SILVIO RODRÍGUEZ: LA LUCIDEZ TIENE ENEMIGOS

Cuatro décadas se cumplirán en julio de aquel Primer Encuentro de la Canción Protesta que acogió Casa de las Américas, entre el 24 de julio y el 8 de agosto de 1967, el mismo año en que Silvio Rodríguez compartía un recital con Teresita Fernández y poetas jóvenes, y se adueñaba de la pantalla doméstica una vez a la semana con Mientras tanto…, espacio musical donde aparecía como figura central y conductor. De aquella histórica cita, el autor de Ojalá y Te doy una canción recordaba en una entrevista:

«Es obvio que se nos etiquetó como “protesteros” por aparecer convocados por el Centro de la Canción Protesta de la Casa de las Américas —conste que gracias a Haydée Santamaría. En verdad, en ese momento nuestras canciones consideradas “de protesta” se movían más o menos en las temáticas reconocidas: la guerra contra Vietnam, la discriminación racial y el antiimperialismo. Pero a nosotros nunca nos gustó el término de cantores de protesta porque era muy estrecho, porque no reflejaba, en un amplio y más profundo sentido, lo que queríamos, lo que intentábamos y, por supuesto, lo que creíamos hacer. Y esto no era otra cosa que seguir la tradición trovadoresca cubana en su diversidad de formas y contenidos. El término cantores de protesta nos parecía chato, incluso hasta burdo, porque nosotros sentíamos, además, un fuerte compromiso con toda la trova, con la libertad de la poesía y la belleza, y nos parecía que esa aspiración no se podía encasillar, que no tenía límites, que estaba mucho más allá de un eslogan circunstancial.

«Por otra parte, la Casa de las Américas, durante un tiempo, fue casi el único lugar donde podíamos exponer los fuegos iniciales. Allí tuvimos lo que necesita un joven: comprensión y respeto, sentirse atendido y apoyado. Pero nosotros jamás usamos el término de cantores de protesta para autodefinirnos. Siempre hemos dicho que somos, sencillamente, trovadores. O sea que fueron otros los que nos llamaron cantantes de protesta y también fueron otros los que así nos dejaron de llamar».

Transcurridos 40 años de aquel encuentro inaugural —rememorado recientemente con otro internacional dedicado a la Canción Necesaria durante el Cubadisco 2007—, Juventud Rebelde publicó una serie de artículos que tenían como centro la Nueva Trova y pensó que sería formidable conversar con Silvio quien, junto a Pablo Milanés y Noel Nicola, constituyen los máximos representantes de una manifestación que es un componente esencial de nuestra identidad.

Ahora, Silvio trae al presente los comienzos que antecedieron al momento en que la Nueva Trova se impuso en el gusto popular, incluso disputándole la preferencia a la música bailable: «Al principio eran muy contados nuestros seguidores. Entonces no existía la variedad de grabadoras personales de hoy. Ni siquiera se habían inventado las caseteras. La EGREM era el único lugar de Cuba donde se grababan discos y semejante dicha nos tocó a nosotros muchos años después. Así que durante los primeros tiempos la única forma de escuchar a la Nueva Trova era en directo.

«Los aficionados de nuestra música nos seguían de Casa de las Américas a los bancos de los parques, a los zaguanes, a las escaleras de los edificios y a las casas particulares. Cantando constantemente fuimos llegando a los centros de estudio y de trabajo. La Universidad de La Habana, en específico la Escuela de Letras, nos recibió en varias oportunidades y ocasionalmente la televisión universitaria, que al principio solo transmitía para los alrededores de la CUJAE, cuando la fundó Chomi Villar».

Y, no obstante, piensa Silvio, «por dificultoso que hoy parezca, me parece que los jóvenes actuales tienen más facilidades para seguir a sus artistas que los de aquellos tiempos.

«Cuando nosotros aparecimos había, en algunos sectores de la juventud, un poco de cansancio de las formas tradicionales de interpretación de nuestra música. Como sucede ahora, aquello se debatía en los periódicos; se le preguntaba a profesionales y a ciudadanos sobre una presunta crisis en la música cubana. Pero eran tiempos muy diferentes a los de hoy. Había una extrema suspicacia no solo con el rock sino también con lo extranjero, incluso con lo que oliera a “moderno”; se desconfiaba de lo que pudiera resultar una mala influencia para los jóvenes.

«Aquella fobia llegó a la locura de vigilar la forma de los compases musicales, ciertas maneras de hacer ritmos con una batería. Se hicieron planes para este tipo de vigilancia, se elaboraron y se circularon esquemas de detección de gérmenes musicales imperialistas y la música “infectada” automáticamente era condenada al veto.

«Por eso en la segunda mitad de la década del 60, en Cuba, algunos compositores estaban francamente dedicados a la invención de ritmos, y a diario salía una agrupación que lanzaba un “hallazgo” diferente. Algunas de aquellas cadencias eran variantes de los ritmos tradicionales, como el mozambique; otras, como el Wa-Wa, pretendían una asimilación descafeinada de lo que venía de “afuera”. La televisión y la radio apoyaban con bombos y platillos aquellos lanzamientos y algún ritmo, como el mozambique, no solo arrastró por un tiempo a la gente de barrio sino que fue enviado a París en plan conquistador.

«En medio de aquella superproducción de ritmos, de aquellos debates, de aquellas exigencias y también de aquellos errores empezamos a coincidir y a interinfluenciarnos un grupo de jóvenes que, más que una visión igual de la canción, teníamos en común la necesidad de hacer valer lo que deseábamos cantar. Inicialmente fuimos identificados como trova “moderna”, pero también nos decían la trova joven. A cada uno de nosotros lo seguía un grupito minúsculo de partidarios y cuando empezamos a cantar juntos todos nos beneficiamos, porque se juntaron nuestros públicos».

—Silvio, ¿cree que la trova incide en los jóvenes de hoy?

—No sé hasta qué punto, pero también ignoro hasta dónde deja de significar. No pienso que la trova tendría que tener una incidencia a ultranza. La trova misma es de gran variedad y cada zona tiene sus adictos. Es admirable que, a pesar de haber sido casi siempre una música marginada, haya sobrevivido hasta nuestros días, a veces gracias a reducidos guetos de admiradores.

«No estoy de acuerdo con atribuirle a la ausencia o a la presencia de la trova, o cualquier otro tipo de música, problemas sociales que seguro tienen otras razones. Aunque claro que también pienso que en nuestro país hubo momentos más felices para la canción de texto.

«Yo diría que la lucidez tiene enemigos. Estos suelen atribuirle exceso de responsabilidad al compromiso social en las artes. Aluden demasiada conciencia y con ella tristeza.

«Para mí estos son argumentos absurdos, porque todos vamos a tener suficiente ausencia de pensamientos cuando no estemos. ¿Para qué anticiparnos a la nada? ¿Qué prisa podemos tener en no reflexionar?».

—Y en su opinión, ¿qué habría que hacer?

—El joven que todavía se debate en mis entrañas podría responder: la revolución cultural que se empezó con la alfabetización y después se detuvo. Pero dudo que este momento sea más apropiado que el de entonces. Así que mientras se crean condiciones para ese salto, supongo que debemos perfeccionar nuestros medios de difusión y ponerlos en función también de la cultura.

«Esto no puede ser maquillaje, porque eso ya se ha hecho. Los que exponen cultura tienen que ser cultos, los que hacen el arte tienen que ser artistas. Debería comenzar un cambio profundo en varias instituciones».

—¿Vive la trova un buen momento?

—La trova solo es una expresión de la música cubana y en sí misma contiene una amplia variedad. Hay que ver que, salvo en los tiempos en que se inventó la radio, la trova nunca ha sido muy divulgada a través de sus hacedores. El inicio de la radiodifusión lanzó a Matamoros, a María Teresa, a Piñeiro. Después, en los tiempos del filin, los grandes trovadores cantaban a la sombra de los clubes nocturnos, mientras los intérpretes famosos divulgaban sus obras.

«Así que el otro momento de difusión trovadoresca fue cuando se fundó el Movimiento de la Nueva Trova. Y más que por estar auspiciada por la UJC, aunque también por eso, me parece que parte de aquel éxito se debió a que estábamos unidos, a que a menudo decenas de trovadores nos encontrábamos para hablar de los problemas de la cultura, que era una forma de debatir los problemas del país. Casi sin darnos cuenta nos convertimos en un factor vivo y actuante de la sociedad. Yo creo que ser tantos, estar agrupados y ser coherentes nos fue dando el alcance que jamás sospechamos.

«Es obvio que actualmente no existe una experiencia cultural con una fuerza semejante. Puede que valga la pena reflexionar sobre eso. Y no para calcar aquello, que por supuesto es irrepetible. Tendría que ser para tener el arrojo de apoyar algo que fluyera naturalmente de la sociedad, una verdad estimulada, como fue el caso».

Confesiones
EN una entrevista publicada en 1980, Silvio contaba:

«Yo empecé a componer canciones a las que después caracterizaron con el nombre de Nueva Trova o Nueva Canción. Cuando me preguntaban en esa época qué era, yo prefería siempre llamarme trovador. No sé si por intuición. En aquel momento, yo no tenía una idea clara del desarrollo histórico de la trova ni del significado de todo aquello que empezábamos a hacer. Estaba en el ejército, tenía otro trabajo —diseñador de historietas— y pensaba regresar a mi profesión cuando terminara el servicio militar.

«Así empecé, como un joven al que le gustaba la música, cogió una guitarra y empezó a tocar. Como todos los jóvenes de mi tiempo, sentía un poco de rechazo por la música tradicional cubana que se oía en la radio. No así, sin embargo, por las canciones tradicionales de la trova que había escuchado de mi madre.

«En esa época se solía pensar que los trovadores eran unos viejitos que se reunían a cantar con voces desafinadas y roncas. No había una divulgación ni un rescate de nuestra historia musical.

«Desde que cogí la guitarra, lo hice con la idea de decir mis propias cosas. Siempre tuve la certidumbre de que tenía mis propias cosas que decir. Ahora, después de un trabajo profesional de años, de haber aprendido un poco de música, de poder analizar con más elementos y rigor algunas cosas, me doy cuenta de que mis canciones siempre tuvieron una intención diferente a lo que se oía en aquel momento. Aunque fueran canciones de amor, siempre planteaba las cosas de una manera diferente. En aquella época, empecé a leer a los clásicos del romanticismo: Lord Byron, Bécquer, Hoffman, todos ellos. Después me entusiasmó mucho la obra de Poe. Y aún hoy soy un seguidor de algunas de sus enseñanzas».

Por Agnerys Rodríguez Gavilán y José Luis Estrada Betancourt. Tomado de Juventud Rebelde. Cuba.

Santiago de Chile, 17 de junio 2007
Crónica Digital

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