Rafael Agustín Gumucio, vivió en medio de una familia en que las conversaciones sobre la política nacional y la cosa pública era algo normal y rutinario. Por esto, desde muy joven, abrazó el compromiso político con seriedad y una consecuencia admirable hasta el fin de sus días.
La línea política de don Rafa muestra una gran continuidad a través del tiempo; primero en la Juventud Conservadora, luego en la Falange Nacional, posteriormente junto a otros hombres notables funda la Democracia Cristiana. Durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva, fundó primero el MAPU y después la Izquierda Cristiana, ambos movimientos desprendidos de la D.C.
Lo unió una profunda y sincera amistad con el Presidente Allende. A quién acompañó lealmente hasta día del golpe militar. Como consecuencia de esta lealtad y militancia vivió diez años de exilio en Francia. Desde allí luchó, unitariamente, para que la dictadura de Pinochet cayera lo antes posible.
De regreso en Chile en el año 1983 y, desde su óptica cristiana comprometida con el cambio social, se integró inmediatamente a la lucha contra la dictadura y tuvo mucha esperanza en el devenir democrático chileno con la asunción al poder de los partidos de la Concertación.
Los que tuvimos la suerte de estar con don Rafa hasta el final de sus días, podemos dar testimonio de la sencillez y bondad que rodeaban todo su quehacer. También como seguía los acontecimientos políticos de Chile y con particular interés los de Francia e Italia. Este hombre cabal nunca perdió el rumbo respecto a lo que era su pensamiento y compromiso esencial: la democracia, el diálogo y la justicia social. No como slogan, sino cómo una necesaria conducta para todos y en especial para los que se consagran a la vida política y el servicio público.
Su estilo de vida fue la austeridad, a pesar de los altos cargos que le tocó detentar: Regidor, Diputado, Senador, Presidente de la Democracia Cristiana y altas dirigencias en el MAPU, Izquierda Cristiana como en la propia coalición de gobierno de Allende, la Unidad Popular. Se comprometía con lealtad cuando veía que la causa era justa para las mayorías. Nunca persiguió el bien o el lucro personal. Al contrario, su único bien era su sencillo departamento de la calle Napoleón en que vivía a gusto y sin ostentaciones, recibiendo a todos sin distingos.
Don Rafa no cedió en su ideario cristiano de estar junto a los pobres y excluidos hasta el fin. Así lo demostró en pleno proceso de transición a la democracia encabezada por la Concertación. Siempre reconoció lo bueno de dicho proceso, pero políticamente mantuvo una crítica muy severa hacia la sociedad que le estamos dejando a las nuevas generaciones. Modelo de sociedad impregnada de una ideología neoliberal que acentúa las diferencias sociales, la exclusión política y una especie de muerte lenta para muchos.
Por estos días es bueno y preciso recordar a este hombre íntegro que junto a otros próceres de la vida política chilena, como Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Jaime Castillo y Salvador Allende, nos han dejado un cúmulo de enseñanzas en que la lucha por una sociedad justa y buena para todos es posible cuando se practica la unidad y el compromiso por alcanzar los objetivos del bien común.
Por Jaime Escobar M. El autor es teólogo y Editor de Iglesia de Crónica Digital.
Santiago de Chile, 12 de julio 2007
Crónica Digital
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