“Para qué voy a tener hambre si no tengo qué comer”, estas son las palabras que le dijo una niña mexicana al folclorista argentino Facundo Cabral. Palabras que cobran mucho sentido en el actual marco mundial, en que los países pobres están pagando por el desmesurado gasto de las naciones más ricas del orbe.
Siempre se ha tenido cuidado de que no suba la inflación porque, se dice, perjudica en definitiva, a los más pobres. Cuando la inflación sube, rápidamente se ajustan los precios y las tasas de interés de los bancos; lo cual sería normal, si los factores inflacionarios surgieran desde dentro del país, derivado concretamente de un excesivo gasto interno y una disminución del ahorro.
En este caso, señala el destacado economista Ricardo Ffrench Davis, la actual inflación, la que este año estará cercana al 4%, proviene de afuera, de factores externos, como el alza del petróleo y de la leche, entre otros. Es decir, comenzamos a pagar la cuenta del gasto desmedido de los países desarrollados, los que consumen más combustibles fósiles, cada día más escasos y, por ende, más caros.
Pero, esto no para aquí. Para reemplazar, en parte, la escasez de estos combustibles fósiles, se está tratando de generar energía vía los agrocombustibles. Es decir, se dedican millones de hectáreas a la producción de alcohol (etanol) derivado del maíz, de la soya, del trigo, del raps, de la caña de azúcar. Sólo en Argentina, el 50% de sus campos productivos están dedicados al cultivo de la soya (32 millones de hectáreas).
Los agrocombustibles han ingresado fuertemente en Brasil con la venia de su Presidente, Luiz Inácio Lula Da Silva, quien está impulsando un plan bilateral junto a Estados Unidos para potenciar su producción en los campos brasileros, líder en la elaboración de combustible, a partir de la caña de azúcar. Todo ello, bajo el lema de generar políticas a favor del medioambiente para enfrentar el calentamiento global. Lo que pocos informan es que el proceso de producción de los agrocombustibles puede ser igual y hasta más contaminante que el de los combustibles fósiles. Chile ya está mirando favorablemente el desarrollo de los agrocombustibles, inclusive la Presidenta Michelle Bachelet ha planteado la posibilidad de subsidiarlos.
De esta manera, la cadena sigue, puesto que al disminuir la superficie cultivable para alimentar a la gente, el valor de los alimentos sube y los pobres tienen menos posibilidades de comer. En síntesis, estamos produciendo grandes cantidades de alimentos para que coman los países desarrollados, produzcan sus industrias y se calefacciones los ricos de los países pobres. De esta manera, los pobres de los países pobres tendrán que seguir comiendo con uno o dos dólares diarios, o simplemente, no comerán.
Quisiera que no llegáramos al extremo de que los alimentos suban tanto su precio y que, en desmedro de la soberanía alimentaria de los pueblos, los pobres ya simplemente no tengan qué comer, no por la escasez, sino porque el porcentaje de campos dedicados a la producción de alimentos será mínimo. Por tanto, su precio se elevará a cifras inimaginables e impagables para los que tienen menos.
Por Iván Radovic, Director Ejecutivo Fundación OCAC
Santiago de Chile, 18 de julio 2007
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