Los contratantes se obligan a la eliminación de aranceles en forma progresiva fijándose ciertas normas de trato y protección a los productos, servicios e inversiones originarias del otro Estado inspirándose fundamentalmente en las directrices de la OMC, y los acuerdos del GATT.
Los acuerdos comerciales, tendrán consecuencias significativas dentro de la economía, entre las que se incluye el impacto eventual en las condiciones laborales de los trabajadores. La concepción teórica de libre comercio se centra en las posibilidades de incrementar los ritmos de crecimiento a partir de la expansión de la demanda por los productos de un país y su especialización, por los tanto “eficiencia” y bajos costos de producción.
Se puede afirmar que el neoliberalismo como fórmula para el desarrollo se instauró en la dictadura militar y se sigue consolidando en el gobierno de la Concertación en el Chile de hoy: la reducción del aparato estatal y su participación limitada en la economía; la liberalización y desregulación del mercado del trabajo; las reformas tributarias; la privatización del sistema previsional y la apertura del mercado nacional a los capitales y al comercio internacional de bienes y servicios son una realidad indesmentible.
Uno de los pilares fundamentales ha sido la creciente apertura económica, primero como un proceso unilateral en los ochenta; cuando la estrategia unilateral comenzó a denotar sus limitantes en los noventa la Concertación por la Democracia comenzó a realizar serios esfuerzos por participar en tratados bilaterales de libre comercio. Esta política, es coronada exitosamente durante los años 2002 y 2003 con la suscripción y firma de TLC de importancia estratégica en el globo: con la Unión Europea, con Estados Unidos y con Corea del Sur.
El efecto precarizador, en el empleo, que ha tenido el “exitoso” modelo de desarrollo implementado en Chile por más de 20 años, ha estado basado en la apertura económica y la liberalización de los mercados. Los TLC recientes constituyen un clímax de este proceso y vienen a consolidar esta apuesta de desarrollo con las principales economías del mundo. Los TLC recientes no sólo tratan temas económicos, sino que además intentan contribuir a mejorar las condiciones laborales a partir fundamentalmente de dos mecanismos. Con el objeto de conseguir mejores estándares laborales con Canadá en su momento y ahora con la Unión Europea ponen énfasis en la cooperación y con Estados Unidos las partes se obligan al cumplimento de su propia legislación laboral.
Si bien estos TLC constituyen una continuación del camino trazado por el gobierno desde la dictadura, su impacto es aún insospechado y la magnitud de ellos en términos de los mercados que involucra, significan un serio riesgo para la economía nacional, su desarrollo e incluso a juicio de muchos de su soberanía.
La política de los gobiernos de la Concertación al establecer acuerdos bilaterales, es el de “gobernar jurídicamente” la globalización. Chile es uno de los países más abiertos del mundo y lo que se busca es más bien abrir las fronteras, a través de la regulación comercial. Dado que no puede imponer condiciones a gigantes económicos como la Unión Europea o Estados Unidos, recurre a la herramienta del Derecho, “la herramienta del débil”. Hay consenso en la autoridad que el país sólo puede ganar con los acuerdos, ya que existe apertura comercial desde antes y sin regulación. Los TLC deben ser entendidos como una forma de reducir la vulnerabilidad externa de una economía pequeña y abierta como la chilena.
Sin embargo, los acuerdos recientes limitaran a las autoridades del gobierno para utilizar las herramientas de la política económica, y prevenir los impactos externos generados por los movimientos de los capitales especulativos y desequilibrios macroeconómicos producto de la coyuntura internacional, sin mencionar la imposibilidad de promover el desarrollo de la producción e industria nacional e intervenir en la estructura económica del país.
La economía nacional, producto de estos TLC se queda desprotegida de los vaivenes de la economía mundial, desestabilizando de esta forma, aún más, los mercados internos y su limitado desarrollo, lo cual se transmite negativamente al mercado laboral generando necesariamente una mayor flexibilidad, inestabilidad y precarización del empleo.
Las autoridades de gobierno declaran que al ser Chile ya un país abierto, con estos nuevos acuerdos, entonces, sólo le queda ganar: crece el comercio internacional, se dinamiza la economía, crece el PIB, el ingreso, el empleo y el bienestar general. La apertura de Chile vía acuerdos bilaterales presenta “riesgos marginales” para el país y los más altos costos de la apertura ya se pagaron en la década de los ochenta.
Se especula que estos tratados impulsarán el desarrollo de la fase exportadora, sin embargo cabe preguntarse cómo se podría desarrollar a través de los TLC si las exportaciones chilenas consisten básicamente en materia prima en bruto o semi-procesada, mientras que las importaciones que ingresan consisten básicamente en productos industriales, con los que Chile no puede competir. Si además, la evolución y destino de la inversión extranjera no tiene reglas claras, no se puede eludir la reflexión y corrección necesaria en torno de las estrategias del desarrollo económico de nuestro país.
La idea del gobierno es atraer inversión extranjera a actividades no sólo extractivas, como ocurre hoy en la minería, o la agro exportación, sino en sectores de agregación de valor que requieran empleo más calificado, integrándose Chile a una cadena mundial. Sin embargo, dada la escala de la economía chilena, no puede ofrecer a sus socios la entrada a un gran mercado interno, pero sí puede ofrecer la entrada a un mercado regional atractivo. En este sentido, una de las apuestas de los TLC, es convertir a Chile en una plataforma comercial para América Latina.
A juicio de la autoridad, la generación de empleo de calidad no sólo es una función de la apertura de mercados, sino que depende de que el país sea capaz de asumir el desafío de capacitar a su fuerza de trabajo. En general, para el gobierno, los TLC tendrán un impacto positivo en las condiciones de trabajo, tanto por la ampliación de posibilidades de empleo, como por el aumento en la calidad de éste.
Los representantes del empresariado coinciden con la visión imperante en el gobierno, respecto de los impactos positivos que deben esperarse de los TLC en las condiciones de trabajo en Chile. Hay consenso entre ellos, en que contribuyen a la ampliación de las oportunidades de empleo, a través del aumento de la actividad exportadora, el aumento de actividad en empresas que producen insumos para la empresa exportadora, y la inversión extranjera, ya que nuevas empresas se instalarían en Chile. Reconocen, sin embargo, que en empresas menos competitivas, se puede producir desempleo temporal, solucionándose una vez que los trabajadores se desplacen “automáticamente” a otras áreas.
El gobierno considera que el modelo de desarrollo económico chileno, basado en la inserción internacional, junto a un desafío político de mejorar los estándares laborales ha dado resultados positivos: se ha logrado reducir significativamente los niveles de pobreza, se han creado más oportunidades de empleo y los salarios reales han aumentado. Justifican el empeoramiento de las condiciones de trabajo como parte del contexto de crecimiento y de aumento del empleo, que obedece a un proceso global de transformación.
En franca oposición las dirigencias sindicales, principalmente de base, se sienten inseguros y sospechan que habrá un antes y un después de estos tratados con las potencias mundiales. Ponen especial énfasis en la irrupción de transnacionales en el mercado nacional y los efectos que tendrá la apertura para la industria nacional, ya que consideran que es ilusorio pretender competir tanto en el mercado nacional como en su propio mercado que se abre gracias a los tratados. Consideran que los acuerdos comerciales afectarán a Chile en la medida que éste exporta materias primas, mientras otros países la procesan para reintroducirla en nuestro país con un valor agregado.
Por: Carmen Espinosa (Revista Futuros)
Santiago de Chile, 1 de septiembre 2006
Crónica Digital/VA