecida por los países ricos, sean una formula salvadora.
Únicamente allí donde de un modo u otro, los estados han elevado su protagonismo en el diseño y la conducción de las políticas económicas y en la administración de los recursos, se han registrado avances más menos significativos y esperanzadores.
En algunos países asiáticos y de África del Norte, el golfo Pérsico y el Medio Oriente, así como en Cuba, Venezuela y Bolivia, donde los estados han reivindicado sus derechos de influir en la economía y conducir ciertos procesos, se han concretado avances más o menos significativos.
La otra cara de la moneda son los países africanos a los que además de negárseles ayudas para el desarrollo, se les saquea, aprovechando incluso su inestabilidad política y sus conflictos internos para apoderarse de sus recursos naturales más valiosos, entre otros, petróleo, diamantes, uranio, oro, coltán y otros. América Latina, figura entre los peores ejemplos del significado del poder oligárquico y la aplicación de doctrinas neoliberales.
El fondo del debate radica en que, naturalmente, los estados son los encargados de conducir las naciones y los principales responsables por el bien común, razones que los obligan a actuar en consecuencia, como se hace, por ejemplos en los países capitalistas desarrollados.
Lo que ahora está vigente es una noria salvaje de la que ningún pueblo logra salir, incluso cuando aparecen coyunturas positivas y se registran crecimientos económicos, los recursos que se generan raras veces se reinvierten en el desarrollo nacional y en la implementación de programas sociales.
Serán revoluciones o vendrán otros eventos, pero de algún modo habrá que romper el sistema infernal por medio del cual la pobreza y la explotación se reproducen y eternizan.
Por Jorge Gomez Barata. Visiones Alterntivas
Santiago de Chile, 29 de julio 2007
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