AMIGO DE SACERDOTE ASESINADO POR PINOCHET DEFIENDE TEOLOGIA DE LA LIBERACIÓN

Querido Benito:

Te dirijo esta carta porque necesito comunicarme con el pastor de la Iglesia Católica y no existe ningún canal de comunicación para encontrarte directamente. Me dirijo a tí como hermano en la fe y en el sacerdocio, puesto que hemos recibido en común la misión de anunciar el Evangelio de Jesús a todas las naciones.

Soy sacerdote misionero de Quebec (Canadá) desde hace 45 años; me comprometí con entusiasmo al servicio del Señor cuando empezó el Concilio Ecumènico Vaticano II. He estado siempre ocupado en un trabajo próximo a los ambientes particularmente pobres: en el barrio Bolosse, en Puerto Príncipe (Haití), bajo François Duvalier, después entre los quichuas al Ecuador y, finalmente, en un barrio obrero de Santiago en Chile, durante la dictadura de Pinochet.

Después de haber leído el Evangelio de Jesús durante mis estudios secundarios quedé impresionado por la multitud de pobres y tullidos de la vida de los que se rodeaba Jesús, mientras que los numerosos sacerdotes que nos acompañaban en aquel colegio católico sólo nos hablaban de moral sexual. Yo entonces tenía quince años.

¿La teología de la liberación es una mezcla errónea de fe y política?

En el avión que te traía al Brasil, una vez más has condenado la teología de la liberación como un falso milenarismo y una mezcla errónea entre Iglesia y política. He quedado profundamente molesto y me he sentido herido por tus palabras. Ya había leído, y releído, las dos instrucciones que el ex cardenal Ratzinger había publicado sobre esa teología; allí la describes como un espantapájaros que no representa nada en mi vivencia y convicciones. No he necesitado leer a Karl Marx para descubrir la opción para los pobres.

La Teología de la liberación no es una doctrina o una teoría; es una manera de vivir el Evangelio en la proximidad y la solidaridad con las personas excluidas y empobrecidas.
Es indecente condenar así públicamente a los creyentes que han consagrado su vida —y somos decenas de miles de laicos y laicas, religiosas y religiosos y sacerdotes de todas partes— los que hemos seguido el mismo camino.

Ser discípulo de Jesús es imitarlo, seguirlo, actuar como él obró.

No comprendo este encarnizamiento y esta hostilidad respecto a nosotros. Justo antes de tu viaje al Brasil, redujiste al silencio y excluiste de la enseñanza católica el padre Jon Sobrino, teólogo comprometido y sacrificado, compañero de los jesuitas mártires de El Salvador y de monseñor Romero. Este hombre de setenta años ha servido con valor y humildad a la Iglesia de América Latina con su enseñanza. Es una herejía presentar a Jesús como hombre y sacar las consecuencias ?

Viví la dictadura de Pinochet en Chile, en una Iglesia valientemente guiada por un pastor excepcional, el Cardenal Raül Silva Henríquez. Bajo su gobierno, acompañamos a un pueblo asustado, aterrorizado por militares fascistas católicos que pretendían defender la civilización cristiana occidental torturando, secuestrando, haciendo desaparecer y asesinando. Viví aquellos años en La Bandera, un barrio popular particularmente afectado por la represión. Sí que escondí a gente; sí que ayudé a personas a escapar del país; sí que ayudé a otras a salvar su piel; sí que participé en huelgas de hambre.

También consagré aquellos años a leer la Biblia con la gente de los barrios populares y centenares de personas descubrieron así la Palabra de Dios que les ofrecía enfrentar la opresión con fe y valor; yo estaba convencido de que Dios les acompañaba.

Organicé comedores populares y talleres artesanos para permitir que antiguos prisioneros políticos reencontraran un lugar dentro la sociedad. Recogí cuerpos asesinados del depósito de cadáveres y les di una sepultura digna como a seres humanos. Promoví los derechos de la persona con riesgo de mi integridad física y de mi vida. Sí, la mayoría de las víctimas de la dictadura eran marxistas y nos hicimos bien próximos porque aquellas personas eran nuestros prójimos. Y juntos cantamos y esperábamos el final de aquella ignominia.

¡Soñábamos también juntos la libertad!

¿Qué habrías hecho en mi lugar? ¿Por cuál de estos pecados quieres condenarme, hermano Benito? ¿Qué es lo que te cae tan mal en esta práctica? ¿Se encuentra muy lejos de aquello que Jesús habría hecho en las mismas circunstancias? ¿Cómo piensas que me encuentro cuando escucho tus repetidas condenas? Ahora, como tú, llego al final de mi servicio ministerial y esperaba ser tratado con más respeto y afecto de parte de un pastor. Pero tú me dices: «No has comprendido nada del Evangelio. ¡Todo esto es marxismo! Eres un ingenuo». ¿No hay mucha arrogancia en tus palabras?

Tras veinticinco años regresé a Chile a ver a mis amigos del barrio; setenta vinieron a recibirme en enero y me acogieron fraternalmente e incluso me dijeron : «Viviste con nosotros como uno más; nos acompañaste durante los peores años de nuestra historia. Fuiste solidario y nos estimastes. Por eso es por lo que nosotros te estimamos tanto!” Y aquella misma gente trabajadora añadía: “Hemos sido abandonados por nuestra Iglesia. Los sacerdotes han vuelto a sus templos; ya no comparten más con nosotros, ya no viven entre nosotros.”

En Brasil ha sucedido la misma realidad: durante veinticinco años se ha ido reemplazando un episcopado comprometido con los labradores sin tierras y los pobres de las “favelas” de las grandes ciudades por obispos conservadores que han combatido y rechazado a miles de comunidades de base, dónde la fe era vivida cerca de la vida concreta. Así se ha provocado un vacío inmenso que las Iglesias evangélicas y pentecostales han llenado enseguida, incluso integrándose en medio del pueblo. Y son centenares de millares los católicos los que se pasan a estas comunidades. Misionero

Querido Benito, te suplico que cambies tu mirada. No tienes la exclusiva del Soplo divino; es toda la comunidad eclesial la que se encuentra animada por el Espíritu de Jesús. Te lo pido, arrincona tus condenas; tú serás juzgado pronto por el Único autorizado a clasificarnos a la derecha o a la izquierda, y sabes tanto como yo que nuestro juicio se hará sobre el amor.

Fraternalmente,

P. Claude Lacaille / Misionero Canadiense

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