Era, sobre todo en los pequeños agricultores y campesinos minifundistas, un concepto de la propiedad y su explotación muy difundido y generalizado hasta finales de los 60 del siglo pasado.
Representaba una agricultura muy precaria, propia de una situación de atraso, de pobreza, más aún cuando el sector rural carecía de infraestructura y servicios básicos como carreteras, luz eléctrica, agua potable, salud, educación y otros.
El progreso de los últimos años, especialmente para los agricultores más modestos, se conceptualizó por parte del Estado chileno como un doble proceso. Uno, conducente a dotar de infraestructura y servicios al sector y, otro, a incorporar a este tipo de agricultura a la modernidad, entendiendo por tal, la explotación de la tierra para lograr las mejores rentabilidades posibles. En otros términos, dedicarse a la comercialización de los productos generados en estos predios.
Dos cosas importantes sucedieron. Los agricultores se endeudaron accediendo a créditos por una parte, y por otra, minimizando o haciendo desaparecer la llamada huerta casera, aquella superficie destinada al auto consumo. Muchos créditos fueron mal otorgados y/o mal manejados y se agregó, en muchos de ellos, un nuevo costo de vida, la compra de alimentos. Esto ha obligado a muchísimos campesinos a vender su pequeña propiedad.
Hoy día, parece interesante re estudiar la estrategia, en el sentido de volver a instaurar, al interior de un predio, algún porcentaje de su superficie destinado a la autosuficiencia en los alimentos que se necesitan para el grupo. Esto es interesante, además, dado que, por una parte, ya se dispone de infraestructura y servicios básicos mínimos en el sector rural y, por otra, la tecnología moderna, sobre todo la llamada orgánica, permite tener módulos de media hectárea, una hectárea y dos hectáreas, para producir las proteínas y nutrientes, vegetales y animales, para diferentes tamaños de familias.
Si a esta estrategia le agregamos la de destinar alguna superficie que sobre en el predio para la explotación comercial, incorporación de valor agregado en forma artesanal y venta de sus productos, estamos estableciendo una situación que asegura varias condiciones de desarrollo. Seguridad alimentaria, no venta de la tierra, menor costo de vida, algún ingreso monetario, trabajo para todo el grupo familiar y mejores condiciones para lograr trabajos asalariados fuera del predio para los adultos y/o mejores condiciones de estudio para la juventud.
Además, una agricultura de este tipo, orgánica, no es agresiva con los recursos naturales, como la del tipo comercial tradicional. Por todo esto, es una figura muy habitual en países desarrollados, como son los de la Unión Europea.
Por Hugo Ortega T. El autor es Director
Escuela de Ingeniería en Agronegocios de la Universidad Central. Colaborador permanente de Crónica Digital
Santiago de Chile, 29 de enero 2007
Crónica Digital
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