Ocupada por el ejército de Tel Aviv en 1967, la meseta de mil 200 kilómetros cuadrados ubicada entre Damasco y la Galilea es un símbolo de los intereses expansionistas de la tendencia más agresiva del sionismo.
La persistencia de los gobiernos de Israel de no abordar con Siria el asunto de la desocupación de los Altos, constituye una herida en la soberanía del país árabe y factor de perenne fricción.
Tel Aviv fundamenta su rechazo con argumentos de orden estratégico, su seguridad nacional y la necesidad de controlar los importantes recursos hidráulicos, tema de primera importancia en el Levante.
Maniobrando con la seguridad nacional
En el caso de la seguridad militar, los ocupantes recuerdan que en octubre de 1973 el ejército sirio llegó por debajo del paralelo 33 en la zona norte de Israel durante el desarrollo de la guerra del Yom Kippur (Día del perdón).
Pero en ese año, las tropas árabes no lograron controlar y permanecer en las Alturas del Golán, aunque por vez primera tuvieron por bastante tiempo la iniciativa en el teatro de operaciones.
Tan mal le fue a Israel en algunos momentos de esa conflagración, que los resultados de esa contienda bélica echaron abajo a la administración de la primera ministra Golda Meir, sucedida en el cargo por Yitzhak Rabin en 1974.
Teniendo en cuenta la magra victoria de 1973, en la actualidad se hacen analogías respecto a qué podría ocurrir si se devuelve el Golán.
Eso puede entenderse en Israel como un debate interno, pero no cabe como argumento en el plano regional, toda vez que el actor árabe ya guerreó y no consiguió restablecer el territorio perdido, y sabe que la paz es ahora requisito incuestionable.
De ahí que la base de las negociaciones que comenzaron a partir de la Conferencia Internacional de Paz de Madrid, en 1991, es la propuesta de paz por tierra.
No se puede justificar con la defensa de la seguridad nacional y perjudicar al entorno, porque hacerlo ya mantiene a Israel en el aislamiento regional y, además, eternizar la usurpación suele resultar pernicioso para el ocupante.
Así de grandes son los obstáculos para la conclusión de un acuerdo de paz entre Damasco y Tel Aviv y para lograr la armonía que requiere la maquinaria israelí para proyectarse a nivel regional como potencia económica.
Un pozo de disquisiciones
Pero los Altos cobran una importante connotación en lo referente a la tenencia de un recurso siempre deficitario en la región, el agua.
En la meseta se encuentran las fuentes tributarias al Lago Tiberíades, el mayor espejo de agua no salina en todo Israel, y riqueza vital para la existencia de los residentes en la zona septentrional.
También está el río Banyas, que alimenta al Jordán, fundamental para los asentamientos humanos desde las fronteras convergentes de Israel, Líbano, Jordania y Siria, hasta la zona central donde se halla el valle del Jordán.
La ocupación en 1967 se hizo bajo el criterio de que era posible lograr por etapas la creación del Gran Israel con sus fuentes de agua, es decir, alcanzar el objetivo final, un ente que abarque desde el Nilo hasta el Eufrates, con independencia de quienes vivan en esa extensión de territorio.
Esa ocupación no se podía ejecutar en la totalidad de los territorios de Cisjordania, toda vez que la población israelí, desde el punto de vista numérico, no podía imponer una cobertura demográfica grande y sólida en la dirección oriental, pero sí en el norte.
Así fue como el Golán entró en la estrategia de la multiplicación de asentamientos paramilitares en zonas verdes, con individuos que irrumpían en lugares de la meseta abandonados por sus pobladores por voluntad o expulsados por la fuerza.
Según datos de la prensa francesa, en las guerras de junio de 1967 y la de octubre de 1973, unos 150 mil habitantes de la elevación la abandonaron. Sólo permanecieron allí unos 17 mil drusos (una confesión herética del Islam la mayoría de cuyos miembros reside en el Medio Oriente, incluido Israel).
Desde finales de la contienda bélica de 1967 hasta ahora miles de israelíes ocuparon territorio en la meseta y a principios de este siglo se calculaba que unos 17 mil se hallaban en los 18 asentamientos establecidos en ella.
El vedado tema de la desocupación
Para Tel Aviv resulta impensable ofrecer a Siria una decisión sobre el Golán como la adoptada por el ex primer ministro Ariel Sharon, en su plan de desconexión, la evacuación de los asentamientos de la conflictiva y empobrecida Franja de Gaza.
La retirada de la Franja era una necesidad inmediata de un gobierno que proporcionaba a los asentados con un presupuesto oneroso y concebía a la población árabe del lugar imbuida por completo del llamado en occidente integrismo islámico.
Aunque complicada, la cuestión fue sólo dar el paso y sacar a los israelíes de un posible cerco antes de que empeoraran las condiciones y ocurriera un estallido.
Pero Olmert no es Sharon, ni el Golán es la faja semidesértica que Israel desocupó sin mucho cargo de conciencia, pese a que los evacuados en 2005 fueron 40 años antes puntas de lanza de la expoliación de las propiedades árabes en la Franja de Gaza.
Negociar con Damasco -el acto que rechaza la administración israelí más por costumbre o por oportunismo político, que por no poder lograr concesiones del interlocutor- lo asemejan al fantasma de la desolación, del final del pueblo elegido.
La falsedad se amplifica y se instrumentaliza para permanecer en el lugar que se quiere y con el estatus de víctima.
De todos modos, las negociaciones vendrán porque son una necesidad histórica inevitable, pero serán sin el abuso discursivo del miedo al árabe y la torcida lucha contra el terror, ni presionando desde el inicio para condenar a muerte todo entendimiento racional que afine con un arreglo global, que pudiera anunciar su llegada.
Por Julio Morejón
Santiago de Chile, 9 de abril 2007
Crónica Digital , 0, 19, 2