Con motivo de celebrarse hoy el Día Mundial de la Tolerancia Cero a esa práctica, el organismo internacional hizo un llamado para lograr un cambio hacia su erradicación.
Ann Veneman, directora ejecutiva de UNICEF, reconoció algunos avances en el movimiento internacional para poner fin a lo que la ONU considera como “una de las violaciones más persistentes, extendidas y silenciosa contra los derechos humanos”.
La experta recordó que el pasado mes de noviembre entró en vigor el Protocolo de Maputo, un instrumento jurídico aplicable en Africa, que prohíbe expresamente el procedimiento.
De igual forma manifestó que en el presente mes se celebrará en Mali una conferencia regional para debatir como adaptar las legislaciones nacionales para cumplir dicho protocolo.
Sin embargo, aunque especialistas aseguran que la ablación es una agresión a la integridad física y psicológica de las féminas, aún muchos la defienden como una práctica tradicional que contribuye a resaltar la belleza, la honra, el estatus social y castidad de la mujer.
Por tal motivo, anualmente millones de niñas y jóvenes de entre cuatro y 12 años son sometidas a esta costumbre, entendida también como un mandato de la religión, que afecta negativamente el estado de salud de quién la sufre.
Asimismo, se estima, que entre 100 y 140 millones han padecido alguna forma de mutilación genital femenina, (MGF). La gran mayoría de las mujeres afectadas viven en Africa Subsahariana, pero la práctica es conocida también en partes del Medio Este y Asia.
En los últimos años, el número de casos se ha incrementado en Europa, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos, como resultado de la migración desde países donde la mutilación genital es una tradición cultural.
La MGF incluye una variedad de procedimientos, pero en el 80 por ciento de los casos incluye la escisión del clítoris y de los labios menores. En su forma más extrema, la infibulación, que constituye aproximadamente el 15 por ciento, llega a la extirpación de casi todos los genitales externos.
Dado su carácter privado es imposible calcular cuantas son las víctimas mortales, pero se sabe que muchas mueren desangradas o a causa de una infección en las semanas posteriores a la intervención.
Las que sobreviven deberán sufrir en lo adelante dolorosas menstruaciones, enfermedades inflamatorias pélvicas, formación de abscesos y quistes, infecciones urinarias repetidas, además de una pérdida casi total de sensibilidad, sin contar el trauma psicológico que supone, muy difícil de superar.
Algunas pueden quedar infértiles, una consecuencia devastadora para las mujeres cuyo valor se define, en gran medida, en términos de su capacidad para engendrar hijos.
Ginebra, 6 febrero 2006
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