Hasta donde me alcanza la memoria no ubico a ningún político norteamericano que se haya aproximado a la condición de héroe en tiempo de paz, excepto este hijo de emigrantes italianos, alcalde de Nueva York el fatídicos 11/S, recordado con chaleco y casco de bombero, en la zona cero al frente de las tareas de rescate.
Esta celebridad instantánea, el más liberal o moderado de los políticos republicanos del momento y el único que puede afianzar su carisma en realizaciones nacionalmente conocidas, pudiera ser el hombre de los republicanos en la contienda presidencial.
Si lo que América quiere es un cambio de imagen, nadie es más adecuado que Giuliani, el republicano menos parecido a Bush que puede encontrarse en los confines del imperio y que además, es nativo de Nueva York, el estado que después de Virginia y Ohio ha aportado más presidentes, desde que Martin Van Buren fuera el primer neoyorquino en habitar la Casa Blanca.
Paradójicamente, el más dulce y liberal de los políticos norteamericanos de su categoría, partidario del divorcio, tolerante ante el aborto y dispuesto a mostrar comprensión ante las parejas homosexuales, siendo fiscal de Nueva York se convirtió en un azote para la mafia y el crimen organizado, incluyendo a los terroristas de origen cubano.
Fue él quien, en 1983 operó contra el grupo contrarrevolucionario Omega 7, calificado por el FBI como la más peligrosa de todas las organizaciones criminales de Estados Unidos y envió a su cabecilla, Eduardo Arocena, a la cárcel, donde cumple cadena perpetua.
Los méritos como fiscal catapultaron a Giuliani a la alcaldía de Nueva York, cargo que le permitió aplicar la doctrina de Tolerancia Cero que convirtieron a la más famosa y poblada de las ciudades norteamericanas en la más segura de los Estados Unidos.
Tan exitosa fue la estrategia que al cesar como alcalde, Giuliani convirtió la Tolerancia Cero en un lucrativo negocio que, desde la Giuliani Group LLC opera contratos millonarios para la accesoria en materia de seguridad, no sólo a grandes ciudades norteamericanas sino también europeas, latinoamericanas y asiáticas.
Sin desoír las criticas de las organizaciones protectoras de los derechos civiles, sobre todo de negros y emigrantes que lo acusan por excederse en la persecución de delitos menores, permitir la brutalidad policial y de no suprimir realmente la delincuencia sino empujarla desde el centro hacía los barrios más pobres, lo cierto es que el hombre ostenta méritos que pueden ser transformados en saldos electorales.
La popularidad adquirida como fiscal y alcalde y la determinación con que actuó el día de los atentados, cuando no sólo se personó en el lugar más peligroso del momento, sino que logro que, aun en medio del caos creado por los ataques y las perdidas iniciales de efectivos, los servicios de bomberos, policías y salud funcionaran con una eficiencia razonable, son buenas recomendaciones.
Si bien es cierto que el haberse casado tres veces y asumir actitudes exhibicionistas, como actuar en público bailando jazz tap, ataviado con prendas tan inapropiadas para un enérgico alcalde como medias y ligueros, puede ofrecer una imagen excesivamente excéntrica para la América convencional y restarle votos, otros factores pudieran neutralizar esa tendencia.
La combinación de valor, serenidad e integridad frente a los ataques terroristas, probidad en el manejo de la administración pública, energía en la aplicación de la ley y éxito en los negocios, unidas a una edad perfecta y a la leyenda de haber triunfado sobre el cáncer que lo llevaron a ser proclamado el Hombre del Año por la revista Times, y a ser conocido como El Alcalde de América pueden convertirlo en un fenómeno político interesante y tal vez en un candidato ganador.
Por Jorge Gómez Barata
Santiago de Chile, 25 de Febrero 2007
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