A 30 AÑOS DEL ASESINATO DEL PADRE GRANDE

Grande, fue el primer sacerdote jesuita de más una treintena, masacrado durante el conflicto armado que duró 12 años.

La noche del sábado 12 de marzo, el párroco, de 49 años de edad, se dirigía en auto a oficiar una misa en el pueblo de El Paisnal, 33 kilómetros al norte de esta capital.

Al pasar por unas plantaciones de caña sorpresivamente fueron atacados a fuego de metralla. En el hecho también fallecieron sus dos acompañantes, los campesinos Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus, de 16.

Los asesinos lo acribillaron con más de 10 balas en el cuerpo, de ellas nueve eran mortales, de acuerdo con la investigación, por cierto realizada por un médico forense a petición de los jesuítas ya que las las autoridades no querían involucrarse con el crimen.

El especialista concluyó que los disparos se habían originado desde por lo menos cinco lugares distintos y que el arma empleada era una metralleta usada por la policía.

Un mes antes, el sacerdote había pronunciado un sermón para protestar por la expulsión del Padre Mario Bernal.

“No tenemos más que un Padre, y todos somos hijos… todos somos hermanos, todos somos iguales. Pero Caín es el engendro de los planes de Dios; y hay grupos de Caínes en este país”, dijo en el discurso. Para algunos espectadores ese sermón provocó su muerte.

La Secretaría de Prensa del Arzobispado emitió un comunicado en el que decía la verdadera causa que motivó su muerte fue la intensa labor pastoral de tipo concienciador y profético que Grande desarrollaba en todos los ámbitos de su Parroquia.

Según el texto, en la práctica de su religión popular, el sacerdote formó lentamente una verdadera comunidad de fe, de esperanza y de amor entre sus fieles.

Llevaba una labor de promoción humana integral que no es agradable para todos, que estorba a muchos; y para terminar con ella, había que liquidar a su promotor, añadía el comunicado.

El Arzobispo, Monseñor Oscar A. Romero, pidió entonces, formalmente al Presidente de la República, que las autoridades competentes llevaran a cabo una investigación exhaustiva, para aclarar el alevoso crimen y castigar a los culpables.

Sin embrago, el caso de Grande fue el primero, pero no el único y como el de la mayoría aún están en la impunidad. Muchos sacerdotes jesuitas de la Universidad Centroamericana fueron asesinados también.

Un texto a raíz de la masacre de otros seis decía: que los asesinados de ahora conocieron a Tilo, como llamaban al Padre Grande.

Aprendieron mucho de él en aquellos años en que maduraba el cambio, se abrían trochas y veredas de organización y los pobres empezaban a luchar por dejar de serlo, como Dios manda, como Jesús anunció.

El padre Romero, que también fuera asesinado más tarde, dijo en la en la Misa Exequiel de Rutilio:

“…quizá por eso Dios lo escogió para este martirio, porque los que le conocimos, los que lo conocieron, saben que jamás de sus labios salió un llamado a la violencia, al odio, a la venganza.

” Murió amando, y sin duda que cuando sintió primeros impactos que le traían la muerte, pudo decir como Cristo también: “Perdónalos, Padre, no saben, no han comprendido mi mensaje de amor”.

La relación de las autoridades gubernamentales con esos hechos, y la ley de Amnistía General, promulgada tras los Acuerdos de Paz en 1992, no han permitido esclarecer estos crimenes.

La Ley de 1993 no contempla casos de “lesa humanidad” y libera de responsabilidades civiles y jurídicas a los responsables de delitos de guerra cometidos durante el conflicto armado.

El conflicto civil en El Salvador duró doce años (1980 -1992) y dejó como saldo 75 mil muertos, más de ocho mil desaparecidos y cerca de 50 mil viudas, huérfanos y lisiados de guerra.

Hoy los fieles de a la paz realizaron una peregrinación hasta el lugar de su asesinato conocido como Las Tres Cruces. Más tarde se ofició una misa en la iglesia de El Paisnal, presidida por el sacerdote Jesús Orlando Erazo.

Santiago de Chile, 13 de marzo 2007
Crónica Digital /PL , 0, 31, 19

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